PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

16 Ene 2022
Compartir

Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Anhelo, de Dolores Veintimilla

¡Oh! ¿dónde está ese mundo que soñé
allá en los años de mi edad primera?
¿Dónde ese mundo que en mi mente orlé
de blancas flores…? ¡Todo fue quimera!

Hoy de mí misma nada me ha quedado,
pasaron ya mis horas de ventura,
y sólo tengo un corazón llagado
y un alma ahogada en llanto y amargura.

¿Por qué tan pronto la ilusión pasó?
¿Por qué en quebranto se trocó mi risa
y mi sueño fugaz se disipó
cual leve nube al soplo de la brisa…?

Vuelve a mis ojos óptica ilusión,
vuelve, esperanza, a amenizar mi vida,
vuelve, amistad, sublime inspiración…
yo quiero dicha aun cuando sea mentida.

Pese a que se conservan muy pocos de sus poemas -ella misma quemó la mayor parte de su obra; escasa, pues murió muy joven y de manera trágica-, la ecuatoriana Dolores Veintimilla (1829-1857) es una de las grandes voces de la poesía en español del siglo XIX en América. En su país, donde en vida fue muy polémica, fue la pionera del romanticismo y de un feminismo y un indigenismo tempranos y comprometidos.

De familia aristocrática y acomodada, a los 18 años se casó con un médico colombiano, Sixto Galindo, que primero la ayudó en su formación literaria y luego se apartó de ella repetidas veces, oficialmente por largos y lejanos viajes de trabajo. Ya por entonces ella decía que su poesía mostraba «la insatisfacción de un corazón que no era amado a la medida de lo que amaba». Pasó a residir en Cuenca, la llamada Atenas de Ecuador, en la región interandina, muy al sur de Quito. Desde su tertulia en una modesta casa de alquiler, y el marido ausente y un hijo pequeño con ella, Dolores fue capaz de participar en muchos de los debates de su tiempo.

Un día de abril de 1857, fue testigo en la plaza pública de la ciudad del fusilamiento de un indígena acusado de parricidio. Al reo no le dejaron los guardias despedirse de su mujer y sus hijos, uno de ellos de pecho, presentes en el lugar. La escena impresionó tanto a Veintimilla que escribió y divulgó en una hoja volandera un poema, Necrología, en el que pedía al «Gran Todo», dios en su lenguaje poético, que se aboliera la pena de muerte. La Iglesia cuencana se le echó encima, un canónigo la difamó y la acusó de panteísta en otra octavilla, en la que además se la menospreciaba por ser mujer. De la desigual polémica, que duró varios días, Dolores quedó humillada, sumida en un gran vacío social y deprimida.

Poco después, en la madrugada del 23 de mayo, se quitaba la vida, envenenándose con cianuro en su cuarto de alquiler. Tenía 27 años, y su hijo 9. La enterraron en una quebrada fuera de la ciudad, en una zona donde daban tierra a los considerados impíos. Un año después, tras un pleito con la Iglesia, su marido logró permiso para trasladar sus restos a una urna en lugar sagrado.

Dudaba si traeros de Dolores Veintimilla el poema que os traigo -puro romanticismo, en cuatro serventesios quizás un poco convencionales en lo que cuentan y en cómo lo cuentan- u otro texto suyo mucho más conocido, Quejas, un poema de desamor, probablemente dirigido a su huidizo marido, que acaba así. «No es mío ya su amor, que a otra prefiere. / Sus caricias son frías como el hielo; / es mentira su fe, finge desvelo… / Mas no me engañará con su ficción… / ¡Y amarle pude, delirante, loca! / ¡No, mi altivez no sufre su maltrato! / Y si a olvidar no alcanzas al ingrato, / ¡te arrancaré del pecho, corazón!». He apostado por Anhelo por ese brillante endecasílabo final de «yo quiero dicha aun cuando sea mentida» que tanto contrasta con la triste trayectoria vital de la autora.

Yo lo siento y lo digo así: