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20 Jun 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Espero curarme de ti, de Jaime Sabines

Espero curarme de ti en unos días.
Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible.
Siguiendo las prescripciones de la moral en turno.
Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana?
No es mucho, ni es poco, es bastante.
En una semana se puede reunir todas las palabras de amor
que se han pronunciado sobre la tierra 
y se les puede prender fuego.
Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado.
Y también el silencio. Porque las mejores palabras de amor
están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral
y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero
cuando digo: “qué calor hace”, “dame agua”,
“¿sabes manejar?”, “se hizo de noche”.
Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías,
te he dicho “ya es tarde”, y tú sabías que decía “te quiero”).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo.
Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras:
guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura.
No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana
para entender las cosas. Porque esto es muy parecido
a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

El mexicano Jaime Sabines (1926-1999) es una de las voces poéticas más singulares en castellano de todo el siglo XX. Una de las inconfundibles, una con acento propio.

Nacido en Chiapas, comenzó estudios de Medicina, pero acabó cursando Lengua y Literatura Españolas. No vivía de las letras, tuvo varios oficios, entre ellos el de vendedor de telas. «Me sentía humillado y ofendido por la vida; ¿cómo era posible que estuviese en aquella actividad, la más antipoética del mundo? -escribe en 1953-. Después de dos o tres años, comencé a ser humilde, a decirme: ‘que se vaya al carajo el poeta’». Por fortuna, no fue así. Siguió escribiendo, siguió creando.

En 1973 remató su obra fundamental: Algo sobre la muerte del mayor Sabines. El mayor Sabines era su padre: de origen libanés, había emigrado a Cuba y acabado en México, donde participó en la Revolución que se inicia en 1910, tras las tres décadas y media de dictadura de Porfirio Díaz. La enfermedad del mayor fue larga y dolorosa, para él y para su familia. El poeta la sufre en carne propia. Tardó muchos años en completar el larguísimo poema, una de las más extrañas y bellas elegías de toda la literatura en castellano, para algunos al nivel de las tres grandes del canon: las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique; el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca; y la Elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández.

El larguísimo poema de Sabines a su padre es tumultuoso y heterogéneo como una torrentera. Mezcla metros muy diversos; versos blancos con otros consonantes y asonantes; ausencia de estrofa pautada en muchos pasajes y varios sonetos en otros. «Recurrí a esta forma para concretar mi emoción, como para contenerla en un vaso, porque de lo contrario no hubiera podido escribir nada, sobre todo aquellos primeros días cuando yo sentía su muerte como mi muerte -cuenta el propio Sabines en una especie de prólogo en prosa que acompaña al poema-. León Felipe me dijo que lo destantearon y que le había asombrado que yo pusiera los sonetos. Me preguntó por qué. ‘Sencillamente porque allí estaban. Son como un vaso que hay que llenar. La forma ya está hecha y como mis impulsos se aglomeraban, eran una cosa tremenda, había que vaciarlos en un molde que ya existía. No están escritos a la manera tradicional. Rompo el ritmo de algunos versos pero está hecho a propósito para no caer en una poesía muy manoseada’”. Así es, he aquí uno de ellos, estremecedor: «Morir es retirarse, hacerse a un lado, / ocultarse un momento, estarse quieto, / pasar el aire de una orilla a nado / y estar en todas partes en secreto. / Morir es olvidar, ser olvidado, / refugiarse desnudo en el discreto / calor de Dios, y en su cerrado / puño, crecer igual que un feto. / Morir es encenderse bocabajo / hacia el humo y el hueso y la caliza / y hacerse tierra y tierra con trabajo. / Apagarse es morir, lento y aprisa / tomar la eternidad como a destajo / y repartir el alma en la ceniza».

La muerte es uno de los grandes asuntos poéticos de Sabines. También a su madre le escribió un poema cuando ella falleció, cuatro años después del padre. Se titula Doña Luz, y acaba así: «No somos nada, nadie, madre. / Es inútil vivir / pero es más inútil morir».

Su otro gran tema poético es el amor. Como en este bello y extraño poema que hoy os traigo. Marca de la casa, Sabines en estado puro: lenguaje cotidiano, un poso de amargura, cierto toque de humor y sobre todo mucho sentimiento desnudo y una forma diferente de mirarlo.

Yo lo digo y lo siento así.