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08 Ene 2020
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Puerto Rico

Qué autores leer de Puerto Rico. Del campo a Internet

Fernando Feliú

Un recorrido por la literatura insular, desde el costumbrismo de finales del XIX hasta la identidad nacional, los problemas urbanos y la publicación digital

La literatura puertorriqueña nace en 1843 cuando un grupo de jóvenes publicó El Aguinaldo Puertorriqueño, libro en el que agruparon cuentos y poemas de clara influencia romántica. El libro se presentó como el primer libro auténticamente puertorriqueño a pesar de que no se alude a Puerto Rico. Esta ausencia fue criticada por el periodista Francisco Vasallo, para quien los autores se excedieron en su afán cosmopolita. Surge así la primera controversia literaria y cultural que habría de dominar las letras insulares durante el siglo XIX y parte del XX: el debate sobre la identidad nacional.

A partir de esta inquietud, la literatura decimonónica exploró distintas alternativas para abordar la definición de la identidad nacional. Entre ellas, el costumbrismo. Muestra de esta tendencia es el libro El Gíbaro (1849) de Manuel Alonso, doctor en medicina y amigo personal del general Serrano. Este libro combina cuentos, ensayos y poemas en los que la voz del jíbaro adquiere notoriedad. En las estampas de este «cuadro de costumbres», como se subtitula el texto, el autor recurre a esta figura para proponer reformas que promovieran el progreso económico y material de la población insular, en su mayoría, campesinos analfabetos. Se trataba de sacar al jíbaro de su ignorancia mediante la educación. La corriente costumbrista se prolongó hasta finales del siglo XIX. De este momento, habría que destacar la novela La charca, de Manuel Zeno Gandía (1855-1930), doctor en medicina que cursó estudios en Madrid. En esta novela el autor analiza la vida de los jornaleros del café en un periodo histórico indeterminado. Detalle que no apunta a un desliz sino a una estrategia mediante la cual evadir la estricta censura colonial. El costumbrismo de La charca no se aprecia en el habla de los personajes, que no muestran modismos regionales, sino en la forma de vestir, en la música y en los detalles sobre la jornada laboral de los campesinos. A diferencia de El Gíbaro, los jíbaros de Zeno Gandía son seres corruptos que matan y roban impunemente ante la impotencia de las autoridades locales. El título, La charca, anticipa el ambiente insalubre y mísero en el que se desenvuelven los personajes. Aspecto que encaja claramente con la estética naturalista que este autor defendía.

No debe sorprender que Manuel Zeno Gandía y Manuel Alonso combinen la medicina con la literatura. El estudioso Juan Gelpí indica que para la crítica literaria puertorriqueña, la medicina dotó a los narradores-médicos de una autoridad que de por sí, la literatura no garantizaba. Citando a Josefina Ludmer, Gelpí indica que el médico tiene acceso a distintas clases sociales, sus preocupaciones y su idiosincrasia (Juan Gelpí. Literatura y paternalismo en Puerto Rico. Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, p. 25). Sin duda, Gelpí acierta al citar a Ludmer, ya que un médico posee esas facultades. Sin embargo, convendría recordar que el binomio médico-autor fue parte integral de las literaturas nacionales. Véase a Benito Pérez Galdós y el propio Émile Zola, dos de los ejemplos más conocidos. Asimismo, la novela Noli me tangere (1887), del filipino José Rizal, ahonda en las tensiones sociales y políticas de este archipiélago en las años anteriores a la Guerra de 1898. Existe entonces una estrecha relación entre la medicina, la literatura y los efectos del colonialismo. De ahí que el costumbrismo haya jugado un papel tan importante en la literatura puertorriqueña, por cuanto ofrecía un modelo desde el cual presentar los rasgos particulares de un incipiente nacionalismo que se entremezclaba con una actitud crítica ante el poder colonial.

La estela del costumbrismo desaparece a partir de la década del 1930. En estos años un grupo de intelectuales, en su mayoría profesores universitarios, se dio a la tarea de reevaluar la definición de la identidad nacional. En vez de preguntarse qué son los puertorriqueños, la Generación del 30, como se la conoció, pasó a preguntarse cómo son los puertorriqueños. A partir de esta pregunta, novelas como La llamarada (1935), de Enrique Laguerre, se adentran en el mundo laboral del campesino, ahora en faceta de trabajador de la caña, para reivindicar la oposición a este sistema de cultivo que Estados Unidos había impuesto desde principios del siglo XX. Esta novela puede considerarse la contribución de Puerto Rico a la novela de la tierra que tiene en Doña Bárbara (1929), de Rómulo Gallegos; La Vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, y Don Segundo Sombra (1926), de Ricardo Güiraldes, sus representantes más destacados.

A partir de la década del 1950, la narrativa puertorriqueña se centra en los problemas urbanos. El anonimato de los personajes, sus problemas de adaptación a San Juan o Nueva York, ciudad que en ese momento recibió una masiva inmigración de puertorriqueños, son temas evidentes de las antologías de cuentos Spiks (1956), de Pedro Juan Soto, o Nueva York y otras desgracias (1973), de José Luis González. Estos textos combinan una marcada influencia de las tendencias literarias imperantes en Estados Unidos y Europa con una fuerte crítica a la represión política que se vivía en Puerto Rico contra los sectores independentistas. La mecanización es otro tema esencial de estos autores porque evidencia la enajenación del hombre ante el progreso capitalista. Tal es el caso, de la obra de teatro La carreta (1953), de René Marqués, en la que un joven obrero puertorriqueño lucha por adaptarse a la urbe neoyorquina perdiendo la vida en un accidente en la fábrica en la que trabaja.

La lucha por integrarse a la sociedad neoyorquina se transforma en las décadas de 1960 y 70, años en los que autores como Luis Rafael Sánchez y Rosario Ferré centran sus obras en la representación de la cultura popular privilegiando personajes marginales como homosexuales, adictos a drogas y prostitutas. Papeles de Pandora (1976), de Rosario Ferré, ejemplifica claramente esta tendencia de la que hay que destacar el cuento La muñeca menor porque combina una crítica al patriarcado con elementos de la literatura fantástica. De la misma manera, Luis Rafael Sánchez, quizás el escritor más conocido dentro y fuera de Puerto Rico, se consagró con La guaracha del Macho Camacho (1976), que alcanzó fama mundial debido a la originalidad de su estructura y el manejo del lenguaje popular. Entrada la década del 1990, Mayra Santos irrumpe en el mundo de las letras insulares consagrándose internacionalmente con su novela Sirena Selena se viste de pena (2000), finalista del premio Rómulo Gallegos de novela en 2001, y su libro de cuentos Pez de vidrio (1995), que obtuvo el premio Juan Rulfo en 1996. Aparte de los méritos de su obra, Mayra Santos también es la fundadora y directora del Festival de la Palabra, un congreso que anualmente reúne en San Juan, Puerto Rico, a importantes figuras del mundo de la cultura y la literatura y que el periódico El País ha reseñado en varias ocasiones.

Uno de los rasgos distintivos de la nueva promoción de escritores radica en la manera en que se difunden las obras. En este sentido, la cultura cibernética ha sido determinante. Dice (con razón) Alexandra Pagán que la proliferación de blogs y revistas digitales marcó profundamente el panorama literario, que ya no depende únicamente del libro impreso para darse a conocer. Las revistas digitales 80 grados, Letras Salvajes, Cruce, Visión Doble, además del auge en cursos de escritura creativa en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico y en la Universidad del Sagrado Corazón, han provocado la emergencia de un nutrido grupos de escritores entre los que cabe destacar a los poetas Guillermo Rebollo Gil, Noel Luna, Karen Sevilla, Alexandra Pagán y Rafael Acevedo, entre los más conocidos (Literatura en los albores del siglo XXI. Enciclopediapr.org) A esta lista hay que agregar a narradores tan originales como Luis Negrón, cuya antología de cuentos, Mundo cruel (2010), aborda distintos ángulos de la problemática de personajes gais mediante un humor muy punzante; Francisco Font Acevedo y su excelente libro Belleza bruta (2008), en el que distintos relatos se entrelazan para mostrar las miserias y alegrías de un grupo de personajes que habitan en el San Juan de 2010, y Pedro Cabiya, cuya reciente novela Tercer mundo (2019) narra la violencia social del Puerto Rico actual tomando la ciencia ficción como punto de partida. También en la línea de la ciencia ficción el libro de cuentos de José Liboy Cada vez te despides mejor (2003) representa un caso anómalo puesto que la belleza de los relatos la soledad de los personajes transcurre en un mundo a mitad de camino entre lo real y lo fantasmagórico.

Si algo distingue a este variado grupo de autores de sus predecesores es precisamente el marcado uso de modelos como la ciencia ficción y la literatura fantástica. Modelos que utilizan para distanciarse radicalmente de los temas que la tradición literaria venía desarrollando. En esta ruptura, los jíbaros de Zeno Gandía y Enrique Laguerre, trabajadores del cafetal y el cañaveral, dieron paso a personajes marginales de centros urbanos y la novela de la tierra dio paso a la ciencia ficción. Aquella aversión a la tecnología, que se percibía como una forma de capitalismo y de explotación obrera, se transforma, irónicamente, en una vía de difusión y distribución, el internet, que ha alterado dramáticamente el mercado literario y su consumo. Incluso ha modificado la propia definición de literatura nacional. Giros que evidencian la versatilidad de una literatura que no cesa de trascender sus límites.

 

Este reportaje es uno de los contenidos del número 5 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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