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24 Jun 2023
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Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Gutierre de Cetina, el perfecto renacentista


Gutierre de Cetina. Quédate con este nombre. Es famoso por un solo poema, un bellísimo poema que probablemente te suene más que el nombre del propio autor. Un poema, un madrigal, que empieza diciendo así:

Ojos claros, serenos, 
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?

Luego volveremos al poema, vamos ahora con su autor, que es valioso y no sólo por esos versos.

Gutierre de Cetina es uno de nuestros grandes poetas soldados del Renacimiento. Un hombre de armas y de letras, de pensamiento y de acción. Como Garcilaso de la Vega, como Francisco de Aldama o como Baltasar de Alcázar, contemporáneos suyos. Tuvieron un precedente ilustre, un siglo antes: Jorge Manrique, que como ya os conté aquí se dedicó también a las armas y a las letras y murió en una acción de guerra cuando aún no había alcanzado los 40 años de edad, en una escaramuza de una de nuestras tantas guerras civiles. 

Cetina, además de poeta y soldado, fue un gran viajero. Cumplió sobradamente aquella máxima que décadas después formuló Cervantes -otro poeta soldado-: «Quien lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». Formado en su Sevilla natal y quizás también en Valladolid, Gutierre de Cetina fue soldado en Valencia y probablemente en Argel -en la derrota de las naves que manda Carlos I para arrebatarle a Barbarroja la plaza norteafricana- y seguro en Italia y en Alemania, en otras campañas bélicas del emperador. 

En sus viajes a Italia, aprendió como poeta los metros italianos y bebió de Ariosto, de Bembo, de Sannazaro y sobre todo de Petrarca. En España, del valenciano Ausias March y especialmente del toledano Garcilaso de la Vega, el gran renovador de la lírica castellana. 

Tan viajero fue Cetina que acabó residiendo en Nueva España, hoy México, tierra a la que fue el primero en llevar las modas y los modos italianos de hacer poesía. Allí residió en dos distintos periodos de su vida y allí encontró la muerte… según algunos biógrafos en un lance de amor: en Puebla, en el altiplano central mexicano, al pie de la ventana de Leonor de Osuna, apuñalado por un rival que cortejaba a la misma dama.

Aunque el poema con el que hemos abierto y cerraremos luego este episodio, el de los «Ojos claros», sea su composición más conocida, Gutierre de Cetina hizo muchas otras. Como poeta lírico, piezas en muy diferentes metros y estrofas de la moda italiana, entre ellas cientos de sonetos, algunos excelentes. Mira este, por ejemplo:

Como la simplecilla mariposa
a torno de la luz de una candela
de pura enamorada se desvela,
ni se sabe partir, ni llegar osa;

vase, vuelve, anda y torna y no reposa,
y de amor y temor junto arde y hiela,
tanto que al fin las alas con que vuela
se abrasan con la vida trabajosa.

Así, mísero yo, de enamorado,
a torno de la luz de vuestros ojos
vengo, voy, torno y vuelvo y no me alejo;

mas es tan diferente mi cuidado
que, en medio del dolor de mis enojos,
ni me acaba el ardor, ni de arder dejo.

O mira este otro soneto, un soneto con sus catorce versos en una sola frase, un soneto que es una sola exclamación:

¡Dichoso desear, dichosa pena,
dichosa fe, dichoso pensamiento,
dichosa tal pasión y tal tormento,
dichosa sujeción de tal cadena; 

dichosa fantasía, en gloria llena,
dichoso aquel que siente lo que siento, 
dichoso el obstinado sufrimiento, 
dichoso mal que tanto bien ordena;

dichoso el tiempo que de vos escribo, 
dichoso aquel dolor que de vos viene, 
dichosa aquella fe que a vos me tira; 

dichoso quien por vos vive cual vivo, 
dichoso quien por vos tal ansia tiene, 
felice el alma quien por vos suspira!

Cetina no escribió solo poesía. Como autor teatral, toda su producción se ha perdido, pero se sabe por autoridades en la materia, como entre otros Juan de la Cueva, que al menos una de sus obras, titulada Comedia de la bondad divina, tuvo éxito de crítica y de público

Como prosista se le atribuyen dos obras satíricas muy ingeniosas: el Diálogo entre la cabeza y la gorra y la Paradoja en alabanza de los cuernos. De esta última dice mucho su título completo: Paradoja. Trata que no solamente no es cosa mala, dañosa ni vergonzosa ser un hombre cornudo, más que los cuernos son buenos y provechosos. Cetina, ya veis, fue un perfecto renacentista: de lo sublime a lo prosaico, de la lírica a la sátira.

El poema de los «ojos claros» es un madrigal, un tipo de poema lírico de versos heptasílabos y endecasílabos que por lo general trataba de amor y que, como los sonetos, importaron de Italia nuestros poetas viajeros, la mayoría soldados. Es una pequeña joya de nuestro primer Siglo de Oro, el XVI. Los ojos claros, serenos y airados del poema eran los de la condesa Laura Gonzaga, a la que dedica Cetina parte de su obra, y de la que apenas han perdurado más datos que el de que se casó con otro, no con el poeta. El poema a sus ojos ha tenido vida muchísimo más larga. Si no supiéramos que tiene casi cinco siglos, pensaríamos que es contemporáneo del lector, que se ha creado hoy mismo. Muy pocas piezas literarias se mantienen así de jóvenes y de lozanas.

Los expertos ven en Gutierre de Cetina valores literarios muy sólidos. Entre ellos, una gran musicalidad en sus versos, una enorme habilidad versificadora, una eficaz mezcla de poesía popular y cortesana e incluso en algunas ocasiones el anticipo más temprano de figuras retóricas que iban a ser propias, un siglo más parte, de los mejores poetas barrocos. Sus críticos, que también los tiene, advierten en algunos de sus versos un exceso de artificio y una cierta frialdad.

Por la musicalidad, si al ojo entra bien, al oído quizá aún mejor. Ved y escuchad. Dice así el famosísimo madrigal de Gutierre de Cetina:

Ojos claros, serenos, 
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.