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15 Nov 2020
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Segundo soliloquio de Segismundo, de Calderón de la Barca

Es verdad, pues: reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos.
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña,
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe
y en cenizas le convierte
la muerte (¡desdicha fuerte!):
¡que hay quien intente reinar
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte!

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí,
destas prisiones cargado;
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Aunque mucho más conocido como dramaturgo que como poeta, Pedro Calderón de la Barca (1600 – 1681), uno de los grandes nombres de nuestro Siglo de Oro, es en la obra a la que pertenecen estos versos, La vida es sueño, ambas cosas, dramaturgo y poeta de primerísima magnitud, e incluso una mas: un filósofo o un ensayista, en sentido moderno. No en vano esta obra suya ha sido calificada como un drama filosófico o existencial mucho antes de que este último apelativo llegara a la literatura.

La concepción de la vida como un sueño es antiquísima en la historia de la cultura y de la civilización. Está en el hinduismo, en el budismo, en la tradición persa y en la judeocristiana. Está sobre todo en Platón y su mito de la caverna. Calderón le añade a esta tradición cultural y literaria muchos otros componentes novedosos -el libre albedrío y la predestinación, el pecado original y su expiación, el sentido moral de su época…- y convierte la obra en una reivindicación de la libertad del hombre para trazar su vida sin sentirse obligadio a ello por una especie de sino previo.

Este soliloquio o monólogo de Segismundo, el protagonista, es el segundo de la obra. El primero, al comienzo de la función, es casi tan famoso y paradigmático como éste, y empieza así: «Apurar, cielos, pretendo, / ya que me tratáis así, / qué delito cometí / contra vosotros naciendo; / aunque si nací, ya entiendo / qué delito he cometido. / Bastante causa ha tenido / vuestra justicia y rigor; / pues el delito mayor / del hombre es haber nacido». Ambos sustancian lo principal del argumento. Y ambos están en décimas, una estrofa muy usada en nuestro teatro clásico. Decía Lope de Vega en su Arte nuevo de hacer comedias, una especie de libro de estilo del género escrito en versos blancos: «Acomode los versos con prudencia / a los sujetos de que va tratando: / las décimas son buenas para quejas; / el soneto está bien en los que aguardan; / las relaciones piden los romances / aunque en octavas lucen por extremo; / son los tercetos para cosas graves / y para las de amor, las redondillas». «Las décimas son buenas para quejas», aconsejaba Lope; y Calderón, su alumno más aventajado, pone en décimas las quejas de su personaje.

Estrenada en 1635, La vida es sueño es una de las obras teatrales más representadas de la historia, en español y traducida y adaptada a otras lenguas. En vida del autor, se llevó a media Europa: Bruselas, Ámsterdam, Hamburgo, Dresde… Públicos de todo el mundo y de todas las épocas se han visto reflejados en el drama existencial de Segismundo. Esos últimos versos con los que se cierra el segundo acto, esos emblemáticos «que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son», han resonado en miles de escenarios, dichos y sentidos por muchos de los principales actores de los últimos cuatro siglos. Yo los siento así: