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04 May 2024
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Carolina Coronado: romántica, feminista, antiesclavista

Nació en Almendralejo en 1820, pasó su infancia en Badajoz, acabó siendo una figura central en la vida cultural y social de Madrid, falleció en Lisboa muy mayor, tenía ya 90 años… Carolina Coronado fue una de las principales figuras del romanticismo español, solo por detrás de Espronceda, de Bécquer, de Rosalía de Castro… Fue, como dijo de ella su sobrino nieto y biógrafo Ramón Gómez de la Serna, la última romántica.

Carolina Coronado fue también una de las primeras feministas de nuestras letras. En su tiempo, a muchas de las que escribían se les tenía poco menos que por trastornadas. Un poema suyo titulado La poetisa en el pueblo refleja el rechazo y las burlas que recibían. Está fechado en Badajoz en 1845; tenía ella, por lo tanto, unos 25 años. Empieza así: 

– ¡Ya viene, mírala! – ¿Quién?
– Esa que saca coplas.
–Jesús qué mujer más rara.
–Tiene los ojos de loca.

Y luego dice el poema:

– Más valía que aprendiera
a barrer que a decir coplas.
– Vamos a echarla de aquí.
– ¿Cómo? – Riéndonos todas.

Otro poema, muy corto, también feminista, dice esto:

¡Oh Dios! nacer mujer es triste cosa,
desventurada suerte nos rodea.
¡Ay infeliz de la que nace hermosa!
Y ¡ay infeliz de la que nace fea! 

Nacida en el seno de una familia burguesa y diríamos progresista, Carolina Coronado fue educada, sin embargo, de un modo tradicional. Ella misma cuenta esto en una carta sobre su infancia en Badajoz: «Mis estudios fueron todos ligeros porque nada estudié sino las ciencias del pespunte y del bordado y del encaje extremeño». Se quejaba incluso de haber tenido que aprender sola y por sus propios medios francés para poder leer a Lamartine e italiano para disfrutar de Petrarca o de Tasso.

Pese a las dificultades, comenzó a escribir versos siendo muy niña, a los 9 años. Los primeros son poco cuidados: mucho sentimiento y espontaneidad, escasa pericia técnica. Pero poco a poco va encontrando su propio camino, su propio estilo.

De sus años juveniles data un amor al que ella llama Alberto. Hay expertos que hasta dudan de su existencia, que creen que no es más que un recurso literario, lírico. Alberto, según la poeta, murió en el mar, en un naufragio. Y ella le escribe este poema, un soneto que titula Siempre tú y que repasa una relación de cuatro años en cuatro meses de diciembre. Dice así:

La niebla del diciembre quebrantaba
del sol los melancólicos fulgores
cuando en mi corazón de tus amores
el acento primero resonaba.

El segundo diciembre se acercaba
trayendo para mí nieblas mayores
que a merced de los vientos bramadores
tu nave en el Atlántico bogaba.

Y el diciembre tercero aparecía
templado, alegre como el mayo hermoso
y eras tú mi suspiro todavía.

El cuarto arrebatado, tempestuoso,
vino a robarme la ventura mía
¡ay! mas no a dar a mi pasión reposo.

El soneto es de 1846. Al año siguiente, en 1847, Carolina le hace un nuevo poema a su amante, fuera de carne y hueso o fuera literario. Son tres cuartetos. Dicen así:

Nada resta de ti… te hundió el abismo…
te tragaron los monstruos de los mares.
No quedan en los fúnebres lugares
ni los huesos siquiera de ti mismo.

Fácil de comprender, amante Alberto,
es que perdieras en el mar la vida,
mas no comprende el alma dolorida
cómo yo vivo cuando tú ya has muerto.

¡¡Darnos la vida a mí y a ti la muerte;
darnos a ti la paz y a mí la guerra,
dejarte a ti en el mar y a mí en la tierra
es la maldad más grande de la suerte!!

La muerte obsesionaba a Carolina Coronado. Quizás porque padecía catalepsia, una afección crónica por la que el cuerpo queda repentinamente inmovilizado. Le obsesionaba el riesgo de ser enterrada viva. 

En el número 21 de la revista Archiletras, Óscar Esquivias y Asís Ayerbe le dedicaron una entrega de su sección Ingrávidos y gentiles a Carolina Coronado. Hablaba en ese texto Óscar de la «frágil salud nerviosa” de la autora que «la llevó, durante su juventud, a pasar largas temporadas de reposo en la Dehesilla de Matamoros, finca que tenía su padre cerca de la ermita de Bótoa, en un paisaje rural que a menudo aparece descrito en sus versos (las encinas, las adelfas, el río Gévora, las tórtolas, las noches de luna)». Esquivias y Ayerbe visitaron, contaron y fotografiaron esos lugares… 

No era la catalepsia la única afección nerviosa de nuestra poeta de hoy. Otra la dejó medio paralítica, cuando vivía en Cádiz. Los médicos recomendaron que trasladara su residencia a Madrid y tomara cerca de la capital aguas medicinales.

Todo cambió en Madrid. Se casó con un diplomático estadounidense, trabó una cierta amistad con la reina Isabel II y convirtió las tertulias en su casa en el centro de reunión de las principales figuras de la literatura y la política de la época. La casa era un palacete en el barrio de Salamanca, construido en una parcela segregada de la finca del marqués que le da nombre al elitista barrio.

Desde esa posición privilegiada en la sociedad de su tiempo, Carolina Coronado impulsó la Hermandad lírica, una especie de red de mujeres escritoras que se llamaban hermanas y se apoyaban mutuamente. Fue un precedente remoto de lo que ahora llamamos sororidad.

Vamos a volver a su poesía, a sus poemas. Como bien dice Óscar Esquivias en el texto de Archiletras que antes os citaba, «quizá el mejor poema de Carolina Coronado sea ‘El amor de los amores’, inspirado en el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, en el que la autora va recorriendo la naturaleza en busca de ese sumo amor con el que anhela fundirse». 

El poema es muy largo, está en endecasílabos. Comienza así:

¿Cómo te llamaré para que entiendas
que me dirijo a ti ¡dulce amor mío!
cuando lleguen al mundo las ofrendas
que desde oculta soledad te envío?…

A ti, sin nombre para mí en la tierra
¿cómo te llamaré con aquel nombre,
tan claro, que no pueda ningún hombre
confundirlo, al cruzar por esta sierra?

(…)

Añade esto Esquivias en su comentario: «Es una obra en la que (como sucede con san Juan) el lenguaje divino tiene a menudo una apariencia tremendamente humana y carnal, llena de pasión».

Pasión hay también, y en este caso pasión cívica, en el poema de Carolina Coronado con que vamos a terminar. Es un poema antiesclavista. Son unos versos muy representativos de esta mujer pionera en el apoyo a buenas causas. 

Es un soneto. Es de 1868, justo de cuando en España acababa de producirse la Gloriosa, una revolución que supuso la caída de Isabel II y el comienzo de lo que se conoce como Sexenio Democrático, primero con la monarquía parlamentaria de Amadeo de Saboya y después con la Primera República.

La revolución fue en septiembre, y el soneto se da a conocer y se declama en público el 14 de octubre. Provoca un gran escándalo político. Coronado, que había sido una de las intelectuales que impulsaron el cambio de régimen -«Sonó la libertad, ¡Bendita sea!», dice uno de los versos- y era directiva, con Concepción Arenal, de la Sociedad Abolicionista, recuerda a sus compañeros de revolución que aún queda una enorme mancha en nuestra vida pública: el esclavismo en las provincias americanas de Puerto Rico y Cuba. Los dos versos finales del soneto son muy contundentes: «¡O borras el baldón que horror inspira, / o esa tu libertad, pueblo, es mentira!».

El soneto completo dice así:

Si libres hizo ya de su mancilla
el águila inmortal los africanos,
¿por qué han de ser esclavos los hermanos
que vecinos tenéis en esa Antilla?

¿Qué derecho tendrás, noble Castilla,
para dejar cadenas en sus manos,
cuando rompes los cetros soberanos
al son de libertad que te acaudilla?

No, no es así: al mundo no se engaña.
Sonó la libertad, ¡bendita sea!
Pero después de la triunfal pelea,

no puede haber esclavos en España.
¡O borras el baldón que horror inspira,
o esa tu libertad, pueblo, es mentira!