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22 May 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

A mis hermanas, de Leopoldo Panero

Estamos siempre solos. Cae el viento
entre los encinares y la vega.
A nuestro corazón el ruido llega
del campo silencioso y polvoriento.

Alguien cuenta, sin voz, el viejo cuento
de nuestra infancia, y nuestra sombra juega
trágicamente a la gallina ciega;
y una mano nos coge el pensamiento.

Ángel, Ricardo, Juan, abuelo, abuela,
nos tocan levemente, y sin palabras
nos hablan, nos tropiezan, les tocamos.

¡Estamos siempre solos, siempre en vela,
esperando, Señor, a que nos abras
los ojos para ver, mientras jugamos!

Varios poetas de la llamada poesía desarraigada han pasado ya por este espacio: José Hierro, Blas de Otero, Rafael Morales… Hoy llega un poeta de la otra corriente paralela o alternativa de aquella dual generación de la postguerra: la poesía arraigada. Aquella primera, la desarraigada, era una poesía social, angustiada, pesimista, desazonada, perdedora de la Guerra Civil. La arraigada, por el contrario, de la que hoy os traigo a uno de sus más conocidos representantes, era clasicista, tradicional, optimista, cercana a los ganadores de la guerra y apoyada por sus jerarcas.

El leonés Leopoldo Panero (1909-1962) fue la figura central de una familia de poetas. Poeta fue su hermano Juan, que murió muy joven; poetas sus hijos Juan Luis y Leopoldo María, y escritora su mujer, Felicidad Blanc. Estos tres últimos, junto al tercero de los hijos, Michi, un intelectual sin obra publicada, protagonizaron en 1976 El desencanto, una emblemática película documental dirigida por Jaime Chávarri en la que casi todo giraba, y para mal, pues parecía un ajuste de cuentas, en torno a nuestro autor de hoy, que había fallecido catorce años antes.

Volvamos atrás. Panero nació en Astorga, en la casa familiar, entre la catedral y el Palacio Episcopal, en el seno de una familia acomodada. Una convalecencia de ocho meses por tuberculosis en un sanatorio de la sierra de Guadarrama le marcó su primera juventud. Leyó allí mucho y se enamoró de otra paciente, que poco después murió y que inspiró muchos de sus primeros buenos versos. Se formó en la universidad de Valladolid, y amplió estudios en Cambridge, Tours y Poitiers.

Al comienzo de guerra civil, fue arrestado por sospechoso de trabajar para una organización de izquierdas, Socorro Rojo, -y salvado de un posible fusilamiento por intervención de Miguel de Unamuno y de Carmen Polo de Franco, de la que la madre era pariente-, pero acabó siendo militante de Falange, censor franquista y uno de los intelectuales clave de la dictadura. De este cambio tan radical de posicionamiento ideológico, también hablan su viuda y sus hijos en El desencanto. Y de cómo a ella, Felicidad Blanc, la tenía sometida a un papel sólo de madre, casi anulada como la intelectual de valía que era cuando se casaron. La familia, modélica hacia afuera, era hacia dentro casi una familia desestructurada.

Panero es un virtuoso del verso. Sus poemas, como su imagen pública, respiran optimismo, serenidad, bondad incluso. Hay un fondo religioso en muchos de ellos, como en este soneto, A mis hermanas, que hoy os traigo. La vida familiar, de familia tradicional, es otro de sus ejes inspiradores. Es muy conocido este soneto en versos alejandrinos, Hijo mío, que dedica a su hijo mayor, Juan Luis: «Desde mi vieja orilla, desde la fe que siento, / hacia la luz primera que toma el alma pura, / voy contigo, hijo mío, por el camino lento / de este amor que me crece como mansa locura. // Voy contigo, hijo mío, frenesí soñoliento / de mi carne, palabra de mi callada hondura, / música que alguien pulsa no sé dónde, en el viento, / no sé dónde, hijo mío, desde mi orilla oscura. // Voy, me llevas, se torna crédula mi mirada, / me empujas levemente (ya casi siento el frío); / me invitas a la sombra que se hunde a mi pisada, / me arrastras de la mano… Y en tu ignorancia fío, / y a tu amor me abandono sin que me quede nada, / terriblemente solo, no sé dónde, hijo mío». Años después, su hijo Juan Luis le contestó con estos tremendos versos blancos, sin rima: «El asunto de tu bebida ha dado ya mucho que hablar / también se han comentado tus proezas en los burdeles / y algunos de tus amigos las suelen repetir / adornándolas con pintorescos detalles. / En cuanto a los arranques de tu genio / para qué mencionar lo que todos sabemos. / Sin embargo para la Historia ya eres: / cristiano viejo, caballero de Astorga / esposo inolvidable, paladín de los justos. / Sin duda un tipo raro y bien curioso».

Yo digo y siento así este bello soneto del «tipo raro y bien curioso» Leopoldo Panero: