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11 Dic 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Nueva York, de Enrique Jardiel Poncela

Una ciudad con dos ríos.
Chinos, negros y judíos.
con idénticos anhelos.

Y millones de habitantes,
pequeños como guisantes,
vistos desde un rascacielos.
En el invierno, un cruel frío
que hace llorar. En estío,
un calor abrasador
que mata al gobernador
–que es siempre un señor con lentes–
y a los doce o trece agentes
que llevaba alrededor.
Soledad entre las gentes.
Comerciantes y clientes.
Un templo junto a un teatro.
Veintitrés o veinticuatro
religiones diferentes.
Agitación. Disparate.
Un anuncio en cada esquina.
«Jazz-band». Jugo de tomate.
Chicle. «Whisky”. Gasolina.
Circuncisión. Periodismo:
diez ediciones diarias,
que anuncian noticias varias
y todas dicen lo mismo.
Parques con una caterva
de amantes sobre la hierba
entre mil ardillas vivas.
Masas con fama de activas,
pero indolentes y apáticas.
«Estrellas», actrices, «divas»
y máquinas automáticas.
Oficinas sin tinteros:
con «Kalamazoos», ficheros,
con nueve timbres por mesa
y con patronos groseros
de cara de aves de presa.
Espectáculos por horas.
«Sandwichs» de pollo y pepino.
Ruido de remachadoras.
Magos y adivinadoras
de la suerte y del destino.
Hombres de un solo perfil,
con la nariz infantil
y los corazones viejos;
el cielo pilla tan lejos,
que nadie mira a lo alto.
Radio. Brigadas de Asalto.
Sed. «Coca-Cola». Sudor.
Limpiabotas de color.
Cemento. Acero. Basalto.
«Garages» con ascensor.
Prisa. Bolsa. Sobresalto.
Y dólares. Y dolor:
un infinito dolor
corriendo por el asfalto
entre un «Chevrolet» y un «Ford».

 

Ha pasado a la historia de nuestra literatura como un comediógrafo innovador e inimitable, pero el madrileño Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) es también un ensayista y un novelista destacado, un guionista cinematográfico prolífico y un poeta interesante.

Nadie como él ha sabido mezclar en nuestro teatro el humor y el absurdo. Su Eloísa esta debajo de un almendro se ve o se lee hoy con el mismo disfrute y asombro que hace 82 años, cuando se estrenó. Usted tiene ojos de mujer fatal, Angelina o el honor de un brigadier -esta, en verso-, Los ladrones somos gente honrada, Los habitantes de la casa deshabitada, Madre (el drama padre) y Cuatro corazones con freno y marcha atrás -era ingenioso y sorprendente hasta en los títulos que les ponía a sus obras- son algunas otras de sus comedias más recordadas y aún hoy representadas y llevadas al cine. En todas ellas, Jardiel se aleja del humor tradicional en el teatro en español y nos lleva, forzando situaciones inverosímiles, a un humor más intelectual, ilógico… absurdo. Y tras lo inverosímil o lo absurdo, una amarga visión de la sociedad de su tiempo y una dura y acerada crítica social. 

El teatro del absurdo, una corriente en la que ocasiones se le cataloga, es en realidad posterior en el tiempo a Jardiel, y tiende muchas veces al drama existencial, y pocas o ninguna a la comedia. Jardiel Poncela sería así una especie de prólogo o preludio risueño de los Samuel Beckett, Eugène Ionesco o Juan Genet.

A Jardiel las musas del absurdo y del humor inteligente le visitaban en sus muchas oficinas itinerantes: los cafés. Escribió buena parte de su obra en el Gijón, en el Universal, en el Granja del Henar, en el Europeo, en el de las Salesas… Cuando irrumpe con su fórmula en las tablas madrileñas, hace ahora casi cien años, buena parte de la crítica y del público lo rechazan. Después, encadenó éxitos y fracasos, momentos de gloria y de penurias. Sufrió en España la censura durante el franquismo y en algunos viajes a América las protestas de republicanos exiliados. Murió de cáncer de laringe, con 50 años recién cumplidos, arruinado y casi olvidado. En su nicho se puso como epitafio una frase suya: «Si buscáis los máximos elogios, moríos». Ha sido después de su fallecimiento cuando su figura ha ido ganando prestigio y consolidándose como uno de los principales comediógrafos de su tiempo.

El poema que hoy os traigo merece alguna explicación previa. En 1932, Jardiel recibió un telegrama de su colega y amigo José López Rubio, que fue con Edgar Neville uno de los primeros de los muchos escritores españoles que se habían instalado en Hollywood para trabajar como guionistas en la nueva y pujante industria del cine. «Contesta si te interesan seis meses de contrato, cien dólares semanales sin viajes». Jardiel contestó con una negativa inicial -«Con viajes pagados, desde luego; sin viajes, imposible»-, pero en septiembre desembarcaba en Nueva York y acabó trabajando para la Fox y para otras productoras, en aquella y en otras estancias en Estados Unidos.

El Nueva York del poema es el que Jardiel vio en aquel septiembre de 1932. Son versos que parecen a veces demasiado fáciles, poco trabajados, casi ripiosos, pero al tiempo con mucha fuerza, muy dinámicos, muy cinematográficos gracias a esa sucesión de planos rápidos de lo que el autor ve y cuenta con una o pocas palabras. Mucha ironía, algún punto de crítica social, al tiempo ojos de niño sorprendido y de viejo renegón… Para algunos, quizás más una descripción enumerativa en verso que un poema. Pero en cualquier caso, creo que un texto interesante.

Antes de acabar, una aclaración. En internet e incluso en algún libro impreso, encontraréis este poema con cuatro versos más al final. Dicen así: «Suciedad junto a limpieza. / Miseria junto a riqueza. / Junto al lujo, mal olor. / Dicho y no va más, señor». Enrique Gallud Jardiel, nieto y biógrafo de nuestro poeta de hoy, asegura que en el poema original no aparecen esos cuatro versos. «Deben de ser el añadido de alguien».

Yo digo y siento así este Nueva York de Jardiel: