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02 Sep 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Cuatro sonetos memorables de sor Juana Inés


Cabeza y corazón, forma y fondo, técnica y sentimiento. Sor Juana Inés de la Cruz lo tiene todo. Es una de las -y de los- principales poetas de toda la historia de nuestra lengua. Vivió a finales del siglo XVII, fue casi contemporánea de Lope de Vega, de Quevedo, de Góngora, de Calderón. Y ese es su nivel, esos son sus pares. Hubo quien la llamó, con razón, «la décima musa».

Se llamaba Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana. Era novohispana, de Nueva España, el virreinato colonial que formaba parte del Imperio español y que se extendía por amplios territorios de América del Norte, la inmensa mayoría en lo que hoy es México.

Fue niña precoz en leer y en escribir. Con ocho años de edad, ganó una especie de premio literario con una loa religiosa. El premio fue un libro. Destacó de muy joven en la corte de los virreyes de la Nueva España; la propia virreina, Leonor de Carreto, ejerció como su mecenas. Juana Inés repentizaba versos de modo tan brillante que asombraba a la culta e ilustrada corte del virrey.

No menos asombro causó cuando se disfrazó de hombre para entrar en la universidad, vedada por entonces a las mujeres, y cuando rechazada en la academia decidió hacerse monja, primero carmelita, después y ya de por vida en la orden de los jerónimos, como una manera de ser y sentirse más libre que si se hubiese casado.

Ingresa en el Convento de la Orden de San Jerónimo de la Ciudad de México en 1669. La vida no es allí ni austera ni áspera. Las monjas tenían sirvientes y viviendas privadas, muy espaciosas. Los deberes conventuales de sor Juana Inés incluían la asistencia a los oficios divinos, la observancia de las horas canónicas, la enseñanza a niñas. Fue además contadora y archivista. Pero ella dedica la mayor parte de su tiempo al estudio y a la escritura. No sólo estudia lenguas y literatura, sino también astronomía, matemáticas, filosofía, mitología, historia, teología, música, pintura, cocina… Llegó a reunir en su celda instrumentos musicales, mapas, aparatos de medición y de cálculo… y unos 4.000 libros, una colección que llegó a ser considerada la biblioteca más rica de Latinoamérica de aquellos tiempos. Vivía y trabajaba como una intelectual.

Ambas cosas que os contaba, el intento de ser universitaria y el gesto de profesar como religiosa para ser más libre, más muchos de sus poemas, han convertido también a sor Juana Inés en un símbolo de la lucha por los derechos de la mujer, en una especie de feminista temprana, pionera. Uno de sus poemas más célebres, identificado por su primer verso, “Hombres necios que acusáis”, sigue aún hoy totalmente vigente, parece escrito ayer mismo. Está en redondillas, una estrofa de cuatro versos octosílabos muy frecuente en nuestros Siglos de Oro. Es un poema muy largo, son 16 redondillas, solo os leeré las dos primeras. Dicen así:

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

(…)

Sor Juana Inés es un portento de ingenio y de creatividad, de raciocinio y de emociones, y siempre con una gran habilidad técnica. De ella brotan los versos con una naturalidad comparable, e incluso superior, a las estrellas del siglo XVII que antes os citaba: Lope, Quevedo, Góngora, Calderón.

Escribió prosa, escribió piezas teatrales, especialmente autos sacramentales, aunque también comedias muy celebradas, como la famosa Los empeños de una casa, que aún se representa hoy con cierta frecuencia. Va de amores contrariados y de enredos, y algunos expertos han querido ver en la protagonista a la propia sor Juana Inés. Y escribió sobre todo poesía lírica. Mucha de ella, sobre el amor. Mucha, en sonetos, estrofa que domina como casi nadie. Varios de ellos entrarían destacados en cualquier antología universal del género. Cuatro de ellos os traigo hoy.

El primero es muy representativo de la autora y del barroco. ¿Qué es mejor en el amor no correspondido?, se pregunta la poeta. ¿Seguir porfiando por el que no nos hace ningún caso o entregarnos al que no nos interesa? Este soneto es un compendio ejemplar de recursos literarios típicamente barrocos: los retruécanos, las contradicciones, los contrastes, las antítesis… Los juegos de palabras bien construidos y rimados son una de las grandes virtudes de sor Juana Inés. Ahí va el soneto:

Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.

Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo, por mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que, de quien no me quiere, vil despojo.

Sor Juana le dedicó más poemas a este mismo asunto, a ese constante debate personal de si seguir amando a quien nos desprecia y seguir despreciando a quien nos ama o hacer lo contrario. Como en este otro soneto cuyo primer cuarteto dice así: 

Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco.
(…)

El segundo soneto de sor Juana Inés que os traigo completo es también ejemplar, extraordinario y celebérrimo. Trata de otro asunto de amor. ¡Los celos! Dice así: 

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;

y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos:
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

Sor Juana Inés no solo tenía este registro elevado, reflexivo, trascendente, diríamos serio. A veces bajaba a tierra y hablaba sobre asuntos de amor menos espirituales y en un tono jocoso, desenfadado. Mira, por ejemplo, en este tercer soneto que os digo ahora, una de sus más conocidas composiciones satíricas. Todas las rimas se montan en torno a la ch, ese fonema africado palatal tan sonoro, tan musical. Ahí va: 

Aunque eres Teresilla tan muchacha,
le das que hacer al pobre de Camacho,
porque dará tu disimulo un chacho,
a aquel que se pintase más sin tacha. 

De los empleos que tu amor despacha,
anda el triste cargado como un macho
y tiene tan crecido ya el penacho,
que ya no puede entrar si no se agacha.

Estás a hacerle burlas ya tan ducha,
y a salir de ellas bien estás tan hecha,
que, de lo que tu vientre desembucha,

sabes darle a entender, cuando sospecha,
que has hecho, por hacer su hacienda mucha,
de ajena siembra, suya la cosecha.

A mí ese doble registro de sor Juana Inés me recuerda un poco a Quevedo, que también tocaba en sus versos los asuntos más sublimes y los más prosaicos.

Hay dudas sobre cuándo nació sor Juana Inés, si en 1648 o en 1651. Pero sí se sabe con certeza cuándo murió: a las cuatro de la madrugada del 17 de abril de 1695, durante una epidemia de peste. Dos años antes, había dejado de escribir, y aún hoy no están claros los motivos. Hay quien dice que lo decidió ella misma para dedicarse a sus obligaciones como religiosa, a una entrega mística a Jesucristo. Pero hay también quienes sostienen que no fue así, que fue condenada por las autoridades eclesiásticas a dejar de escribir, a deshacerse de su biblioteca y de su colección de instrumentos musicales y científicos y a centrarse en las tareas propias de una monja. 

¿Por qué? Porque en uno de sus últimos textos, la Carta atenagórica, una obra filosófico-teológica en la que criticaba algunos aspectos sociopolíticos del sistema colonial y en la que polemizaba con un predicador jesuita le habrían acarreado problemas con la Inquisición y con el arzobispo. 

Acabo ya, y lo hago con un cuarto soneto memorable. Un soneto que sor Juana Inés escribe a su retrato y que es una reflexión sobre lo cierto y lo falso, sobre lo vivo y lo pintado, sobre la vida, sobre el paso del tiempo… Atentos, especialmente al último verso, tan gongorino. Dice así el soneto:

Este que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.