PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

09 Mar 2024
Compartir

Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Baltasar del Alcázar, poeta disfrutón

«La ensalada y salpicón / hizo fin; ¿qué viene ahora? / La morcilla. ¡Oh, gran señora, / digna de veneración!». Los cocineros, los restauradores y los gastrónomos deberían nombrar santo patrón laico de su gremio al autor de estos versos. Se llama Baltasar del Alcázar, vivió y creó hace casi cinco siglos, pero sus poemas siguen hoy tan frescos que nos despiertan el apetito, el disfrute y el buen humor.

Ser poeta en español en el siglo XVI era un oficio de riesgo. De riesgo de pasar inadvertido. Cuando estás rodeado en el tiempo de poetas como Garcilaso, Boscán, Cetina, Herrera, Aldama, Ercilla, fray Luis, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús… es muy difícil pasar a la historia de la literatura, incluso a la letra pequeña. 

Es el caso del poeta que hoy os traigo: Baltasar del Alcázar. Fue contemporáneo de todos esos genios que antes os enumeraba. Por si fuera poco, cuando falleció, ya a principios del siglo XVII, era Baltasar un poeta inédito y ya empezaban a destacar los luego aún más estelares Lope de Vega, Quevedo y Góngora.    

Baltasar del Alcázar, que había nacido en Sevilla en 1530, era cuando murió, en Ronda (Málaga), un soldado de larga trayectoria y un poeta inédito y muy poco conocido. Lo lanzó a un cierto estrellato literario póstumo un amigo, el pintor Francisco Pacheco. Este, Pacheco, no era un cualquiera. Era el maestro y suegro nada menos que de Velázquez, el pintor maestro de pintores.

Pacheco le añadió al texto de los poemas un retrato de su creación, el único retrato que se conserva de Del Alcázar. Del manuscrito, que se ha perdido, se hicieron copias y más copias, y nuestro poeta de hoy acabó siendo alabado por Cervantes, por Gracián, por Quevedo, por Lope, por Góngora… por todos los grandes de la siguiente generación. De él, y sobre todo de sus epigramas, bebieron los mejores de la poesía satírica, burlesca, paródica, hedonística y humorística del segundo de nuestros Siglos de Oro, el XVII. En él se inspiran, incluso, algunos de los fabulistas del siglo XVIII.

Baltasar del Alcázar era un hombre jovial, un epicúreo, un disfrutón. Tenía dos grandes pasiones: la buena mesa y las mujeres. En uno de sus más célebres poemas, que se titula Preso de amores, une ambos asuntos. Comienza diciendo así:

Tres cosas me tienen preso
de amores el corazón:
la bella Inés, el jamón,
y berenjenas con queso.

No es este que os acabo de decir su principal poema digamos gastronómico. El más famoso es el titulado Una cena o La cena jocosa. Está en redondillas, una estrofa de cuatro versos octosílabos que riman el primero con el cuarto y el segundo con el tercero. Atentos, que el poema es largo y muy divertido. Dice así:

En Jaén, donde resido,
vive don Lope de Sosa
y diréte, Inés, la cosa
más brava de él que has oído.

Tenía este caballero
un criado portugués…
Pero cenemos, Inés,
si te parece primero.

La mesa tenemos puesta,
lo que se ha de cenar junto,
las tazas del vino a punto:
falta comenzar la fiesta.

Comience el vinillo nuevo
y échole la bendición;
yo tengo por devoción
de santiguar lo que bebo.

Franco, fue, Inés, este toque,
pero arrójame la bota;
vale un florín cada gota
de aqueste vinillo aloque.

¿De qué taberna se trajo?
Mas ya…, de la del Castillo,
diez y seis vale el cuartillo,
no tiene vino más bajo.

Por nuestro Señor, que es mina
la taberna de Alcocer;
grande consuelo es tener
la taberna por vecina.

Si es o no invención moderna,
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna.

Porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo,
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voyme contento.

Esto, Inés, ello se alaba,
no es menester alaballo;
sólo una falta le hallo
que con la priesa se acaba.

La ensalada y salpicón
hizo fin: ¿qué viene ahora?
La morcilla, ¡oh gran señora,
digna de veneración!

¡Qué oronda viene y qué bella!
¡Qué través y enjundia tiene!
Paréceme, Inés, que viene
para que demos en ella.

Pues, sus, encójase y entre
que es algo estrecho el camino.
No eches agua, Inés, al vino,
no se escandalice el vientre.

Echa de lo tras añejo,
porque con más gusto comas,
Dios te guarde, que así tomas,
como sabia mi consejo.

Mas di, ¿no adoras y aprecias
la morcilla ilustre y rica?
¡Cómo la traidora pica;
tal debe tener de especias!

¡Qué llena está de piñones!
Morcilla de cortesanos,
y asada por esas manos
hechas a cebar lechones.

El corazón me revienta
de placer; no sé de ti.
¿Cómo te va? Yo, por mí,
sospecho que estás contenta.

Alegre estoy, vive Dios:
mas oye un punto sutil:
¿no pusiste allí un candil?
¿Cómo me parecen dos?

Pero son preguntas viles;
ya sé lo que puede ser:
con este negro beber
se acrecientan los candiles.

Probemos lo del pichel,
alto licor celestial;
no es el aloquillo tal,
no tiene que ver con él.

¡Qué suavidad! ¡Qué clareza!
¡Qué rancio gusto y olor!
¡Qué paladar! ¡Qué color!
¡Todo con tanta fineza!

Mas el queso sale a plaza
la moradilla va entrando,
y ambos vienen preguntando
por el pichel y la taza.

Prueba el queso, que es extremo,
el de Pinto no le iguala;
pues la aceituna no es mala
bien puedes bogar su remo.

Haz, pues, Inés, lo que sueles,
daca de la bota llena
seis tragos; hecha es la cena,
levántese los manteles.

Ya que, Inés, hemos cenado
tan bien y con tanto gusto,
parece que será justo
volver al cuento pasado.

Pues sabrás, Inés hermana,
que el portugués cayó enfermo…
Las once dan, yo me duermo;
quédese para mañana.

Hasta aquí Una cena o La cena jocosa. En total, 26 redondillas. Pocos poemas de la historia de la literatura en español nos han dejado tantos versos redondos, tantos versos que han pasado a formar parte del acervo popular. Algunos de los dedicados al vino, como esos de «yo tengo por devoción / de santiguar lo que bebo» o lo de «Alegre estoy, vive Dios, / mas oye un punto sutil: / ¿no pusiste allí un candil? / ¿cómo me parecen dos?» son casi un himno etílico. Quizás os lleven, como a mí, a rememorar el cuadro velazqueño El triunfo de Baco, más conocido como Los borrachos.

Nuestro poeta de hoy, Baltasar del Alcázar, se ocupó por lo general de temas cotidianos y considerados menores: los placeres terrenales, la bebida y la comida, la belleza y los afeites, los conflictos matrimoniales, los cuernos. Quizás esa sea la razón por la que ha sido catalogado siempre por la crítica como un poeta menor. Pero en la técnica, es de los mejores de su tiempo. Dominaba algunas estrofas -la redondilla, el soneto, los versos de pie quebrado… por ejemplo- como casi nadie. También son un portento de habilidad algunos de sus poemas largos. Por ejemplo, el titulado Diálogo entre dos perrillos y el que lleva el título de Diálogo entre un galán y el eco

Vamos ya a ir terminando con otra faceta de Baltasar del Alcázar. Su habilidad para los epigramas. El epigrama es, y cito el Diccionario académico, una «composición poética muy breve que expresa un solo pensamiento ingenioso o satírico con gran precisión y agudeza». 

Tiene Del Alcázar docenas de ellos ingeniosísimos. Os he seleccionado solo cuatro. Tranquilos, que como buenos epigramas, son muy breves. 

El primero, titulado Job y dedicado al personaje bíblico al que se tiene por el no va más de la paciencia, dice así:

A Job el diablo tentó
con tanta solicitud,
que los bienes, la salud
y los hijos le quitó.
Mas no pudiendo vencer
su virtud, por inquietarle,
trató de desesperarle
y le dejó… la mujer.

El segundo, que se titula A Inés, que se teñía las canas de rubio, dice así:

Tus cabellos, estimados
por oro contra razón,
ya se sabe, Inés, que son
de plata sobredorados.
Pues ¿querrás que se celebre
por verdad lo que no es?
Dar plata por oro, Inés,
es vender gato por liebre.

El tercero, titulado A una mujer escuálida, dice así:

Yace en esta losa dura
una mujer tan delgada
que en la vaina de una espada
se trajo a la sepultura.
Aquí el huésped notifique
dura punta o polvo leve,
que al pasar no se la lleve,
o al pisarla, no se pique.

Y para terminar, ahí va un cuarto epigrama de Baltasar del Alcázar. Titulado Los ojos de Ana, dice así: 

Bellos ojos tienes, Ana,
mas, ¿por qué a mi parecer
se inclina el mundo a tener
por más bellos los de Juana?
Haz que te preste los suyos,
y álzate después con ellos,
que no es bien que ojos tan bellos
se diga que no son tuyos.