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30 May 2020
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Mi vida es un erial, de Bécquer

Mi vida es un erial:
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal,
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.

Pesimista absoluto, hasta el fatalismo. Y tristemente resignado. Puro Bécquer esta rima, numerada como la LX, la sexagésima, en las diversas compilaciones que se hicieron tras morir el autor. Puro Bécquer y puro romanticismo tardío, pues la corriente literaria estaba ya de retirada en toda Europa, incluida España, cuando el sevillano escribía sus rimas y sus leyendas y renovaba la lírica española con un tono intimista y de raíz popular infrecuente entre nosotros desde los primeros poetas del Renacimiento.

Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida, que ese era su nombre real -tanto él como su padre y su hermano Valeriano, pintores, toman el Bécquer de un antepasado lejano de origen holandés-, nació en Sevilla, en 1836, y murió en Madrid muy joven, en 1870. Tenía 34 años de una vida enfermiza, azarosa, en parte nómada, con éxito literario sólo en la etapa final y por lo general más llena fracasos que de éxitos, de desamor que de amor, de amores contrariados que de amores felices. Un erial (DLE: «Dicho de una tierra o de un campo: Sin cultivar ni labrar»), una trayectoria vital sin frutos, según el propio poeta en esta composición. Era casi cierto cuando lo escribió, pero no lo fue después, pues con Bécquer -y con su casi coetánea Rosalía de Castro- nace, según la mayoría de los expertos, la poesía moderna en español. En él beben y se nutren desde Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez a Federico García Lorca y Rafael Alberti en España y desde Rubén Darío a Pablo Neruda en América. Todos ellos reconocieron a Bécquer como uno de sus maestros.

Ocurrió, pero pudo no haber ocurrido. En vida, Bécquer había publicado algunas de sus rimas en periódicos de la época, pero la mayor parte de su obra poética se conoció tras su muerte gracias al impulso de algunos amigos -los escritores Narciso Campillo y Augusto Ferrán y el pintor Casado del Alisal, especialmente- que la recopilaron, la ordenaron y la publicaron para ayudar económicamente a la viuda y los huérfanos del poeta. Sin esa iniciativa, Bécquer sería hoy un poeta olvidado y la historia reciente de nuestra literatura hubiera sido otra muy distinta. Durante su agonía, el poeta le pidió a Ferrán que quemase sus cartas («serían mi deshonra») y que intentara que se publicase su obra. «Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento que de muerto seré más y mejor conocido que vivo».

Las Rimas eran en total 76 en la primera recopilación, posteriormente se agregaron algunas más. Muchas de ellas están por derecho propio en las mejores antologías de la poesía en español de todos los tiempos. La que se numera como I («Yo sé un himno gigante y extraño / que anuncia en la noche del alma una aurora…»), la IV («No digáis que agotado su tesoro, / de asuntos falta, enmudeció la lira…»), la VII («Del salón en el ángulo oscuro, / de su dueño tal vez olvidada…»), la XIII («Tu pupila es azul, y cuando ríes / su claridad suave me recuerda…»), la XXI («¿Qué es poesía? -dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul…»), la XXIII («Por una mirada, un mundo; / por una sonrisa, un cielo…»), la LII («Olas gigantes que os rompéis bramando / en las playas desiertas y remotas…»), la celebérrima LIII («Volverán las oscuras golondrinas / en tu balcón sus nidos a colgar…»)…

La LX, que hoy traemos aquí, es de las más cortas y está entre las más tristes y desesperanzadas. En esta quintilla (una estrofa de cinco versos octosílabos que riman en dos consonancias diferentes), Bécquer resume y quintaesencia lo que creía que había sido su absoluto fracaso vital. Se equivocaba.

Yo siento y digo esta rima así: