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01 Nov 2020
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Fragmento de Don Juan Tenorio, de José Zorrilla

En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé, entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
«Aquí está don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él.»

De aquellos días la historia
a relataros renuncio:
remítome a la memoria
que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio.
Las romanas, caprichosas,
las costumbres, licenciosas,
yo, gallardo y calavera:
¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas?
Salí de Roma, por fin,
como os podéis figurar:
con un disfraz harto ruin,
y a lomos de un mal rocín,
pues me querían ahorcar.
Fui al ejército de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos.
Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
«Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él .
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba;
y a cualquier empresa abarca,
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.»
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hay escándalo ni engaño
en que no me hallara yo.
Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.
 

Hoy no os traigo un poema, sino un fragmento de una de las obras teatrales más representadas de toda la dramaturgia en español: el Don Juan Tenorio de José Zorrilla (1817-1893). Es también uno de los fragmentos más representativos de la obra, pues en él el protagonista se retrata a sí mismo: libertino, camorrista, fanfarrón, temerario, seductor de mujeres a las que luego abandona…

El del Don Juan es quizás el mito más célebre que ha dado la literatura en español a la cultura universal. No es de Zorrilla, es muy anterior; se le atribuye a Tirso de Molina, en su El burlador de Sevilla y convidado de piedra, una comedia de 1630, aunque hay expertos que sostienen que también Tirso lo toma de autores que lo precedieron. El mito y la obra generan dos epónimos que aún figuran en el Diccionario y que aún hoy son palabras de uso muy frecuente: donjuán (en el DLE, «seductor de mujeres») y tenorio («hombre mujeriego, galanteador, frívolo e inconstante»).

El origen de la obra de Zorrilla también tiene algo de legendario. El vallisoletano la concibió en una noche de insomnio de primeros de 1844, la escribió en apenas 21 días, la estrenó a finales de marzo y malvendió los derechos sin sospechar que iba a ser un éxito clamoroso, que se iba a representar miles y miles de veces en todo el ámbito hispanohablante, y especialmente en días como este, el de difuntos.

La escena es del primer acto de la obra, en una taberna sevillana, La Hostería del Laurel, hacia 1545. Un año antes, dos jóvenes tarambanas, Don Juan Tenorio y Don Luis Mejía, han apostado quién de ellos habrá seducido a más mujeres y matado en duelo a más hombres, y se han emplazado a hoy, a hacer recuento y ver quién ha ganado la apuesta. Tras unos prolegómenos muy bien dialogados por Zorrilla, que era un habilísimo versificador («-¿Estamos listos? -Estamos. -Como quien somos cumplimos. -Veamos, pues, lo que hicimos. -Bebamos antes. -Bebamos»), Tenorio relata sus andanzas…

El largo parlamento está en quintillas, una estrofa de cinco versos octosílabos que riman en consonante con la sola limitación de no usar más que dos rimas diferentes por estrofa y no acabar en pareado. En el fragmento que os traigo, Zorrilla mete una sola frase en cada quintilla, de punto a punto. Algunas son no solo celebérrimas, sino también casi una proclama del personaje, una introspección en voz alta: «Por donde quiera que fui, / la razón atropellé…». «Yo a las cabañas bajé, / yo a los palacios subí…».

Estos versos, que han pronunciado y representado centenares de primeros actores en casi dos siglos, yo los siento así: