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27 Mar 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Cántico doloroso al cubo de la basura, de Rafael Morales

Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hizo redonda la ternura,
se hizo redonda, suave y dolorosa.

Cada cosa que encierras, cada cosa,
tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
su delicada cinta leve y rosa.

Aquí de una manzana verde y fría
un resto llora, zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.

Oh, viejo cubo sucio y resignado:
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y lo olvidado.

El poeta que hoy os traigo, el talaverano Rafael Morales (1919-2005), es uno de los grandes de la generación de postguerra. Y entre los grandes, quizás el más singular y -como hoy diríamos- trasversal. Tuvo su etapa en la llamada poesía arraigada -una corriente clasicista y tradicional; optimista, serena, de perfección y orden; cercana a los ganadores de la guerra civil y apoyada por sus jerarcas- y tuvo también otra en la corriente contraria, la poesía desarraigada, más social, angustiada, pesimista, desazonada, perdedora.

Morales había sido el miembro más joven de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, la organización creada en los primeros días de la guerra civil por una serie de escritores, artistas, investigadores y científicos para denunciar «la barbarie» del levantamiento militar contra la República y declarar su «identificación plena y activa con el pueblo, que ahora lucha generosamente al lado del Gobierno del Frente Popular». Colaboró también en El mono azul, una de las más populares revistas que se publicaban en el bando republicano. Muchísimos otros intelectuales de parecido perfil y trayectoria salieron al exilio tras la guerra, pero Morales se quedó. Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, se especializó en Literatura Portuguesa en la Universidad de Coimbra y desplegó una intensísima actividad profesional en el ámbito cultural: en editoriales de libros y de revistas, como crítico literario, como profesor, en el Ateneo de Madrid…

Su primer poemario, Poemas del toro, de 1943, causó un cierto impacto en aquel Madrid sombrío de los primeros años de la postguerra. El toro de Morales no es un toro de taurinos o de corridas de toros. Es más bien un toro icono, tótem, rito, mito. Un toro literario que bebe en el toro metáfora de Miguel Hernández, que había muerto poco antes en una cárcel franquista.

Gran sonetista -como Hernández-, gran conocedor de los clásicos, Morales definió su ideal poético como un afán permanente para asemejarse a lo que él llamaba la «tríada divina» de la poesía de nuestro Siglo de Oro: «Decir con la belleza de Góngora, pensar con la hondura de Quevedo, sentir con la sensibilidad de Lope». Mucho consiguió. Su obra ha sido traducida a muchos idiomas -el francés, el alemán, el italiano, el checo…- y ha sido estudiada en numerosas tesis doctorales.

Este Cántico doloroso al cubo de la basura que hoy os traigo pertenece a un poemario de madurez, Cancionero del asfalto, publicado en 1954 y con el que logró el Premio Nacional de Literatura. «Con este libro —escribió años después Morales— culminaba claramente intensificada una faceta importante y representativa de mi poesía, la que muestra la atención a personas, animales, vegetales y objetos que son sencillos, humildes, despreciados e incluso feos y sin tradición poética, elementos que nunca han llegado a desaparecer del todo de lo que he escrito posteriormente». La crítica lo emparentó con otro libro de ese mismo 1954 dedicado a las cosas humildes, el célebre Odas elementales, de Pablo Neruda.

He dudado si de Morales traeros este Cántico doloroso al cubo de la basura o si optar por otro bellísimo poema perteneciente al mismo libro y dedicado a otro objeto humilde: el Soneto triste para mi última chaqueta. Os gustará, dice así: «Esta tibia chaqueta rumorosa / que mi cuerpo recoge entre su lana / se quedará colgada una mañana, / se quedará vacía y silenciosa. / Su delicada tela perezosa / cobijará una sombra fría y vana, / cobijará una ausencia, una lejana / memoria de la vida presurosa. / Conmigo no vendrá, que habré partido, / y entre su mansa lana entretejida / tan sólo dejaré mi propio olvido. / Donde alentara la gozosa vida / no alentará ni el más pequeño ruido, / sólo una helada sombra dolorida». Tenía incluso preseleccionado un tercer poema de Morales. Si titula Los que recuerdan, es más duro y pesimista, corto e intenso, pura poesía desarraigada. Dice así: «Recordar es volver, es ser ya otro, / aquel que se ha perdido, que se ha muerto. / No es volver a vivir, es ser lo ido, / lo que se acabó, lo que no es nuestro. / Recordar es morir, vivir la niebla / de lo que fuimos ya, de lo que fueron / aquellos que quisimos y quedaron / borrados de las horas y los sueños».

Reproducidos quedan los tres. El primero, el Cántico doloroso…, yo lo digo y lo siento así: