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10 Oct 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Perdido ando, señora, entre la gente, de Bernardo de Balbuena

Perdido ando, señora, entre la gente
sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida,
sin vos porque de mí no sois servida,
sin mí porque con vos no estoy presente;

sin ser porque del ser estando ausente
no hay cosa que del ser no me despida;
sin Dios porque mi alma a Dios olvida
por contemplar en vos continuamente;

sin vida porque ausente de su alma
nadie vive, y si ya no estoy difunto
es en fe de esperar vuestra venida.

¡Oh vos por quien perdí alegría y calma
miradme amable, y volvereisme al punto
a vos, a mí, a mi ser, mi dios, mi vida!

Manchego, quizás de Valdepeñas, quizás de Viso del Marqués, Bernardo de Balbuena (1562-1627) apenas aparece en la letra pequeña de nuestra historia literaria, pese a que, aunque sólo fuera por el soneto que hoy os traigo, bien que merece aparecer, y destacado.

De su vida se sabe que fue eclesiástico, que emigró a Nueva España (hoy México) y a las Antillas y que llegó a ser obispo de Puerto Rico. No os sorprenda este poema de amor a lo humano con alusiones al amor a lo divino en boca de un clérigo. En la época era más que frecuente. Clérigos fueron sus contemporáneos Lope de Vega o Góngora, y, poco después de los tiempos de Balbuena, sor Juana Inés de la Cruz escribía en un convento de la misma zona del mundo intensos poemas de amor.

El asunto del poema tenía ya larga trayectoria anterior en nuestra lírica. Esa sensación de inexistencia, de vacío, de absoluta soledad cósmica que nos deja el amor no correspondido está ya en poetas de finales de la Edad Media. Entre ellos, el grandísimo Jorge Manrique, con este excelente poema: “Yo soy quien libre me vi, / yo, quien pudiera olvidaros: / yo soy el que, por amaros, / estoy, desque os conocí, / sin Dios y sin vos y mí. / Sin Dios, porque en vos adoro: / sin vos, pues no me queréis; / pues sin mí, ya está de coro / que vos sois quien me tenéis. / Así que triste nací, / pues que pudiera olvidaros / yo soy el que por amaros / estoy, desque os conocí, / sin Dios y sin vos y mí”.

Balbuena tiene gran mérito, pues convierte esa estructura trimembre del “sin Dios y sin vos y mí” del octosílabo manriqueño en una pentamembre que dice y siente aún más y que cabe en el endecasílabo del soneto.

Este técnicamente ejemplar soneto de nuestros siglos áureos yo lo digo y lo siento así: