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03 Abr 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

No quiero, de Ángela Figuera Aymerich

No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.
No quiero
que el trigo se queme y el pan se escatime.

No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.

No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierre a los buenos.

No quiero
que el labriego trabaje sin agua
que el marino navegue sin brújula,
que en la fábrica no haya azucenas,
que en la mina no vean la aurora,
que en la escuela no ría el maestro.

No quiero
que las madres no tengan perfumes,
que las mozas no tengan amores,
que los padres no tengan tabaco,
que a los niños les pongan los Reyes
camisetas de punto y cuadernos.

No quiero
que la tierra se parta en porciones,
que en el mar se establezcan dominios,
que en el aire se agiten banderas
que en los trajes se pongan señales.

No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles
que jamás se fabriquen fusiles.

No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos
que decreten lo que es poesía.

No quiero amar en secreto,
llorar en secreto
cantar en secreto.

No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO…

Republicana, perdedora de la guerra civil, represaliada -y todo ello, también su marido, un ingeniero y socialista-, la bilbaína Ángela Figuera Aymerich (1902-1984) fue una de las más eximias representantes de la poesía desarraigada, esa corriente poética de carácter social, pesimista y angustiada de la posguerra de la que ya hablamos con ocasión de otros poetas de su tiempo. Junto a dos paisanos suyos, el donostiarra Gabriel Celaya y el también bilbaíno Blas de Otero, Ángela Figuera forma el llamado «triunvirato vasco» de esa poesía social y casi existencialista de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo.

Fue profesora, hasta que el franquismo le quitó la plaza y el título -Filosofía y Letras, por la Complutense, previo paso por la Universidad de Valladolid-. Fue bibliotecaria, en la Biblioteca Nacional de España y también en los primeros bibliobuses que llevaban libros a los barrios más humildes de Madrid. Se retiró un tiempo en los duros cuarenta con su hijo en Soria, donde conoció aún mejor a Machado: «Me fui con tu libro allí / y luego no hacía falta: / todos tus versos, Antonio, / el Duero me los cantaba. / Siempre los canta». Publicó poesía durante cuarenta años; fue elogiada por Juan Ramón Jiménez, por Pablo Neruda, por León Felipe, por Max Aub, por Carmen Conde. Volvió en 1971 a Madrid con su marido, recién jubilado, tras residir muchos años en diversas ciudades, ganándose la vida con diversos oficios y destinos poco estables, como muchos otros perdedores de la guerra.

El poema que hoy os traigo pertenece a Mujer de barro, un poemario de 1948. Son los tiempos durísimos de la postguerra, especialmente para los perdedores. Tiempos de estrecheces y de carencias, y no solo materiales. Muy pocos desde dentro de España le dijeron en letra impresa al régimen franquista tantas verdades como Ángela Figuera Aymerich en esta cincuentena de versos desnudos de todo artificio, sin rima alguna, sin medida o estrofa estable, pero de un gran aliento poético. ¡Y esos tres versos finales, mayúsculas incluidas!

Yo este No quiero lo siento y lo digo así: