PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

27 May 2023
Compartir

Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Gioconda Belli, la poeta de la sexualidad femenina sin eufemismos


Hay versos que son como sacudidas eléctricas. «Devuélveme mi corazón, viajero». «Te quiero como gata boca arriba, / panza arriba te quiero». «Déjame que esparza / manzanas en tu sexo / néctares de mango / carne de fresas». Estos son algunos versos de la pasional y comprometida poeta que hoy os traigo: la nicaragüense, ahora radicada en Madrid, Gioconda Belli.

Compromiso político y deseo erótico femenino. Esos son los dos principales ejes de la poeta de la que hoy hablamos, la nicaragüense Gioconda Belli, una de las escritoras contemporáneas más relevantes en español. Tan contemporánea y tan comprometida que ahora vive exiliada, en Madrid, a sus 74 años, tras despojarle de su nacionalidad la dictadura nicaragüense, la dictadura nacida de un movimiento revolucionario en el que la propia Gioconda militó.

Poeta y novelista de éxito, popular y querida tanto en su país como en muchos otros del ámbito hispanohablante, Gioconda Belli dio un paso más en la renovación y la reivindicación de la poesía amorosa en español creada por mujeres. Un paso más tras los que habían dado antes, entre otras, las uruguayas Delmira Agustini e Idea Vilariño, la chilena Gabriela Mistral, la argentina Alfonsina Storni, la colombiana Laura Victoria, la cubana Carilda Oliver o la puertorriqueña Julia de Burgos. 

Ya en su primer libro, titulado Sobre la grana y publicado en 1972, Belli abordaba sin eufemismos ni tapujos el cuerpo y la sexualidad femenina. Lo contaba así ella misma en una excelente entrevista que le hizo Javier Rada en la revista Archiletras a finales de 2020: «Yo hablé de mi cuerpo, de lo que yo sentía, y nunca pensé que fuera pecaminoso hablar de la sexualidad, del amor desde el cuerpo y no solo desde el alma. Nunca he sentido que eso fuera criticable, pero fue muy criticado. Cuando empecé a escribir, a los 21 años, fue un escándalo en Nicaragua, en una sociedad pequeña, muy conservadora, y cuando salieron mis poemas fue como una explosión». 

Y agregaba Belli: «Hay una mentalidad patriarcal y machista donde la mujer no puede hacer uso de su cuerpo a su arbitrio. A mí me llama la atención que todavía me cataloguen como poeta erótica o sexual, porque estamos en otro mundo, no son lo mismo los setenta que hoy. Pero obviamente todavía hay en el fondo un miedo. Creo que es un miedo a la revelación femenina, con uve. Miedo al poder que tenemos las mujeres. El cuerpo de la mujer tiene un poder extraordinario, y el hombre lo ha tratado de dominar».

Perseguida durante la dictadura de Somoza, exiliada en México y en Costa Rica, Gioconda Belli fue militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional, con el que colaboró en actividades clandestinas, desde la entrega de correspondencia al trasporte de armas. Volvió a su país tras el triunfo de la Revolución Sandinista y colaboró inicialmente con la nueva Administración, pero acabó alejándose de ella cuando, con Daniel Ortega al frente, tomó el carácter autoritario con el que ha llegado hasta hoy. 

Lo comentaba así ella misma en la entrevista en Archiletras, hace poco más de dos años: «Ahora estamos viviendo paradójicamente otra dictadura en Nicaragua, como la que luché por derrocar. Una dictadura más dura en muchos sentidos, más insidiosa, que viene presentada como un proyecto liberador de izquierdas, y es mentira».

¡Y tanto! En febrero pasado, en febrero de este mismo año, la dictadura de Daniel Ortega despojaba de la nacionalidad a Gioconda Belli, al novelista Sergio Ramírez y a otras 92 personas más, y los calificaba en un tribunal como «traidores a la patria». ¿Cuál era el delito? Oponerse al dictador.

Como poeta, Belli es un torrente irrefrenable, lleno de perlas singulares, de sorprendentes hallazgos líricos. Dice ella misma: «La poesía para mí es innata. De repente es como que surge solita, hay algo que me motiva, que me mueve, que me emociona, y siento una línea en mi cabeza de algo que quiere ser. Entonces yo tengo que correr en ese momento a escribirla. Es una cosa bien fuerte, sale y luego yo la trabajo. Mi poesía es espontánea».

Belli tiene unos cuantos poemas antológicos. Mirad este, se titula Anoche:

Anoche tan solo
parecías un combatiente desnudo
saltando sobre arrecifes de sombras.
Yo desde mi puesto de observación
en la llanura
te veía esgrimir tus armas
y violento hundirte en mí.
Abría los ojos
y todavía estabas como herrero
martillando el yunque de la chispa
hasta que mi sexo explotó como granada
y nos morimos los dos entre charneles de luna».

O este otro, titulado Amor de frutas

Déjame que esparza
manzanas en tu sexo
néctares de mango
carne de fresas.
Tu cuerpo son todas las frutas.
Te abrazo y corren las mandarinas;
te beso y todas las uvas sueltan
el vino oculto de su corazón
sobre mi boca.
Mi lengua siente en tus brazos
el zumo dulce de las naranjas
y en tus piernas el pomegranate
esconde sus semillas incitantes.
Déjame que coseche los frutos de agua
que sudan en tus poros:
Mi hombre de limones y duraznos,
dame a beber fuentes de melocotones y bananos
racimos de cerezas.
Tu cuerpo es el paraíso perdido
del que nunca jamás ningún Dios
podrá expulsarme.

O este otro, titulado Y Dios me hizo mujer, casi un himno:

Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.

O como el célebre Como gata boca arriba, que arranca así:

Te quiero como gata boca arriba,
panza arriba te quiero.

Devoluciones, que a mí me parece uno de sus grandes poemas y que comienza de este modo:

Devuélveme mi corazón, viajero.
Tú te irás –me lo dices-,
montado en alado pegaso te alejarás
y dejarás sólo noches solas a mi alrededor.

Por esto, antes de que dobles el hueco del camino,
debes dejarme puesto en el pecho el corazón.
No te atrevas a llevártelo escondido en el equipaje
tentado por el deseo de acariciarlo
cuando encuentres que no encuentras otro
tan rojo, tan amante, tan lleno de cantos para vos.

Son muchos, como os decía, los poemas de Gioconda Belli antológicos. Vamos a acabar con otro muy representativo, pues reivindica la sexualidad femenina sin importar la edad, la sexualidad de la mujer madura. Se titula Mujer irredenta, y dice así:

Hay quienes piensan
que he celebrado en exceso
los misterios del cuerpo
la piel y su aroma de fruta.

¡Calla, mujer! me ordenan.
No nos aburras más con tu lujuria.
Vete a la habitación.
Desnúdate.
Haz lo que quieras.
Pero calla.
No lo pregones a los cuatro vientos.

Una mujer es frágil, leve, maternal;
en sus ojos los velos del pudor
la erigen en eterna vestal de todas las virtudes.
Una mujer que goza es un mar agitado
donde sólo es posible el naufragio.

Cállate. No hables más de vientres y humedades.
Era quizás aceptable que lo hicieras en la juventud.
Después de todo, en esa época, siempre hay lugar para el desenfreno.
Pero ahora, cállate.

Ya pronto tendrás nietos.
Ya no te sientan las pasiones.
No bien pierde la carne su solidez
debes doblar el alma
ir a la Iglesia 
tejer escarpines
y apagar la mirada con el forzado decoro de la menopausia.

… Me instalo hoy a escribir
para los Sumos Sacerdotes de la decencia
para los que, agotados los sucesivos argumentos,
nos recetan a las mujeres la vejez prematura
la solitaria tristeza
el espanto precoz a las arrugas.

¡Ah! Señores, no saben ustedes
cuánta delicia esconden los cuerpos otoñales
cuánta humedad, cuánto humus
cuánto fulgor de oro oculta el follaje del bosque
donde la tierra fértil
se ha nutrido de tiempo.