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13 Mar 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

El pulpo, de Elisabeth Mulder

Una noche soñé que un pulpo me quería.
¡Oh la indecible angustia de aquella aberración!
Nunca he sufrido tanto; cuando amaneció el día
dijérase que había perdido la razón.

¿Alguien ha visto un pulpo acercársele quedo,
asqueroso y lascivo, monstruoso y feroz?
Por vez primera supe qué es ser presa del miedo,
qué es hundirse en la sima de una demencia atroz. 

Él caminaba siempre, y yo huía, yo huía;
sus tentáculos eran como una maldición
caída del infierno sobre la carne mía
que crispaba el espanto de la alucinación.

¡Qué terror! Se me helaban los gritos en la boca.
¡Qué terror! No acertaba ni auxilio a demandar.
Y él avanzaba siempre, y yo, como una loca,
ni siquiera sabía hacia dónde escapar.

Un tentáculo horrible sobre mí iba a caer
como una helada mano blancuzca y amarilla,
cuando al fin dando un grito que sacudió mi ser
desperté sollozando de aquella pesadilla

que me hizo conocer el infierno del pánico,
el dolor de lo innoble, el terror de lo infecto
encarnado en lo inmundo de aquel pulpo satánico,
tenebroso y maldito, misterioso y abyecto.

Si en mis ojos a veces un terror pavoroso
refleja la impotencia de un grito silencioso,
si parece que miro una horrenda visión,
si a veces en mis labios hay un temblor de agonía,
es desde que soñé que un pulpo me quería.
¿Cómo olvidar la angustia de aquella aberración?

 

Hace unas siete décadas, a mediados del siglo XX, la barcelonesa Elisabeth Mulder (1904-1987) estaba considerada como una de las más grandes novelistas de ese tiempo, al nivel o incluso por encima de Ana María Matute o Carmen Laforet, y se la comparaba por la habilidad con que trazaba sus personajes con el británico Somerset Maugham o con la neozelandesa Katherine Mansfield. Hoy apenas la recuerda ni la lee nadie, pese a la gran valía de su obra y pese a varios intentos institucionales por recuperarla. Uno de estos, en 2010, cuando la filóloga Pepa Merlo la incluye, junto a otros 19 nombres, en Peces en la tierra. Antología de mujeres poetas en torno a la Generación del 27, editada por la Fundación José Manuel Lara en su colección Vandalia. Otro, en 2018, cuando otra fundación, la Fundación Santander, publica en su colección Obra Fundamental el volumen, titulado como uno de los primeros poemarios, Sinfonía en rojo, una selección de textos de prosa y poesía de Mulder, en edición del escritor Juan Manuel de Prada. No era la primera vez que De Prada se ocupaba de ella. En 2000 ya había convertido a Mulder en uno de los personajes de su obra Las esquinas del aire, la mezcla de biografía y ficción sobre la poeta, sindicalista, periodista, feminista y atleta Ana María Martínez Sagi, con la que Mulder mantuvo una relación sentimental.

Hija de una puertorriqueña con orígenes italianos y de un médico de origen holandés, Mulder fue una mujer de intensa vida. Pasó su infancia entre Barcelona y Puerto Rico. Estudió piano en el conservatorio de su ciudad natal, con Enrique Granados de profesor. Viajó por América y por Europa. Hablaba español e inglés como lenguas maternas, y alemán, francés, italiano y ruso como lenguas aprendidas. Fue traductora (de Baudelaire, de Shelley, de Puskin, de Keats…), periodista, crítica literaria. Como escritora, se dedicó a la poesía al comienzo de su carrera, y después a la novela, el relato, el teatro, los cuentos infantiles…

Se casó con 17 años con un empresario 34 años mayor que la frenó tanto en su vocación literaria que ella firmaba sus primeras obras y colaboraciones periodísticas con diversos seudónimos: Esfinge, Elena Mitre. Enviudó cuando aún no había cumplido los 30 años.

Sus versos, dice De Prada, son «muy intensos, muy pasionales, casi impúdicos». El poema que hoy os traigo, El pulpo, es muy representativo. Pertenece a su tercer poemario, Sinfonía en rojo, que se publicó en 1929 y que ella misma retiró de las librerías, según algunos estudiosos por presiones o por mandato de su marido, escandalizado entre otras cosas por estos versos concretos en que mostraba su repulsión por el amor físico con los hombres.

Elisabeth Mulder falleció en 1987, en Barcelona. Apenas se habló de ello en la prensa. Llevaba ya muchos años olvidada, fuera de corrillos o corrientes literarias. Unos versos suyos fueron muy premonitorios: «Quiero estar sola. No me importa nada / estar en el mundo ausente. / No me importa vivir tan alejada de la gente. (…) Y no es cansancio, no es indiferencia, / despecho ni rencor: / es que me basta sólo la conciencia / de esta vida interior».

Yo digo y siento así este intenso poema de Mulder que hoy os traigo: