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08 Jul 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

El Quevedo satírico

Francisco de Quevedo es mucho más que un literato. Como dijo Jorge Luis Borges, Quevedo es una literatura completa. ¡Ya lo creo! Poeta, novelista, dramaturgo, ensayista de opúsculos de todo tipo: filosóficos, políticos, morales… Y en todas esas ramas, una literatura del máximo nivel. Aquí nos ocupamos de poesía, y hoy, hablando de Quevedo, sólo lo haremos de su poesía satírica. Otro día volveremos con su poesía amorosa, también excelsa. No sólo excelsa: sorprendente en un misógino redomado como era él.

Quevedo. Toda una literatura. Aunque vivió y creó su obra en el paso del siglo XVI al siglo XVII, hace cuatrocientos años, su literatura sigue viva, vivísima. 

Cojo desde recién nacido, con ambos pies deformes, y miope severo desde pequeño, probablemente sufrió por ello burlas y pullas de otros niños. Quizás eso influyó en su carácter: áspero, mordaz, misántropo y misógino. 

Inteligentísimo y precoz, se formó primero en el Colegio Imperial, un centro de los jesuitas muy prestigioso en la época, y después en la Universidad de Alcalá, donde estudió lenguas clásicas, francés, italiano, filosofía, física, matemáticas y teología. Era, además, un lector voraz. Como autor, destacó desde muy joven. Compitió por la supremacía literaria con sus mejores coetáneos, combatió a muchos de ellos con su acerada pluma, especialmente a Góngora… Se metió con casi todos. Dotado como nadie para la sátira y la poesía burlesca, dirigió sus dardos tanto a las personas como a la clase política de su tiempo en general, del rey abajo todos, incluido el rey, lo que le valió enemistades y destierros.

Como poeta, Quevedo también es un universo poliédrico, capaz de hacer los versos de amor más primorosos y sutiles de nuestras letras y al mismo tiempo los más procaces. Los más sentidos y líricos y los más burlescos y paródicos.

Vamos a adentrarnos poco a poco en el Quevedo satírico. Para abrir boca, este poemita corto titulado A un avariento. Dice así:

En aqueste enterramiento
humilde, pobre y mezquino,
yace envuelto en oro fino
un hombre rico avariento.

Murió con cien mil dolores
sin poderlo remediar,
tan sólo por no gastar
ni aun gasta malos humores.

Seguimos con uno de sus sonetos más famosos. Se titula A un hombre de gran nariz, y hay quien cree que ese narigudo al que Quevedo fustigaba era Góngora. Dice así:

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;

Era un reloj de sol mal encarado.
Érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal morado y frito.

A Góngora le dedicó versos mordaces mucho más directos, y el de Córdoba, que tampoco era manco en poesía satírica, le replicó entre otras muchas piezas con esta redondilla en la que de paso le tiraba otra pulla a Lope de Vega. Dice así:

Hoy hacen amistad nueva
más por Baco que por Febo
don Francisco de Quebebo
y Félix Lope de Beba

Volvemos a Quevedo, ahora al Quevedo que dirige sus versos satíricos no a una persona concreta sino al conjunto de los lectores, a todo el que escucha. Es un tipo de sátira que diríamos pública, política. Os traigo dos ejemplos. El primero, su Epístola satírico-censoria al conde-duque de Olivares sobre las costumbres de los castellanos. Es un larguísimo poema en tercetos encadenados que comienza así, seguro que te suena alguno de estos contundentes versos:

No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

El segundo ejemplo de poesía satírica digamos política es también muy largo, pero os lo voy a leer al completo. Vamos a terminar este episodio con este poema, una de las composiciones satíricas más célebres no sólo de Quevedo, sino de la literatura en español en general.

Es una letrilla, una clase de composición creada en nuestro primer siglo áureo, el XVI, y que se consagró en el segundo, el XVII, gracias tanto a Quevedo como a Góngora, entre otros muchos autores. Se divide en estrofas, por lo general de versos octosílabos, que acaban siempre en un estribillo que resume de modo machacón el mensaje de fondo. El estribillo de este poema que os voy a leer, «poderoso caballero es don Dinero», ha pasado a ser parte del acervo popular de uso común para millones y millones de hispanohablantes desde hace ya más de cuatro siglos.

En pocas estrofas, Quevedo lanza una acerada crítica social que retrata a la perfección la España de su tiempo, la de la decadencia del Imperio. Dice así este Poderoso caballero es don Dinero, tan actual:

Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo.
Que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España
y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
es hermoso, aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Es galán y es como un oro,
tiene quebrado el color;
persona de gran valor
tan cristiano como moro;
pues que da y quita el decoro
y quebranta cualquier fuero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Son sus padres principales,
y es de nobles descendiente,
pues que en las venas de Oriente
todas las sangres son reales.
Y pues es quien hace iguales
al duque y al ganadero,
poderoso caballero
es don Dinero.

¿Más a quién no maravilla
ver en su gloria, sin tasa,
que es lo menos de su casa
doña Blanca de Castilla?
Pero pues da al bajo silla
y al cobarde hace guerrero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Sus escudos de armas nobles
son siempre tan principales,
que sin sus escudos reales
no hay escudos de armas dobles;
y pues a los mismos robles
da codicia su minero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos lo guardan de gatos;
y, pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero
es don Dinero.

Y es tanta su majestad,
aunque son sus duelos hartos,
que con haberle hecho cuartos
no pierde su autoridad.
Porque pues da calidad
al noble y al pordiosero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y, pues les hace bravatas
desde una bolsa de cuero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra
(mirad si es harto sagaz)
sus escudos en la paz
que rodelas en la guerra.
Y pues al pobre le entierra
y hace proprio al forastero,
poderoso caballero
es don Dinero.