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03 Jun 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Berceo, poeta y publicista


Quizás sí, quizás Gonzalo de Berceo era un cura medieval bonachón, sencillo, ingenuo. Muy piadoso, simpático, amigo incluso del buen vino. Pero quizás era también muchas más cosas. Un poeta excelente, el primero de nuestra historia del que conocemos nombre y apellido, y un experto de la publicidad y del marketing cuando ni se habían inventado esas ciencias. Ahora os cuento.

¿Quién no ha escuchado alguna vez estos versos?

Yo maestro Gonçalvo de Verceo nomnado,
yendo en romería caeçí en un prado,
verde e bien sençido, de flores bien poblado,
logar cobdiçiaduero pora omne cansado.

O estos otros:

Quiero fer una prosa en román paladino,
en la cual suele el pueblo fablar a su vecino;
ca no so tan letrado por fer otro latino.
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.

Con Gonzalo de Berceo, que nació hacia 1198 y murió hacia 1264, la poesía en español -en romance, como él mismo dice- lleva por primera vez nombre y apellido. Toda la poesía anterior a esa primera mitad del siglo XIII es anónima: las jarchas, los poemas de los juglares ambulantes, los cantares de gesta, el Poema de Mío Cid… De Berceo no sólo sabemos su nombre y muchos de sus datos biográficos. Vemos también que con él nuestra literatura sube a un gran nivel. Bien se observa, en el fondo y en la forma, en el aliento poético y en la pericia técnica, en esos dos fragmentos sueltos con que hemos empezado el episodio de hoy de Poemas sentidos. Los dos son cuadernas vía, una estrofa también llamada tetrástrofo monorrimo: cuatro versos alejandrinos (de 14 sílabas cada uno) con una misma rima. Es la estrofa estelar del mester de clerecía, la veremos también en el Arcipreste de Hita, que vivió y creó un siglo después que Berceo.

A Berceo se le tuvo durante mucho tiempo por un cura bonachón, sencillo, ingenuo. Muy piadoso, casi santurrón. Nada intelectual, poco formado. Siempre de buen humor, simpático. Amigo incluso del buen vino… El modelo perfecto de la sencillez castellana medieval. Así nos lo pintaron durante siglos y siglos otros autores y los historiadores de la literatura, basándose en lo que el propio Berceo contó de sí mismo. Hasta que hace medio siglo vinieron a ponerle unos cuantos matices a ese retrato otros expertos, entre ellos y sobre todo un hispanista británico, Brian Dutton.

Nacido en el pequeño pueblo hoy riojano del que toma su nombre, Berceo se educó y pasó buena parte de su vida en el monasterio cercano de San Millán de la Cogolla, donde se guardaba el sepulcro de éste, de san Millán. 

Millán fue un santo de culto inicialmente sólo local, pero, gracias entre otros a nuestro poeta, acabó teniendo tirón tan amplio que fue proclamado santo patrón de Castilla, como Santiago patrón de León, y ambos juntos oficialmente copatronos de España durante muchos siglos. 

La fama de Millán, que había vivido en el siglo VI, le llega tras la batalla de Simancas, un enfrentamiento bélico en el año 939 entre las tropas de una coalición cristiana encabezada por el rey de León, Ramiro II, al que acompañaba Fernán González, el conde de Castilla, y los musulmanes asentados en Córdoba del califa Abderramán III. Pocos días antes de la batalla hubo un eclipse de sol que sembró el terror en ambas huestes. El choque fue violentísimo y se prolongó durante varios días. Al principio, las cosas van mal para los del norte; las tropas califales son muy poderosas. Pero, de pronto, los exhaustos y casi vencidos cristianos creen ver aparecer entre los suyos, para auxiliarlos, a dos santos invencibles, san Millán y Santiago, y renuevan de tal modo sus ímpetus que ganan la batalla.

La leyenda del milagro de la batalla la lanzan algunos cronistas y poetas anónimos coetáneos a los hechos y la adornan y recrecen al paso de los siglos muchos otros. Entre estos últimos, un monje del monasterio de San Millán llamado Fernando y casi coetáneo de Berceo, por lo que es muy probable que éste lo conociera y lo tratara. El tal Fernando no se quedó sólo en loar al santo local. Dio un paso más, un paso gigantesco y tramposo: creó unos documentos falsos por los cuales el conde Fernán González, agradecido con san Millán por sus ayudas en Simancas y en otras batallas, habría concedido al monasterio de San Millán de la Cogolla un privilegio por el cual toda Castilla y parte de Navarra debía pagarle tributos.

Berceo, que probablemente no era tan candoroso ni tan desinteresado en su piedad y en sus versos como nos lo pintaron, se basa en esas falsificaciones de Fernando para escribir una de sus más famosas obras poéticas: la Vida de San Millán de la Cogolla, elaborada en parte a mayor gloria de la poesía y de san Millán, seguro, pero también a beneficio de las arcas del monasterio en el que el poeta vivía y para el que trabajaba. A este fin, el poeta llega incluso a llamar al santo «el bon campeador», evocando al Cid, una de las figuras legendarias castellanas en aquel momento más prestigiosas.

Por aquel entonces, los monasterios competían de modo desaforado entre sí en un mercado muy duro, muy reñido, pero de gran rentabilidad económica. Competían no sólo en lograr fama de milagreros y sagrados, sino también en quién tenía más vínculos en su origen o en su historia con algunos de los mitos fundacionales castellanos, con los héroes y las leyendas. Los prestigios así ganados se convertían en peregrinaciones y donaciones de los fieles, en vil metal.

En tiempos de Berceo, su monasterio estaba en decadencia y competía sobre todo con otro centro, el monasterio burgalés de San Pedro de Arlanza. Ambos cenobios, por ejemplo, decían tener entre sus paredes los sarcófagos de los siete infantes de Lara, protagonistas de una de las leyendas más famosas de la Alta Edad Media peninsular. Y mientras Berceo escribía en San Millán sobre su santo fundador, un monje anónimo creaba en San Pedro de Arlanza el Poema de Fernán González para disputarle las leyendas, los milagros, los privilegios y el dinero al de San Millán de la Cogolla, que hacía caja con maniobras como la del falsificador Fernando. El Poema del monje anónimo de Arlanza y la Vida de San Millán de Berceo son, en conclusión, literatura propagandística y directamente enfrentada, son parte de lo que hoy llamaríamos los respectivos planes de marketing de uno y otro monasterio.

Berceo no es famoso y valorado, sin embargo, por esa Vida de San Millán. No es su mejor obra. Su cima la alcanza en los Milagros de Nuestra Señora, un conjunto de poemas en loor «a la Virgo María, madre del buen Criado». Son gran literatura, nuestra primera gran literatura con autor conocido.

El culto y la devoción a la Virgen estaba alcanzando en aquella época su mayor auge en toda la historia de la Iglesia. Las composiciones literarias sobre milagros de la Virgen son también muy frecuentes y abundantes en esos tiempos. En prosa y en verso, en muchos países, y escritas al principio todas ellas en latín. Esos milagros marianos, creados inicialmente por escritores anónimos, servían a los predicadores para llenar sus sermones de anécdotas y captar mejor la atención de sus fieles, a los que se entretenía y a la vez se adoctrinaba. Como se diría después, era deleitar aprovechando.

Tanto la doctrina como las composiciones literarias, todo el marianismo, habían llegado a San Millán de la Cogolla, que no sólo contaba con una extensa biblioteca, sino que además estaba muy cerca, a apenas quince kilómetros, del Camino de Santiago, la principal vía de comunicación por la que en tiempos de Berceo circulaban los hombres y las ideas. En el mismo Camino tenía el monasterio una sucursal, una delegación, una especie de subsede: en el siglo XI, el centro de San Millán había adquirido el hospital de peregrinos de Azofra, cerca de Nájera. No era una inversión inmobiliaria cualquiera. Era estratégica. No sólo para captar ideas, también dinero. Por Azofra pasaban ingentes cantidades de romeros que iban o volvían de Santiago, y allí se les convencía para que se desviaran de su camino apenas tres leguas para visitar y dejar sus limosnas en el celebérrimo monasterio de San Millán, donde estaba el sepulcro, no lo olvidemos, de un santo de tanto nivel como Santiago. Berceo probablemente era con sus poemas un agente de esa estrategia; un agente de primer orden.

Berceo no es original en sus milagros marianistas. Los veinticinco que narra en sus versos tienen tradición literaria anterior en latín. Tampoco era el único que se dedicaba a ese género entre nosotros. En ese mismo siglo XIII, el rey Alfonso X el Sabio compone en gallego sus Cantigas de Santa María. Pero Berceo da a todo, al género y a los milagros concretos que recrea, un aire nuevo y una altura poética muy elevada. Es muy hábil versificando, rima y medida son técnicamente perfectas, usa una gran variedad léxica, dramatiza muy bien las escenas y, sobre todo, sabe escribir para el pueblo, para el gran público, y lograr su complicidad y su atención con recursos que nadie había utilizado antes de modo tan atinado. Tiene mucho talento natural, pero también tiene muchos conocimientos, mucha experiencia, muchas tablas. De clérigo simple, ingenuo y casi iletrado, nada de nada.

Dice así otra de sus cuadernas vía:

En el nomne precioso del Rey omnipotent
que faze sol e luna nacer en orïent,
quiero fer la passión de señor sant Laurent,
en romanz, que la pueda saber toda la gent.

Ese «román paladino en el cual suele el pueblo fablar a su vecino» que veíamos antes es el castellano, la lengua romance que ya en esos años de Berceo es la lengua más extendida en la península. Y como dice en esta última estrofa, escribe «en romanz», en castellano, para que le entienda «toda la gent». Y dice en otra que no es «tan letrado» como para hacer versos en latín. Probablemente era mentira. Su monasterio tenía una gran biblioteca, casi toda en latín, y todos los milagros marianistas que él recrea seguramente los ha estudiado en esa lengua. Hay expertos que sostienen que Gonzalo de Berceo se formó, en latín, en los Estudios Generales de Palencia, la primera universidad que se funda en la península, y que era allí donde había obtenido ese título de «maestro» con que se nombra a sí mismo: «Yo maestro Gonçalvo de Berceo nomnado…». Hay otros expertos que sostienen que tenía grandes conocimientos administrativos y legales, y aun otros que plantean si no era notario…

Entonces, ¿por qué mentía, por qué se disfrazaba Berceo de cura simple y casi ignorante? Es una técnica de orador, de predicador: por captar la benevolencia del público, por ganarse al lector poniéndose a su nivel, presentándose como un intermediario entre los clérigos sabios y el vulgo iletrado. No sólo le habla en su idioma y con ingenuidad (hoy sabemos que impostada), sino que muchas veces usa incluso la jerga popular coloquial, sus modismos, sus refranes, sus frases hechas. Es afectivo, cariñoso, cercano, a veces incluso humorístico. Usa los diminutivos que utiliza el pueblo, con valor afectivo, como quizás nadie nunca en la literatura española. Y pide al público una recompensa acorde con todo ello: «Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino».

A menudo, Berceo llama cariñosamente la atención al público, para que no se le distraiga. «Sennores e amigos, por Dios e caridat, / oíd otro milagro, fermoso de verdat», comienza uno de sus poemas. «Amigos, si quissiéssedes un poco atender, / un precioso miraclo vos querría leer», arranca otro. Oídme, atendedme. Estas y otras formas similares son frecuentes en su obra. Por estos y por otros versos, parece que tiene al público delante. Berceo, y como Berceo otros poetas del mester de clerecía, ¿recitaba en público sus versos, como antes los juglares del mester de juglaría? ¿A qué fin? Los expertos están divididos. Hay quien asegura que no, que no es más que una técnica literaria de proximidad al lector, de cercanía, un recurso de predicador. Y hay quien sostiene lo contrario y monta incluso toda una teoría que nos pinta de nuevo a Berceo con trazos diferentes a los tradicionales. Según estos expertos, no sólo la Vida de San Millán, sino prácticamente toda la obra de nuestro poeta de hoy estaba hecha con fines propagandísticos, mercadotécnicos, mercantiles, para promocionar su monasterio.

Sea como fuere, Berceo no es solo, en definitiva, nuestro primer gran poeta, de altísima calidad lírica y técnica, sino también uno de nuestros primeros genios de la publicidad y del marketing.

Comenzábamos este episodio con lo de «Yo maestro Gonçalvo de Verceo nomnado…». Es uno de los primeros versos de los Milagros de Nuestra Señora. Pertenece a la introducción, a un largo poema alegórico en el que el autor se presenta a sí mismo en una naturaleza idealizada, descanso del hombre, que simboliza las virtudes y perfecciones de la Virgen. No lo vamos a leer entero, solo algunas estrofas. Mira qué pericia y habilidad la de Berceo, con qué belleza nos muestra esa naturaleza:

Amigos e vassallos de Dios omnipotent,
si vos me escuchássedes por vuestro consiment,
querríavos contar un buen aveniment:
terrédeslo en cabo por bueno verament.

Yo maestro Gonçalvo de Verceo nomnado,
yendo en romería caeçí en un prado,
verde e bien sençido, de flores bien poblado,
logar cobdiçiaduero pora omne cansado.

Davan olor sovejo las flores bien olientes,
refrescavan en omne las [carnes] e las mientes,
manavan cada canto fuentes claras corrientes,
en verano bien frías, en ivierno calientes.

Avién y grand abondo de buenas arboledas,
milgranos e figueras, peros e mazanedas,
e muchas otras fructas de diversas monedas,
mas no avié ningunas podridas [nin] azedas.

La verdura del prado, la odor de las flores,
las sombras de los árbores de temprados savores,
refrescáronme todo e perdí los sudores:
podrié vevir el omne con aquellos olores.

Nunqua trobé en sieglo logar tan deleitoso,
nin sombra tan temprada, [nin] olor tan sabroso:
descargué mi ropiella por yazer más viçioso,
poséme a la sombra de un árbor fermoso.