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04 Abr 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

La muchachita pálida, de Alfredo Espino

Aquella muchachita pálida que vivía
pidiendo una limosna, de mesón en mesón,
en el umbral la hallaron al despuntar el día,
con las manitas yertas y mudo el corazón.

Nadie sabe quién era ni de dónde venía,
su risa era una mueca de la desilusión.
Y estaba el sello amargo de la melancolía
perpetuado en dos hondas ojeras de carbón.

En las carnes humanas dejó el hambre sus rastros…
La miraron las nubes, lo supieron los astros…
El cielo llovió estrellas en la paz del suburbio.

Nadie sabe quién era la muchachita pálida…
Entre tanto —en la noche, la noche triste y cálida—
arrastrando luceros sigue el arroyo turbio…

El salvadoreño Alfredo Espino (1900-1928) es un poeta sencillo, modesto, sin grandes pretensiones, pero de una intensidad y eficacia lírica muy apreciables. En vida -muy corta-, apenas publicó algunos versos y artículos en periódicos y revistas. Fue tras su trágica muerte -él mismo puso fin a su vida, con 28 años, durante una de las crisis alcohólicas y depresivas en las que se sumió por problemas personales que nunca se aclararon del todo- cuando varios amigos recopilaron 96 poemas, lo mejor de su inspiración, en un volumen póstumo, Jícaras tristes, que muy pronto se convirtió en una especie de poemario nacional para sus contemporáneos salvadoreños. De alguna forma, sigue siéndolo. «Se ha vuelto, con el tiempo, una especie de breviario sentimental y bucólico para los salvadoreños”, escribió muchos años después el también poeta salvadoreño David Escobar Galindo.

La naturaleza, el paisaje, la tierra, los niños, los pequeños personajes de la vida cotidiana son los temas recurrentes de Espino. A veces, en miniaturas deliciosas, como este Después de la lluvia: «Por las floridas barrancas / pasó anoche el aguacero / y amaneció el limonero / llorando estrellitas blancas. / Andan perdidos cencerros / entre frescos yerbazales, / y pasan las invernales / neblinas, borrando cerros». Casi siempre, con un aire triste recorriéndolo todo.

El poema que hoy os traigo, un soneto en versos alejandrinos (de 14 sílabas), es uno de los más célebres de los 96 del poemario póstumo.
Yo lo siento y lo digo así: