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15 Jul 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Delmira Agustini: toda alma, toda cuerpo

Escribía versos desde los 10 años, publicaba desde los 16, se consagró con poco más de 20. Tuvo una carrera literaria y una vida cortísimas: murió asesinada a tiros por su exmarido a los 27 años. Hoy vamos a hablar de Delmira Agustini. Y a leerla, y a sentirla.

La uruguaya Delmira Agustini nació cuando al siglo XIX le faltaban 14 años para terminar, y murió cuando el siglo XX aún no había consumido sus primeros 14 años. Fue una niña solitaria, educada en su propia casa en música, pintura y francés por profesores particulares. Tenía escasos contactos con otros niños, pasaba muchas horas embebida en la lectura, la escritura y el piano. Daba largos paseos con sus padres. Su madre, muy autoritaria, la marcó de por vida.

Delmira es una de las principales figuras del modernismo, la corriente literaria en la que reinaron el nicaragüense Rubén Darío, el mexicano Amado Nervo y el peruano José Santos Chocano. Delmira, mucho más joven que todos ellos, no es solo una poeta modernista. Es una de las pioneras del feminismo y de la defensa de los derechos de la mujer desde la literatura y una de las renovadoras de la poesía erótica. 

Dice en uno de sus poemas:


a veces ¡toda! soy alma;
y a veces ¡toda! soy cuerpo

Rubén Darío, de viaje en Montevideo en 1912, la visitó, quedó encandilado y dijo esto de ella, atención: «De todas las mujeres que hoy escriben en verso, ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini… Es la primera vez que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación… Si esta niña bella continúa en la lírica revelación de su espíritu como hasta ahora, va a asombrar a nuestro mundo de habla española… pues por ser muy mujer dice cosas exquisitas que nunca se han dicho». El largo entrecomillado se publicó como pórtico de uno de los libros de Delmira, el tercero y último. 

Su primer poemario, que se titulaba El libro blanco y fue publicado en 1907, incluía poemas de un erotismo explícito. Cayó como un aldabonazo en la sociedad uruguaya de su tiempo, que era a la vez puritana y libertaria, conservadora y progresista. Muchos críticos quedaron sorprendidos y desconcertados. Eran versos que no casaban con los estereotipos femeninos de la época, y mucho menos para una joven de 21 años, soltera y presumiblemente virgen. 

Con su segundo libro, Cantos de la mañana, de 1910, y especialmente con el tercero, Los cálices vacíos, de 1913, aquella primera poesía de la sensualidad y el erotismo fue a más y se llenó de símbolos, de atrevidas imágenes, de sorprendentes metáforas. Y de algo aún más novedoso: la mujer no era ya solo el objeto del deseo sexual, era también el sujeto.

Fue también en aquel 1913 cuando la poeta se casó con un comerciante poco mayor que ella, Enrique Job Reyes, un hombre que veía en los versos de Delmira una debilidad juvenil que se pasaría con el matrimonio. La convivencia duró apenas 53 días. Ella volvió a la casa de los padres, huyendo -dijo- de «la vulgaridad». Interpuso una demanda de divorcio, acogiéndose a una ley recién aprobada, la primera en todo el continente americano. Mientras el divorcio se tramitaba, ella había iniciado una relación epistolar con el intelectual argentino Manuel Ugarte, pero seguía viendo a Reyes en la intimidad de una habitación alquilada en la que este vivía. 

El 5 de junio de 1914 fue la sentencia de divorcio. Un mes después, el 6 de julio, él la cita en su apartamento, le dispara dos tiros en la cabeza y se suicida. La escena, en una habitación repleta de fotografías, pinturas y objetos personales de Delmira, inunda la prensa de la época.

Cien años después, en 2014, la ciudad de Montevideo dedicó un memorial a Delmira Agustini y a todas las víctimas de violencia de género, y lo colocó en el número 1206 de la calle Andes, el lugar exacto donde su exmarido asesinó a la poeta.

Delmira Agustini dominaba el soneto, lo frecuentaba mucho. No sólo el soneto clásico, en versos de once sílabas, en endecasílabos. También el soneto en alejandrinos, en versos de catorce sílabas. O el sonetillo, el soneto en versos de ocho sílabas, en octosílabos. Vamos a ver tres sonetos, los tres de amor, los tres en metros diferentes.

En alejandrinos está este primer soneto que os traigo. Se titula El intruso. Está incluido en su primer poemario, El libro blanco. Es muy bello, dice así:

Amor, la noche estaba trágica y sollozante
cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
tu forma fue una mancha de luz y de blancura.

Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
bebieron en mi copa tus labios de frescura;
y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
me encantó tu descaro y adoré tu locura.

¡Y hoy río si tú ríes, y canto si tú cantas;
y si duermes, duermo como un perro a tus plantas!
¡Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;

y tiemblo si tu mano toca la cerradura;
y bendigo la noche sollozante y oscura
que floreció en mi vida tu boca tempranera!

Los dos tercetos tienen una fuerza extraordinaria, la de la pasión amorosa. Aventuro que el segundo y último te asaltará a menudo a partir de ahora, como a mí desde la primera vez que lo leí:


y tiemblo si tu mano toca la cerradura;
y bendigo la noche sollozante y oscura
que floreció en mi vida tu boca tempranera!

El sonetillo, en versos de ocho sílabas, está en su tercer libro, en Los cálices vacíos. Es también un poema de amor, de sensualidad, como el anterior, pero en un tono más ligero, menos trascendente. Delmira se permite en él algunas licencias: el segundo verso, por ejemplo, queda suelto, no rima con nadie. Pero el conjunto suena y expresa extraordinariamente bien. Se titula El silencio, y dice así:

Por tus manos indolentes
mi cabello se desfleca;
sufro vértigos ardientes
por las dos tazas de moka

de tus pupilas calientes;
me vuelvo peor que loca
por la crema de tus dientes
en las fresas de tu boca;

en llamas me despedazo
por engarzarme en tu abrazo,
y me calcina el delirio

cuando me yergo en tu vida,
toda de blanco vestida
toda sahumada de lirio.

Vamos a acabar este episodio y este repaso y recuerdo a Delmira Agustini con un soneto en endecasílabos. Se titula Tú dormías, y pertenece a su segundo poemario, Cantos de la mañana. Dice así: 

Engastada en mis manos fulguraba
como extraña presea, tu cabeza;
yo la ideaba estuches, y preciaba
luz a luz, sombra a sombra su belleza.

En tus ojos tal vez se concentraba
la vida, como un filtro de tristeza
en dos vasos profundos… yo soñaba
que era una flor de mármol tu cabeza;…

Cuando en tu frente nacarada a luna,
como un monstruo en la paz de una laguna
surgió un enorme ensueño taciturno…

Ah! tu cabeza me asustó… Fluía
de ella una ignota vida… Parecía
no sé qué mundo anónimo y nocturno…