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26 Dic 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

La voz del viento, de Ernestina de Champourcín

Búscame en ti. La flecha de mi vida
ha clavado sus rumbos en tu pecho
y esquivo entre tus brazos el acecho
de las cien rutas que mi paso olvida.

Despójame del ansia desmedida
que abrasaba mi espíritu en barbecho.
El roce de tus manos ha deshecho
la audacia de mi frente envanecida.

Navegaré en tus pulsos. Dicha inerte
del silencio total. Ávida muerte
donde renacen, tuyos, mis sentidos.

Ahoga entre tus labios mi tristeza,
y esta inquietud punzante que ya empieza
a taladrar mi sien con sus latidos.

Hace apenas dos semanas os traje aquí a Concha Méndez, una de las injustamente olvidadas mujeres poetas de la Generación del 27, llamadas también las sinsombrero. Hoy os traigo a otra de ellas, la vitoriana Ernestina de Champourcín (1905-1999).

De familia adinerada y tradicionalista, ella se comprometió con la causa republicana, el feminismo y las reformas sociales del tiempo que le tocó vivir. Casada con el poeta y crítico literario Juan José Domenchina, secretario personal de Manuel Azaña, al final de la guerra civil tuvieron que abandonar Madrid y trasladarse primero a Valencia, luego a Barcelona, más tarde a Toulouse y París y por último a México, exiliados. Dominaba desde niña el francés y el inglés, y trabajó como traductora en la editorial Fondo de Cultura Económica. Él murió allí, no del todo adaptado a su nuevo país, ella regresó mucho después a España, ya en los años finales del franquismo, y aquí siguió creando y vivió una especie de segundo exilio. Incomprendida tanto por muchos de los republicanos que tras la guerra se habían exiliado y nunca volvieron cuanto por muchos de los que se quedaron en España, apoyando al régimen.

Como poeta, De Champourcín empezó en el modernismo, muy inspirada en Juan Ramón Jiménez, al que trató y al consideraba su maestro, pero luego fue evolucionando hacia la poesía pura y hacia la poesía religiosa. En muchos de sus versos, especialmente los de madurez, hay ecos de los místicos del siglo de Oro, de Teresa de Jesús a Juan de la Cruz

Es transversal también en las formas. Cultivaba el verso libre, sin estrofas pautadas ni rima, pero también patrones clásicos, como este soneto con que hoy la recordamos. Yo lo siento y lo digo así: