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29 Jul 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Bretón de los Herreros, ingenio y jocosidad

Es mucho más conocido, y más relevante en la historia de nuestra literatura, como dramaturgo que como poeta. Pero el riojano Manuel Bretón de los Herreros es un poeta interesante. De segundo nivel, pero interesante. Ahora lo vemos.

Situémonos en el tiempo. Bretón nació a finales del siglo XVIII, en 1796, y murió en 1873, cuando el siglo XIX ya llevaba consumidas casi tres cuartas partes de su tiempo.

Antes que la de las letras, Bretón intentó la carrera de las armas. Con poco éxito. Se había alistado como voluntario, muy joven, a luchar contra los franceses en la Guerra de la Independencia, y completó diez años de carrera militar. Sin fortuna, con poco progreso económico. Incluso con alguna dolorosa pérdida: la de un ojo en un duelo en 1818, en Jerez. Lo contó él mismo así, en una quintilla que ya dice mucho de su estilo y sus maneras: 

Dejome el sumo poder,
por gracia particular
lo que había menester:
dos ojos para llorar
y uno solo para ver.

Como no consiguiera ascensos que le hicieran progresar en el escalafón y en los ingresos, quizás por sus ideas liberales, en 1822 se licenció de la milicia y se buscó la vida en otros campos. Dio tumbos por tierras valencianas con varios oficios administrativos. Volvió ocasionalmente a las armas incorporándose a las tropas del general Torrijos en la defensa de Cartagena tras la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis para imponer a Fernando VII como rey absolutista. Se ocultó un tiempo en su tierra natal tras la derrota de los liberales. Y en 1823 se plantó en Madrid para quedarse y hacer carrera en el mundo de las letras. 

Le costó, pero lo logró. Como escritor, como crítico teatral, como periodista, como traductor e incluso como lo que hoy llamamos gestor cultural. Acabó siendo director de La Gaceta de Madrid, el antecedente del BOE; director de la Imprenta Nacional; director y bibliotecario mayor de la Biblioteca Nacional, y secretario perpetuo de la Real Academia Española. Su habilidad como traductor y como dramaturgo fueron sus principales ascensores sociales y profesionales. 

En sus comedias, en las que busca sobre todo comicidad y moralidad, refleja muy bien la vida de la sociedad madrileña durante los reinados de Fernando VII y de Isabel II. Se ha escrito, con bastante razón, que sus personajes son algo planos, obvios, previsibles: “hidalgos dignos y arruinados, galanes enamoradizos, viudas que pasan por estrecheces económicas, patronas, andaluzas engañadoras, coquetas redomadas, lechuguinos, paletos provincianos de buen corazón, militares sin dinero”. Pero lo cierto es que con ellos logró Bretón grandes éxitos de público y evolucionó el teatro español. Lo llevó desde la comedia neoclásica o moratiniana -de Moratín hijo, el de El sí de las niñas– a la llamada alta comedia, la de autores como Adelardo López de Ayala, Manuel Tamayo y Baus o Patricio de la Escosura.

Hoy apenas se representan, pero comedias de Bretón de los Herreros como Marcela, o ¿a cuál de los tres?Muérete y verás o El pelo de la dehesa fueron famosas y muy populares. 

Nos detenemos un momento en la primera de ellas, la titulada Marcela, o ¿a cuál de los tres?, que es de 1830. Va de una viuda que baraja volver a casarse y duda entre tres pretendientes. En un pasaje, nos encontramos esta décima, todo un canto a la libertad de la mujer, poco frecuente en la época:

Boda quiere la soltera
por gozar su libertad,
y mayor cautividad
con un marido la espera.
En todo estado y esfera
es la mujer desgraciada;
sólo es menos desdichada
cuando es viuda independiente,
sin marido ni pariente
a quien viva sojuzgada.

No sólo sus comedias. El propio Bretón fue muy popular en el Madrid de su tiempo. Una anécdota dice mucho de él y de su poesía. Uno de sus vecinos era el doctor Pedro Mata y Fontanet, padre de la medicina forense en España y también escritor. Estaba harto este médico de que a altas horas de la noche llamaran por error a su puerta algunos de los juerguistas amigos que visitaban al juerguista Bretón de los Herreros, y puso en su cancela un cartelito que decía así: “No vive en esta mansión / ningún poeta bretón”. A lo que el aludido contestó con este otro cartel:

Vive en esta vecindad
cierto médico poeta
que al final de la receta
firma Mata y es verdad.

Como poeta, en efecto, Bretón se ocupa casi siempre de temas poco o nada trascendentes. Es un poeta de juegos de ingenio, de jocosidades con asuntos banales. Tenía gran facilidad para versificar, escribía versos desde los cinco años de edad. Fueron muy populares sus epigramas. El epigrama es una composición poética breve de carácter festivo o satírico. Mira este, que Bretón dedica “a un mal actor, sordo por añadidura”: 

Eres oprobio del arte,
y sordo; que es lo peor.
Ni aun tiene el espectador
el consuelo de silbarte.

O como este otro, dedicado “a un recién poeta de pocas esperanzas”: 

Voy a hablarte ingenuamente.
Tu soneto, don Gonzalo,
si es el primero, es muy malo;
si es el último, excelente. 

Además del epigrama, Bretón frecuentaba la letrilla, esa otra composición típica de la poesía satírica que se divide en estrofas que acaban siempre en un estribillo. Ahí va una de las más conocidas del riojano: 

Tanta es, niña, mi ternura,
que no reconoce igual.
Si tuvieras un caudal
comparable a la hermosura
de ese rostro que bendigo,
me casaría contigo.

Eres mi bien y mi norte,
graciosa y tierna Clarisa,
y a tener tú menos prisa
de llamarme tu consorte,
pongo al cielo por testigo,
me casaría contigo.

¿Tú me idolatras? Convengo.
Y yo, que al verte me encanto,
si no te afanaras tanto
por saber qué sueldo tengo
y si cojo aceite o trigo,
me casaría contigo.

A no ser porque tus dengues
ceden solo a mi porfía
cuando, necio en demasía,
para dijes y merengues
mi dinero te prodigo,
me casaría contigo.

A no ser porque recibes
instrucciones de tu madre,
y es forzoso que la cuadre
cuando me hablas o escribes,
o me citas al postigo,
me casaría contigo.

Si cuando solo al bandullo
regalas tosco gazpacho,
haciendo de todo empacho,
no tuvieras más orgullo
que en la horca don Rodrigo,
me casaría contigo.

Si después de estar casados,
en lugar de rica hacienda,
no esperase la prebenda
de tres voraces cuñados
y una suegra por castigo,
me casaría contigo.

Si, conjurando la peste
que llorar a tantos veo,
virtudes que en ti no creo,
de cierto signo celeste
me pusieran al abrigo,
me casaría contigo.

Vamos a acabar este episodio con un soneto muy muy Bretón. Un soneto ¡a la pereza! En sus versos encontramos mucho más la ironía y la sátira que la lírica o la elegía, más el ingenio que el sentimiento. En la mayor parte del tiempo de Bretón, la literatura neoclásica aún pesaba mucho en las letras españolas, y la romántica no acababa de llegar. Este soneto titulado a la pereza, tiene una peculiaridad muy ocurrente, muy afín al tema glosado. Atentos al verso final: 

¡Qué dulce es una cama regalada!
¡Qué necio el que madruga con la aurora,
aunque las musas digan que enamora
oír cantar a un ave la alborada!

¡Oh qué lindo en poltrona dilatada
reposar una hora, y otra hora!
Comer, holgar…, ¡qué vida encantadora
sin ser de nadie, y sin pensar en nada!

¡Salve, oh Pereza! En tu macizo templo
ya, tendido a la larga, me acomodo.
De tus graves alumnos el ejemplo

me arrastra bostezando; y de tal modo
tu estúpida modorra a entrarme empieza,
que no acabo el soneto… de per…