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04 Nov 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Laura Victoria, del erotismo a la mística

Maestra de formación, periodista y diplomática de profesión, la colombiana Laura Victoria fue una pionera de la poesía erótica en castellano escrita por mujeres, hace ya casi un siglo. Por aquel entonces, llegó a ser considerada como una de las grandes. Hoy, ya no tanto. Quizás injustamente. Vamos a redescubrirla.

Se llamaba Gertrudis Peñuela, lo de Laura Victoria es un seudónimo. Pero por ambos nombres se la recuerda hoy. Había nacido en 1904 en Soatá, una pequeña ciudad del departamento de Boyacá, en el norte de Colombia. Su padre, Simón Peñuela, que era magistrado, tenía una biblioteca muy bien nutrida. La niña lee allí todo lo que encuentra, sobre todo autores franceses. “Esa fue la causa de mi carácter independiente”, aseguró años después.

Escribía poemas desde muy joven, se hizo popular muy pronto. Muy popular y muy polémica. Fue con un poema que publicó en la revista Cromos. Se titulaba, se titula, En secreto, y dice así:

Ven, acércate más, bebe en mi boca
esto que llamas nieve;
verás que con tu aliento se desata,
verás que entre tus labios se enrojecen
los pétalos del ámbar….

Ven, acércate más.
Muerde mi carne
con tus manos morenas;
verás qué dulcemente se desmaya
el cactus de mi cuerpo,
y surge tenue de la nieve dura
la misteriosa suavidad del nácar.

No sentirás mi carne llamearse
con tersas rosas cárdenas,
pero sabrás que es tibia como un nido
de plumas sonrosadas…

Ven, acércate más,
bebe el aliento
que se aleja de mí como una ráfaga;
en vez de fuego sentirás el fresco
despliegue de mis alas…

Deja que entre tu pelo se deshojen
mis manos delicadas;
sabré quererte con quietud de arrullo,
sabré dormirte con calor de lágrimas.

Nadie en la vida te dará más seda
que la que yo destrenzaré en tu almohada;
tendrá el olor del musgo humedecido
y una sutil irradiación castaña.

Ven, acércate más.
Para tu cuerpo
seré una azul ondulación de llama,
y si tu ardor entre mi nieve prende,
y si mi nieve entre tu fuego cuaja,
verás mi cuerpo convertirse en cuna
para que el hijo de tus sueños nazca.

Un poema tan cargado de erotismo, de sensualidad, era algo insólito en la Colombia y en la América latina de hace casi un siglo, y mucho más insólito en boca de una mujer. Laura Victoria se convierte así, en palabras de la profesora María Camila Alzate, una de las expertas en su obra, en «la encargada de dar un paso adelante en la escritura femenina al exponer abiertamente el goce y placer sensual como una posibilidad que también estaba permitida a las mujeres».

Otro experto, el escritor Gustavo Páez Escobar -nacido también en Soatá, como nuestra poeta de hoy, aunque muchos años después- escribe esto sobre aquellos días de éxito: “Numerosos amigos y simpatizantes surgen en sus días gloriosos. Es un público extasiado que camina en pos de sus huellas, la aclama en calles y teatros, se enardece con el símbolo que representa y sueña con sus poesías incitantes. Todos quieren conocerla, tenerla cerca, obtener algún miramiento suyo. Están maravillados con sus versos de pasión, con su belleza de sílfide, con su audacia y su juventud. Grandes personajes de las letras, la sociedad y la política integran la nómina selecta. Se le denomina la ‘amada ideal’ de la poesía colombiana”. 

La ola es tan grande que Laura Victoria ofrece recitales poéticos no sólo en su Colombia natal, sino también en Venezuela, en Estados Unidos, en México, en toda Centroamérica… En aquellos momentos, algunos expertos comienzan a incluirla en el selecto club de las grandes poetas latinoamericanas del siglo XX, el club de Gabriela Mistral, de Alfonsina Storni, de Juana de Ibarbourou, de Delmira Agustini…  

Pero algo se torció a finales de los años treinta del siglo pasado. Laura Victoria pone fin a sus giras de recitales poéticos. Luego muere su madre, se separa de su marido y se traslada a vivir a México con sus hijos, que eran menores, temerosa de que se los quite el padre… Su popularidad se resintió.

Radicada en Ciudad de México en 1939, allí pasó prácticamente el resto de su larguísima vida -pues murió con 99 años y medio de edad- y desde allí hizo algunas salidas esporádicas, la más larga de ellas una de tres años en Roma, como agregada cultural de la embajada de su país. 

Volvamos a su obra, vamos con otro poema suyo. Otro poema de la Laura Victoria pasional. Se titula Salvaje, y lo es. Dice así:

No me mires así que me haces daño…
Qué bellas tus pupilas de inconsciencia
que tienen el hondor de los abismos
y el verde oscuro de las aguas muertas.
Qué fuertes esos músculos maduros
bajo la carne aceitunada y fresca,
que tiene a veces el temblor de un niño
o la tensión salvaje de una fiera.

No me mires así que me haces daño…
Con ese aliento abrasador me enervas,
y frente a ti soy gajo que se dobla
rindiendo sus frescuras a la tierra.
Cómo rompe el crepúsculo sus oros
en el lustroso añil de tu cabeza
mientras tus manos torpes se resisten
al loco impulso que en tu ser golpea.

No me mires así con esos ojos
oscuros de inconsciencia…
Dobla mi talle entre tu brazo fuerte,
embriágate en la flor de mi belleza.

Sobre la felpa tibia de los musgos 
seremos yo el silencio: tú la selva!

El amor es una de las constantes de la poesía de Laura Victoria. En toda su extensión, en todos sus registros: desde el amor físico de su juventud al más espiritual de sus últimos años. 

Vuelvo con otro entrecomillado de Gustavo Páez Escobar. Escribe esto sobre Laura Victoria. «Nunca conoce el amor ideal. Los hombres se sienten seducidos por la diosa de la poesía y la asedian con pasión. Muchos se imaginan que lo que dicen sus versos es lo que ella practica en la intimidad de su propia vida. Pasado el tiempo, un periodista le pregunta si ha encontrado el amor verdadero, y ella responde: ‘Desgraciadamente no. Me consagré entonces al estudio bíblico para lograr el conocimiento de Dios. Y ese amor verdadero lo encontré al fin en Cristo’”.  

Así fue. Tras un viaje a Tierra Santa, la suya acabó siendo una poesía mística.

Vamos a acabar con dos poemas más de Laura Victoria, dos poemas muy diferentes a los dos anteriores. El primero es también un poema de amor, pero ya no es un amor erótico, sensual. Habla de un amor del pasado, de un amor ya perdido. Se titula Cuando regreses, y dice así:

Cuando regreses no hallarás siquiera
las huellas del pasado.
En el parque los cisnes se murieron
y las verbenas rojas se secaron.

Esos versos liliales que me oías
cogiéndome las manos,
cambiáronse por otros calcinantes
que visten mi alma de ropaje cárdeno.

Y esas dulces promesas que en tus brazos
hacíasme temblando,
son una cuerda rota en mis oídos
y ni un eco doliente me dejaron.

Naufragaron también en mis pupilas
tus ojos de gitano,
y en mi boca se helaron en silencio
las huellas calcinantes de tus labios.

Cuando regreses no hallarás siquiera
vestigios del pasado.
En el parque los cisnes se murieron
y en mi boca tus besos se borraron.

El segundo y último poema de hoy es un soneto. Un soneto triste, desolado. Se titula Amor no es. Y dice así: 

Ya ni versos escribo, sólo queda
este soñar de lágrimas teñido,
y una queja distante en el olvido
azul lejano de tu voz de seda.

Amor no es, es algo que remeda
la desmembranza del rosal caído,
donde ya ni las sombras hacen nido,
ni el viento en rondas de cristal enreda.

Algo que ayer fue lirio de mi fuente,
frescura de mi noche, y suavemente
luminar en mi senda florecida.

Algo que en mi agonía aún retengo,
porque es la única verdad que tengo
y no puedo arrancarla de mi vida.