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22 Jul 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Fray Luis de León, la voz del ascetismo

Un intelectual que defiende su libertad frente al poder. Uno de los principales pilares de la Universidad de Salamanca en sus mejores tiempos. Un poeta exquisito, para paladear despacio. Hoy huimos del mundanal ruido para hablar y disfrutar de fray Luis de León.

El conquense Luis de León fue teólogo, traductor, catedrático en Salamanca, humanista, fraile agustino, astrónomo… Astrónomo, sí, uno de los expertos a los que en el siglo XVI se consultó para el paso del calendario juliano al calendario gregoriano. Y poeta, aunque él no consideró nunca la poesía la principal de sus actividades. Hablaba así de sus composiciones poéticas: “Entre las ocupaciones de mis estudios, en mi soledad, y casi en mi niñez, se me cayeron como de entre las manos estas obrecillas, a las cuales me apliqué más por inclinación de mi estrella que por juicio o voluntad”.

Poeta, uno de los más excelsos poetas en español del Renacimiento, en un tiempo en el que hubo muchos y excelentes: Garcilaso, Boscán, Herrera, Aldana, Cetina, Juan de la Cruz, Ercilla… Las creaciones de todos ellos y de algunos narradores (el principal, el portentoso anónimo autor del Lazarillo) impulsan nuestras letras en sus pasos definitivos hacia la modernidad. Luis de León, además, fue miembro destacado de la Escuela de Salamanca, el grupo de pensamiento que probablemente más ha influido fuera de nuestras fronteras en toda la historia de la cultura española.

La obra poética de fray Luis forma parte de la literatura ascética de la segunda mitad del siglo XVI. El ascetismo es una doctrina filosófica que busca purificar el espíritu mediante la abstinencia, la renuncia a los placeres materiales, y así, alejándose de todo lo terrenal, acercarse a Dios.

Dice así una de sus odas más famosas, la titulada Vida retirada, la del asceta que huye del mundanal ruido. Dice así:

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

El poema, que es mucho más largo, está en liras, en 17 liras en total. La lira es una estrofa de cinco versos heptasílabos y endecasílabos que en las primeras décadas de ese mismo siglo XVI habían traído de Italia nuestros poetas soldados, con Garcilaso a la cabeza. 

La lira es la estrofa preferida de fray Luis. En liras están muchas de sus composiciones señeras. Por ejemplo esta otra, la Oda XVII, titulada En la ascensión, que comienza así.

¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, escuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?

Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?

¡Ay!, nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

Liras son también las estrofas de la Oda a Salinas, uno de los más bellos poemas dedicados nunca a un músico. El burgalés Francisco de Salinas fue un organista y músico contemporáneo de fray Luis y, como este, catedrático en la Universidad de Salamanca, donde trabaron una mutua admiración y una sólida amistad. Así comienza el poema:

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino
mi alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primero esclarecida.

“La música extremada por vuestra sabia mano gobernada”. No se ha conservado ninguna música de Salinas. Ninguna. Pero estos versos tan bellos y tan sentidos dan fe de su calidad.

No solo en liras. Fray Luis logra también una gran perfección técnica en otra estrofa recién traída de Italia en aquellos tiempos y muy frecuentada desde entonces y hasta hoy mismo por nuestros grandes poetas: el soneto. Ahí va un soneto memorable de fray Luis de León

Cuando me paro a contemplar mi vida
y echo los ojos con mi pensamiento
a ver los lasos miembros sin aliento
y la robusta edad enflaquecida,

y aquella juventud rica y florida
cual llama de candela en presto viento,
batida con tan recio movimiento
que a pique estuvo ya de ser perdida,

condeno de mi vida la tibieza
y el grande desconcierto en que he andado
que a tal peligro puesto me tuvieron.

Y con velocidad y ligereza
determino de huir de aqueste estado
do mis continuas culpas me pusieron.

Los sonetos, lo hemos comentado otras veces en este espacio, están formados por dos cuartetos y dos tercetos, por lo general todos ellos en versos endecasílabos, de once sílabas. Mira ahora este poema de un solo cuarteto de fray Luis, y estate atento especialmente a su cuarto verso. El poema se titula Epitafio al túmulo del Príncipe Don Carlos, en referencia al controvertido primer hijo de Felipe II, que falleció en julio de 1568 cuando llevaba seis meses confinado en sus aposentos de palacio por orden de su padre, el rey. Dice así:

Aquí yacen de Carlos los despojos:
la parte principal volvióse al cielo,
con ella fue el valor; quedóle al suelo
miedo en el corazón, llanto en los ojos.

Vamos a terminar el episodio de hoy con un poema muy breve, en una sola estrofa, una décima. Pero vamos a explicar antes qué circunstancias vitales llevaron a Fray Luis a escribirla.

En su cátedra de Salamanca, Fray Luis se había convertido en un referente como humanista, en una especie de símbolo de la libertad del intelectual frente al poder. Denunciado ante la Inquisición, entre otras cosas por haber traducido el Cantar de los cantares del hebreo al castellano sin licencia y por otras presuntas desviaciones heréticas -y en el fondo, parece ser que por envidias profesionales y de otras órdenes religiosas-, se le abrió proceso y fue encarcelado. Fray Luis pasó en las prisiones inquisitoriales de Valladolid casi cinco años, de marzo de 1572 a diciembre de 1576, fecha en que fue absuelto. A su vuelta a Salamanca, a su cátedra, habría comenzado su primera clase con aquella famosa frase: “Decíamos ayer…”. O “Dicebamus hesterna die”, en latín. Eso dice la tradición.

Otra tradición dice que antes de salir de la prisión vallisoletana, dejó escritos en las paredes de su celda estos versos con que vamos a terminar el episodio, esta décima. Estaríamos por tanto ante un poema grafiti. Un poema en el que habla de sí mismo y lo llena de referencias al ascetismo: a la renuncia a lo material y a los placeres terrenales; a vivir con lo imprescindible y poco más; a alejarse de la ciudad e irse al campo; a vivir en soledad y cultivar así el alma, la espiritualidad, la fe.

Dice así este poema breve y contundente, esta especie de testamento vital de fray Luis de León: 

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso.