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03 Feb 2024
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Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Alejandra Pizarnik, yendo hasta el fondo

Los miedos, la falta de autoestima, las frecuentes depresiones y la muerte marcaron toda su corta vida. Y también su obra. La escritura, la poesía, la ayudó a entenderse a sí misma. Hoy os traigo a este espacio a la argentina Alejandra Pizarnik, una poeta diferente, singular, única. Uno de sus poemas, titulado Solo un nombre, dice así: «alejandra alejandra / debajo estoy yo / alejandra».

Nació en 1936 en Avellaneda, en la zona sur de la megaurbe de Buenos Aires. Era hija de judíos emigrados a Argentina desde Europa del Este, huyendo del fascismo y del estalinismo y dejando atrás a otros miembros de la familia que acabaron asesinados. 

De niña, Alejandra tartamudeaba y tenía problemas de peso y de autoestima. De joven, cuando asistía a terapia por sus frecuentes depresiones, se le diagnosticó un trastorno límite de la personalidad, una alteración de salud mental que impactaba en lo que pensaba y sentía acerca de sí misma y que le dificultaba el manejo de sus emociones y su inserción en la vida cotidiana.

La escritura le ayudó en buena manera a desahogarse y a entenderse a sí misma; y el éxito literario, que lo alcanzó, le dieron algunos periodos de mayor estabilidad mental y emocional.

La suya es una poesía que bebe, entre otras fuentes, en el simbolismo francés, en el surrealismo, en la escritura automática, a veces en el romanticismo ya por entonces muerto y enterrado. En algunas de esas influencias fue clave el periodo de cuatro años en que vivió en París.

Algunos de sus poemas parecen notas personales en un diario, reflexiones en voz alta a veces herméticas, explosiones de talento y de la confusión emocional y mental en la que pasó muchos periodos de su vida. Casi haikus, con la estructura del haiku. 

Mirad este, este poema titulado La carencia

Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas. 

Atentos a este otro, aún más breve. Se titula Nada:

El viento muere en mi herida.
La noche mendiga mi sangre.

O al titulado Madrugada, que dice así:

Desnudo soñando una noche solar.
He yacido días animales.
El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro.

O este otro, algo más largo que los anteriores y aún más desolado. Se titula El miedo:

En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tú del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.

Sin énfasis lírico, sin estrofas o versos tradicionales, sin rima. Así es la poesía de Alejandra Pizarnik. Es pura lírica, pura lírica salida de sus entrañas como un borbotón de emociones y de reflexiones irrefrenables, casi siempre pesimistas, angustiadas. 

En este otro poema, titulado La jaula, lo verás aún con mayor claridad:

Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.

En sus diarios escribe esto de sí misma: «Siempre es el mismo interrogante: ¿de qué soy culpable?, ¿por qué este eterno sufrir?, ¿qué hice para recibir tanto golpe duro y malo?». En sus diarios, por cierto, que fueron publicados treinta años después de su muerte, sus herederos y su albacea censuraron unos 120 fragmentos para ocultar su sexualidad. Era lesbiana, bisexual en ocasiones, y nunca salió del armario. Varios estudios han analizado el impacto de su sexualidad en su obra.

Durante los últimos años de su vida, envuelta en sucesivas crisis depresivas, Alejandra Pizarnik intentó varias veces suicidarse. Mira este poema, titulado La última inocencia.

Partir
en cuerpo y alma
partir.

Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.

He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más formar fila para morir.

He de partir

Pero arremete, ¡viajera!

Internada en un centro psiquiátrico bonaerense, en septiembre de 1972 logró un permiso de fin de semana y se quitó la vida en su casa con una sobredosis de secobarbital, un barbitúrico que se usa para el tratamiento de la ansiedad. Se tomó cincuenta pastillas. Tenía 36 años. En la pizarra de su cámara en el psiquiátrico había dejado escrito su último poema. 

Brevísimo. Sin título. Sin rima. Desnudo. Intenso. Dice así:

No quiero ir
nada más
que hasta el fondo.