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11 Nov 2023
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Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Juan Arolas, el secundario del verso de pie quebrado


Fue en vida muy popular. Por sus versos, pero también porque muchos de ellos eran versos eróticos y él los sentía, los escribía y los publicaba pese a que se había ordenado sacerdote. Hoy, dos siglos después, está prácticamente olvidado. Hablamos de Juan Arolas, un poeta secundario que tiene un cierto interés. Algunos de sus poemas aún conservan en mi opinión cierto valor.

Nacido en Barcelona en 1805, Juan Arolas es uno de nuestros primeros escritores románticos. Contemporáneo de Espronceda, y anterior a nuestros otros dos grandes poetas de esos tiempos -Bécquer y Rosalía de Castro-, Arolas llena sus versos de lo más peculiar del romanticismo, aquel movimiento cultural -literario, musical, pictórico- que nace en Alemania y Gran Bretaña a finales del siglo XVIII e inunda toda Europa en la primera mitad del XIX. Estas eran sus principales banderas: ansias de libertad, sentimiento y sentimentalismo, optimismo y desánimo, evocación de la Edad Media, exotismo, orientalismo, erotismo… 

Arolas se había ordenado sacerdote escolapio, y la pulsión erótica fue, según sus biógrafos, lo que le llevó al final de su vida a padecer graves trastornos mentales. Fue recluido en una celda de su orden religiosa donde murió sin recobrar la razón. Tenía 44 años cuando falleció.

No está claro si había entrado en la vida religiosa de grado, por vocación; o forzado por su familia. Era el sexto de siete hermanos, y perdió a la madre de muy joven. Otro episodio personal temprano marcó su vida: su primer amor fue por una muchacha de la que se ignora hasta el nombre.

Lo contó tiempo después él mismo en La sílfide del acueducto, un larguísimo poema de cuatro mil trescientos versos dedicada a aquella muchacha de la que se había enamorado. La trama es puramente romántica: Ormesinda y Ricardo -trasuntos de la amada y del autor- ven frustrado su amor al obligarle a él su padre a ingresar en una cartuja. Ella se cuela en su celda y hacen el amor, pero los descubre el abad, que ordena envenenar a Ormesinda y recluir a Ricardo, que muere en su calabozo. Sus almas alcanzan los Campos Elíseos y allí disfrutan del amor que se les negó en vida. 

De casi el final del larguísimo poema son estos versos:

Al pie de un sauce que lloroso inclina
de sus pomposas ramas los extremos,
un sepulcro sencillo se levanta,
propio para el amor, si hubiese muerto:
de Ormesinda y Ricardo desgraciado,
yacen en él los infelices restos,
colocados por manos cariñosas
de la sensible Elvira y de Roberto.
¡Oh manes sacrosantos! Si en la vida
os desunió la infamia y el despecho,
en la callada y misteriosa tumba
os volvió la amistad los lazos bellos (…)

Son versos, como veis, que hoy nos parecen ampulosos, hinchados, un poco de cartón piedra, pero que en su momento fueron muy del gusto del público. 

Vamos con otros de Juan Arolas que han aguantado mejor el paso del tiempo. Mira, por ejemplo, el comienzo de La odalisca, un poema muy conocido de Arolas, y muy representativo de algunas de las características del romanticismo que antes os contaba, En este caso, ansias de libertad, orientalismo, exotismo… Así comienza La odalisca. Es ella, la protagonista, la que habla:

¿De qué sirve a mi belleza
la riqueza,
pompa, honor y majestad,
si en poder de adusto moro
gimo y lloro
por la dulce libertad?

Fijaos en la métrica. Todo el poema está en estrofas como esta, de seis versos. Veinte estrofas en total tiene el poema. Todas con la misma estructura: cuatro de los versos son octosílabos, de ocho sílabas, y dos, el segundo y el quinto, son tetrasílabos, de cuatro sílabas. A este tipo de estrofas se les llama sextillas de pie quebrado. Los versos más cortos son el pie quebrado. Os hablé de ellas cuando comentamos las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. En las sextillas de este, los versos de pie quebrado son el tercero y el sexto. Recordad:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir,
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir. 

Volvemos a Arolas. Varias sextillas de pie quebrado después, decía esto en su soliloquio La odalisca:

Dime, mar, que me aseguras
brisas puras,
perlas y coral también,
si hay linfa en tu extensión larga
más amarga
que mi lloro en el harén.

Dime, selva, si una esposa
cariñosa
tiene el dulce ruiseñor,
¿por qué para sus placeres
cien mujeres
tiene y guarda mi señor?

Decid, libres mariposas,
que entre rosas
vagáis al amanecer,
¿por qué bajo llave dura
sin ventura
gime esclava la mujer?

Dime, flor, siempre besada
y halagada
del céfiro encantador,
¿por qué he de pasar un día
de agonía
sin un beso del amor?

Los versos de pie quebrado son muy frecuentes en la obra de Arolas. Y no solo en sextillas. Le dan a la poesía del barcelonés ese aire tan musical, ese ritmo, esa cadencia. Mira cómo comienza otro de sus poemas, titulado El navegante:

Apartado de ti surco los mares,
¡oh cándida mujer!
Triste víctima he sido en tus altares,
¿y mía no has de ser?

¡Qué terrible en sus tétricos horrores
se muestra el mar, mi bien!
Pues yo temo más que sus rigores,
tu enfado o tu desdén.

Son cuartetas de pie quebrado, con dos versos endecasílabos y dos heptasílabos; es decir de once sílabas los unos y de siete los otros. Continúa así el poema, fijaos en los pies quebrados:

El bramido de recios vendavales
no me intimida a mí;
no temo todo el peso de los males;
tu olvido, hermosa, sí.

Vamos a terminar con el que quizás sea el poema más representativo y más perdurable de Arolas. Él lo tituló A una bella, pero lo podéis encontrar en algunas antologías con ese estribillo que cierra cada una de las seis estrofas: «Se más feliz que yo». Estribillo que es, de nuevo, un verso de pie quebrado. Todas las estrofas tienen la misma estructura: seis versos -cinco de ellos endecasílabos y uno final heptasílabo, el del estribillo-, con rima del primero con el tercero, el segundo con el quinto y el cuarto con el sexto. La repetición de este último, de ese sonoro «se más feliz que yo», me recuerda algunas letrillas del Siglo de Oro y le da al conjunto del poema un ritmo, una sonoridad y una fuerza típicamente románticos. Atentos además al léxico: pupila, párpado, violetas, zorzal, pagoda, himnos, céfiro… ¡Puro romanticismo!

Dice así el poema:

Sobre pupila azul, con sueño leve,
tu párpado cayendo amortecido
se parece a la pura y blanca nieve
que sobre las violetas reposó:
yo el sueño del placer nunca he dormido:
se más feliz que yo.

Se asemeja tu voz en la plegaria
al canto del zorzal de indiano suelo
que sobre la pagoda solitaria
los himnos de la tarde suspiró:
yo sólo esta oración dirijo al cielo:
se más feliz que yo.

Es tu aliento la esencia más fragante
de los lirios del Arno caudaloso
que brotan sobre un junco vacilante
cuando el céfiro blando los meció:
yo no gozo su aroma delicioso:
se más feliz que yo.

El amor, que es espíritu de juego,
que de callada noche se aconseja
y se nutre con lágrimas y ruego,
en tus purpúreos labios se escondió:
él te guarde el placer y a mí la queja;
se más feliz que yo.

Bella es tu juventud en sus albores
como un campo de rosas del Oriente;
al Ángel del recuerdo pedí flores
para adornar tu sien, y me las dio;
yo decía al ponerlas en tu frente:
se más feliz que yo.

Tu mirada vivaz es de paloma;
como la adormidera del desierto,
causas dulce embriaguez, hurí de aroma
que el cielo de topacio abandonó:
mi suerte es dura, mi destino incierto:
se más feliz que yo.