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02 Oct 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

A una bella, de Juan Arolas

Sobre pupila azul, con sueño leve,
tu párpado cayendo amortecido
se parece a la pura y blanca nieve
que sobre las violetas reposó:
yo el sueño del placer nunca he dormido:
se más feliz que yo.

Se asemeja tu voz en la plegaria
al canto del zorzal de indiano suelo
que sobre la pagoda solitaria
los himnos de la tarde suspiró:
yo sólo esta oración dirijo al cielo:
se más feliz que yo.

Es tu aliento la esencia más fragante
de los lirios del Arno caudaloso
que brotan sobre un junco vacilante
cuando el céfiro blando los meció:
yo no gozo su aroma delicioso:
se más feliz que yo.

El amor, que es espíritu de juego,
que de callada noche se aconseja
y se nutre con lágrimas y ruego,
en tus purpúreos labios se escondió:
él te guarde el placer y a mí la queja;
se más feliz que yo.

Bella es tu juventud en sus albores
como un campo de rosas del Oriente;
al Ángel del recuerdo pedí flores
para adornar tu sien, y me las dio;
yo decía al ponerlas en tu frente:
se más feliz que yo.

Tu mirada vivaz es de paloma;
como la adormidera del desierto,
causas dulce embriaguez, hurí de aroma
que el cielo de topacio abandonó:
mi suerte es dura, mi destino incierto:
se más feliz que yo.

Popularísimo en vida y hoy prácticamente olvidado, el barcelonés Juan Arolas (1805-1849) es uno de nuestros primeros románticos. Contemporáneo de Espronceda, y anterior a nuestros otros dos grandes -Bécquer y Rosalía de Castro-, Arolas llena sus versos de lo más peculiar del romanticismo, ese movimiento cultural -literario, musical, pictórico- que nace en Alemania y Gran Bretaña a finales del siglo XVIII e inunda toda Europa en la primera mitad del XVIII: ansias de libertad, sentimiento y sentimentalismo, optimismo y desánimo, evocación de la Edad Media, exotismo, orientalismo, erotismo. Arolas se había ordenado sacerdote escolapio, y la pulsión erótica fue, según sus biógrafos, lo que le llevó al final de su vida a padecer graves trastornos mentales. Fue recluido en una celda de su orden religiosa «donde murió sin recobrar la razón».

No está claro si entró en la vida religiosa de grado, por vocación; o forzado por su familia. Era el sexto de siete hermanos, y perdió a la madre de muy joven. Otro episodio personal temprano marcó su vida: su primer amor fue por una muchacha de la que se ignora hasta el nombre. Lo contó tiempo después él mismo en La sílfide del acueducto, una larguísima obra poética de cuatro mil trescientos versos dedicada a aquella muchacha de la que se había enamorado. La trama es puramente romántica: el amor de Hormesinda y Ricardo -trasuntos de la amada y del autor- ven frustrado su amor al obligarle a él su padre a ingresar en una cartuja. Ella se cuela en su celda y hacen el amor, pero los descubre el abad, que ordena envenenar a Hormesinda y recluir a Ricardo, que muere en su calabozo. Sus almas alcanzan los Campos Elíseos y allí disfrutan del amor que se les negó en la tierra.

Dudé si ofreceros de Arolas otro poema suyo muy conocido, La odalisca: «¿De qué sirve mi belleza / la riqueza, / pompa, honor y majestad, / si en poder de adusto moro / gimo y lloro / por la dulce libertad?». Pero he optado finalmente por este no menos conocido y creo que más representativo de su obra. Hay antologías donde no lo titulan A una bella sino de otro modo, con ese estribillo que cierra cada una de las seis estrofas: «Se más feliz que yo». Todas las estrofas tienen la misma estructura: seis versos -cinco de ellos endecasílabos y uno final heptasílabo, el del estribillo-, con rima del primero con el tercero, el segundo con el quinto y el cuatro con el sexto. La repetición de este último, de ese sonoro «se más feliz que yo» que parece un verso de pie quebrado al modo de algunas letrillas del Siglo de Oro, le dan al conjunto del poema un ritmo, una sonoridad y una fuerza típicamente románticos. Atentos además al léxico: pupila, párpado, violetas, zorzal, pagoda, céfiro… ¡Puro romanticismo! 

Yo digo y siento este poema así: