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30 May 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

El intruso, de Delmira Agustini

Amor, la noche estaba trágica y sollozante
cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
tu forma fue una mancha de luz y de blancura.

Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
bebieron en mi copa tus labios de frescura;
y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
me encantó tu descaro y adoré tu locura.

¡Y hoy río si tú ríes, y canto si tú cantas;
y si duermes, duermo como un perro a tus plantas!
¡Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;

y tiemblo si tu mano toca la cerradura;
y bendigo la noche sollozante y oscura
que floreció en mi vida tu boca tempranera!

Escribía versos desde los 10 años, publicaba desde los 16 años, se consagró con poco más de 20. Tuvo una carrera literaria y una vida cortísimas: murió asesinada a tiros por su exmarido a los 27. La uruguaya Delmira Agustini (1886-1914) es una de las principales figuras del modernismo, pero no solo eso: también fue una de las pioneras del feminismo y de la defensa de los derechos de la mujer desde la literatura y una de las renovadoras de la poesía erótica. Rubén Darío, de viaje en Montevideo en 1912, la visitó, quedó encandilado y dijo de ella: «De todas las mujeres que hoy escriben en verso, ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini… Es la primera vez que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación… Si esta niña bella continúa en la lírica revelación de su espíritu como hasta ahora, va a asombrar a nuestro mundo de habla española… pues por ser muy mujer dice cosas exquisitas que nunca se han dicho».

Fue una niña solitaria, educada en su propia casa en música, pintura y francés por profesores particulares. Su madre, muy autoritaria, la marcó de por vida.

Su primer poemario, El libro blanco (1907), con poemas de un erotismo explícito, cayó como un aldabonazo en la sociedad uruguaya de su tiempo, que era a la vez puritana y libertaria, conservadora y progresista. Muchos críticos quedaron sorprendidos y desconcertados. Eran versos que no casaban con los estereotipos femeninos de la época, y mucho menos para una joven de 21 años, soltera y presumiblemente virgen. Con el segundo libro, Cantos de la mañana (1910), y especialmente con el tercero, Los cálices vacíos (1913), aquella primera poesía de la sensualidad y el erotismo fue a más y se llenó de símbolos, de atrevidas imágenes, de sorprendentes metáforas. Y de algo aún más novedoso: la mujer no era ya solo el objeto del deseo sexual, era también el sujeto.

Fue también en aquel 1913 cuando la poeta se casó con un comerciante poco mayor que ella, Enrique Job Reyes, un hombre que veía en los versos de Delmira una debilidad juvenil que se pasaría con el matrimonio. La convivencia duró apenas 53 días. Ella volvió a la casa de los padres, huyendo -dijo- de «la vulgaridad». Interpuso una demanda de divorcio, acogiéndose a una ley recién aprobada, la primera en todo el continente americano. Mientras el divorcio se tramitaba, ella había iniciado una relación epistolar con el intelectual argentino Manuel Ugarte y seguía viendo a Reyes en la intimidad de una habitación alquilada en la que este vivía. El 5 de junio de 1914 fue la sentencia de divorcio. Un mes después, el 6 de julio, él la citó en su apartamento, le disparó dos tiros en la cabeza y se suicidó. Cien años después, en 2014, la ciudad de Montevideo dedicó un memorial, obra del artista Martín Sastre, a Delmira Agustini y a todas las víctimas de violencia de género, y lo colocó en el número 1206 de la calle Andes, el lugar donde su exmarido asesinó a la poeta.

El poema que hoy os traigo es un soneto en alejandrinos, versos de 14 sílabas. Aunque forma parte del primero de sus tres libros, El libro blanco, anticipa ya lo que iba a ser el tercero, el crucial Los cálices vacíos. Delmira dominaba el soneto, lo frecuenta mucho. En endecasílabos y en alejandrinos. Pero también otras estrofas más ligeras. Mirad este fabuloso En silencio, también un poema de amor, pero en un tono más ligero, menos trascendente; y en octosílabos: «Por tus manos indolentes / mi cabello se desfleca; / sufro vértigos ardientes / por las dos tazas de moka / de tus pupilas calientes; / me vuelvo peor que loca / por la crema de tus dientes / en las fresas de tu boca; / en llamas me despedazo / por engarzarme en tu abrazo, / y me calcina el delirio / cuando me yergo en tu vida, / toda de blanco vestida / toda sahumada de lirio».

Yo siento y digo El intruso así: