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28 Feb 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

A la pereza, de Bretón de los Herreros

¡Qué dulce es una cama regalada!
¡Qué necio el que madruga con la aurora,
aunque las musas digan que enamora
oír cantar a un ave la alborada!

¡Oh qué lindo en poltrona dilatada
reposar una hora, y otra hora!
Comer, holgar…, ¡qué vida encantadora
sin ser de nadie, y sin pensar en nada!

¡Salve, oh Pereza! En tu macizo templo
ya, tendido a la larga, me acomodo.
De tus graves alumnos el ejemplo

me arrastra bostezando; y de tal modo
tu estúpida modorra a entrarme empieza,
que no acabo el soneto… de per…

Mucho más conocido como el dramaturgo que en el siglo XIX evoluciona el teatro español, para llevarlo desde la comedia neoclásica o moratiniana (Moratín hijo) a la alta comedia (Adelardo López de Ayala, Manuel Tamayo y Baus, Patricio de la Escosura), el riojano Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873) fue también un periodista costumbrista muy sagaz y un poeta interesante. Poeta casi siempre de temas poco o nada trascendentales; poeta de juegos de ingenio, de jocosidades con asuntos banales, como es el caso del soneto que os traigo hoy. En sus versos encontramos mucho más la ironía y la sátira que la lírica o la elegía, más el ingenio que el sentimiento. En la mayor parte de su tiempo, la literatura neoclásica aún pesaba mucho en las letras españolas, y la romántica no acababa de llegar.

Antes que la de las letras, Bretón intentó la carrera de las armas. Se había alistado como voluntario, muy joven, en la Guerra de la Independencia, y completó diez años de carrera militar. Sin fortuna, con poco progreso económico. Incluso con alguna dolorosa pérdida: la de un ojo en un duelo en 1818, en Jerez. «Dejome el sumo poder, / por gracia particular. / lo que había menester: / dos ojos para llorar / y uno solo para ver», contó él mismo.

Tras dar tumbos por tierras valencianas con varios oficios administrativos, en 1823 se plantó en Madrid para quedarse y hacer carrera en el mundo de las letras. Como escritor, sobre todo de comedias, en las que refleja muy bien la vida de la sociedad madrileña durante los reinados de Fernando VII y de Isabel II; como crítico teatral muy influyente; como traductor de éxito e incluso como alto funcionario del mundo cultural: acabó siendo director de la Imprenta Nacional primero y de la Biblioteca Nacional después, y secretario perpetuo de la Real Academia Española.

Tenía gran facilidad para versificar, escribía versos desde los cinco años de edad. Fueron muy populares sus epigramas. Como este, dedicado “a un mal actor, sordo por añadidura”: “Eres oprobio del arte, / y sordo; que es lo peor. / Ni aun tiene el espectador / el consuelo de silbarte”. O este otro, “a un recién poeta de pocas esperanzas”: “Voy a hablarte ingenuamente. / Tu soneto, don Gonzalo, / si es  el primero, es muy malo; / si es el último, excelente”. No solo los publicaba en periódicos y recogía en libros, también los sembraba en su muchas veces bohemia vida cotidiana. Uno de sus vecinos en Madrid era el doctor Pedro Mata y Fontanet, padre de la medicina forense en España y también escritor. Harto éste de que a altas horas llamaran por error a su puerta algunos de los juerguistas amigos que visitaban al juerguista escritor, puso el médico en su puerta un cartelito que decía así: “No vive en esta mansión / ningún poeta bretón”.  A lo que el aludido contestó con otro cartel: “Vive en esta vecindad / cierto médico poeta / que al final de la receta / firma Mata y es verdad”.

El soneto que hoy os traigo es puro Bretón. Desde el título, A la pereza, a ese verso final (verso «de cabo roto», como los denominaba Cervantes) que se deja inacabado como parte del juego cómico del poema. ¡Tanto predica Bretón con el ejemplo que se nos queda dormido! Yo lo siento (y lo bostezo y lo inacabo) así: