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20 Ene 2020
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Estados Unidos

Cuando los candidatos a presidente de EE. UU. hablan español

Roberto Rey Agudo

No deja de ser importante que los aspirantes a la Presidencia se dirijan a la población hispanohablante —unos 43 millones— en su lengua en hora de máxima audiencia

La lengua española tuvo un inesperado y pasajero momento de protagonismo en el primer debate entre los candidatos demócratas a la presidencia de los EE. UU., cuando Beto O’Rourke, Cory Booker y Julián Castro pasaron al español en sus intervenciones el 26 de junio pasado.

Para sorpresa de muchos, incluyendo la de los propios candidatos, el gesto fue recibido mayormente con indiferencia, bromas y memes. Hubo, claro, quien lo celebró en la comunidad hispanohablante y quien lo censuró entre los más conservadores, pero muchos en la comunidad latina vieron en el gesto de O’Rourke y Booker un mero ejemplo de «hispandering» (intentar halagar a la comunidad latina con gestos a la galería).

¿Importa que se hablara español tímidamente en los debates? Como intento de darle validez al español en el discurso político en los EE. UU., es un gesto claramente insuficiente. Sí importa, sin embargo, la normalidad con la que los candidatos la usaron y unos quince millones de espectadores la escucharon.

No es la primera vez que un candidato presidencial habla español. En 2016, los republicanos Jeb Bush, Marco Rubio y Ted Cruz (a regañadientes), y el demócrata Tim Kaine lo emplearon en debates y actos de campaña. Antes ya lo hicieron los demócratas Bill Richardson y Chris Dodd en 2008, o George W. Bush en 2000 y 2004. Tampoco Castro, candidato en las actuales primarias, es el primer candidato latino a presidente: Richardson, Cruz y Rubio le preceden.

Por vacío que pueda ser como gesto, no deja de ser importante que los candidatos a presidente se dirijan a la población hispanohablante—unos cuarenta y tres millones—en su lengua en hora de máxima audiencia. Señala, como poco, que la comunidad latina representa un bloque electoral lo suficientemente importante como para que los candidatos intenten conectar con ella en una de sus lenguas.

El uso del español en horario de máxima audiencia normaliza el multilingüismo en un país de mentalidad monolingüe. Aunque el debate lo emitía también Telemundo, un canal nacional en lengua española, lo novedoso es que la audiencia angloparlante oyera otra lengua en una cadena como la NBC. Además, escuchar a políticos hablar en español en medios hispanohablantes es un paso adelante: en 2008, Richardson y Dodd aceptaron la petición de Univisión de no hablar español en un debate para no dejar en mal lugar a sus rivales en las primarias. Desafortunadamente, el ejemplo de la primera ronda no tuvo continuidad en el reciente debate en la CNN.

Importa también por el número creciente de ataques xenófobos contra hispanohablantes desde las elecciones presidenciales de 2016. Casi uno de cada cuatro latinos ha sido víctima de acoso por hablar español en público. Hay un componente claramente racista en estos incidentes, que afectan mayoritariamente a inmigrantes, personas de color y afrodescendientes. Ni O’Rourke ni Buttigieg van a escuchar frases como «This is America, speak English!» por más que hablen en español. Aun así, se agradece el ejemplo de estos políticos por lo que tiene de civismo. Lo que no se entiende tan bien desde España, donde las noticias sobre el español en EE. UU. se ven con el optimismo institucional del Instituto Cervantes, es el complejo papel del español en la comunidad latina. Las críticas a O’Rourke, muy dado a cambiar entre el español y el inglés de manera un tanto gratuita, se deben a dar por hecho que la población latina es necesariamente hispanohablante. Sí, el porcentaje de hispanos que mantienen la lengua es relativamente alto, incluso entre la tercera generación, y la lengua se considera un elemento cohesionador. Como dice el periodista neoyorquino Adrián Carrasquillo, el español para los latinos es «lengua común que no todos hablan». Pero son cada vez más quienes defienden su latinidad con el monolingüismo.

¿Funcionó la jugada de O’Rourke? La verdad, no mucho. Incluso después de su aplaudida reacción al atentado en El Paso, su popularidad fuera de su Texas natal sigue siendo baja. Los temas que más preocupan a los votantes latinos, un bloque numeroso pero heterogéneo que se prevé clave, son política migratoria, empleo, salud y educación, no el español de los candidatos.

En tanto que los derechos lingüísticos de la comunidad latina afectan su acceso al voto, atención sanitaria o educación, la defensa del español en la política doméstica de los EE. UU. es un gesto valiente. Hasta entonces, dejar caer alguna frase suelta es el equivalente a hablar catalán en la intimidad: mejor que la alternativa, pero tampoco para colgarse una medalla.

 

Este artículo es uno de los contenidos del número 5 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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