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15 Ene 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Ruego, de Silvina Ocampo

Quiero otras sombras de oro, otras palmeras
con otros vuelos de aves extranjeras,
quiero calles distintas, en la nieve,
un barro diferente cuando llueve,
quiero el férvido olor de otras maderas,
quiero el fuego con llamas forasteras,
otras canciones, otras asperezas,
que no haya conocido mis tristezas.

La mayoría de las notas biográficas sobre la argentina Silvina Ocampo (1906-1993) os dirán en el primer párrafo que era la hermana pequeña de Victoria Ocampo y la esposa de Adolfo Bioy Casares, dos grandes figuras de las letras en español del pasado siglo. Probablemente tardarán más en deciros que también ella, Silvina, es una de las grandes. En el libro La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo, escribe Mariana Enríquez: “Una de las mujeres más ricas y extravagantes de la Argentina, una de las escritoras más talentosas y extrañas de la literatura en español: todos esos títulos no la explican, no la definen, no sirven para entender su misterio. Nunca trabajó por dinero –no lo necesitaba–, no participó de ningún tipo de actividad política (ni siquiera política cultural), publicó su último libro cuatro años antes de morir (y escribió incluso cuando ya tenía los primeros síntomas de Alzheimer, con casi 90 años) y su vida social, siempre reducida, se iba haciendo nula con los años, algo casi inaudito en una mujer de su clase. El dinero le dio libertad pero nunca pareció demasiado consciente de sus privilegios que, puede decirse, apenas usó”. 

De familia de la alta burguesía, las seis hermanas Ocampo (Victoria, Angélica, Francisca, Rosa, Clara María y Silvina) tuvieron una formación excelsa. Además de profesores particulares, Silvina dispuso de tres institutrices, una francesa y dos inglesas, que la convirtieron prácticamente en trilingüe, lo que según declaró ella misma influyó en sus lecturas y en su escritura.

Antes de consolidarse como escritora, fue artista plástica. Muy joven, estudió pintura y dibujo en París, donde conoció y trató a dos de los pintores punteros de las vanguardias, el francés Fernand Léger y el italiano Giorgio de Chirico. 

Incomprendida y poco considerada como escritora por la crítica durante mucho tiempo, fueron finalmente sus cuentos lo que la consagraron. Cuentos diferentes, de imaginación desbordada, de lenguaje muy trabajado, de personajes desasosegantes. «Ha pasado a la historia de la literatura argentina del siglo XX por la crueldad desconcertante que supo imprimir en algunos protagonistas de estos relatos», leo hoy en una nota biográfica en internet. Ella misma sugirió que algunas de sus obras habrían ganado premios de no haber sido tan duros. «Les habrá parecido inmoral», afirmó al no ser premiada en un certamen. Y añadió: «Los actos más crueles que hay en mis cuentos fueron sacados de la realidad».

Con su marido, Bioy Casares, y con Jorge Luis Borges, publicó en 1940 una Antología de la literatura fantástica muy significativa de las preferencias y preocupaciones literarias de los tres en aquellos años.

Su prestigio como narradora ha oscurecido bastante su valía como poeta. Clásica en los metros que utiliza, innovadora en lo que dice, a veces parece oscura y otras naif. He dudado hoy si traeros uno de sus poemas más emblemáticos, Al rencor, que empieza así «No vengas, te conjuro, con tus piedras; / con tu vetusto horror con tu consejo; / con tu escudo brillante con tu espejo; / con tu verdor insólito de hiedras», o si apostar por estos otros dos, brevísimos: Castigo («Transformará Minerva tus cabellos / en serpientes y un día al contemplarte / como en un templo oscuro, con destellos, / seré de piedra, para amarte») o Variedad de impaciencia («¡Que pronto llegue lo horrible! / ¡Que lentamente llegue lo maravilloso!»), pero al final he optado por este Ruego. Es una octava real peculiar, pues la rima no es como en la tradicional (ABABABCC) sino mediante cuatro pareados consecutivos: AABBCCDD. 

Yo digo y siento así este poema: