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14 Oct 2020
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Léxico profesional

Una epopeya que cabe en una palabra

Rodrigo Verano

La mitología griega y romana no tiene, como es el caso de otras religiones, un libro único autorizado en el que se recopilen todas las historias de los dioses —y los héroes, heroínas, semidioses, ninfas, titanes, faunos, cíclopes y otras criaturas semejantes— de la Antigüedad. En el mundo griego, que precede históricamente al florecer de Roma y de quien esta tomó una buena parte de su imaginario mitológico, esas historias forman un corpus al que se accede desde diversos testimonios que están lejos de formar un todo homogéneo. Los poemas de Homero, la Ilíada y la Odisea, que recogen una tradición ancestral de poesía creada y transmitida oralmente, nos cuentan los últimos días de la guerra de Troya y las peripecias del regreso al hogar de algunos de los héroes que la sobrevivieron, junto a otros mil sucesos que el poeta va entretejiendo al hilo de la narración principal, pero nada se nos dice en ellos, por ejemplo, de episodios tan conocido como el del rey Edipo y la esfinge o el del viaje de los Argonautas, cuyos detalles hay que ir a buscar, respectivamente, a las tragedias tebanas del dramaturgo Sófocles o a la obra épica de un autor ya de época helenística como Apolonio de Rodas.

Para reconstruir los mitos grecolatinos hay que ir a la zaga de sus huellas, y aunque hace ya mucho tiempo que nadie ofrece sacrificios a los dioses del Olimpo, esas huellas siguen presentes en nuestra vida cotidiana: las escenas de los cuadros que cuelgan en los museos, las estatuas —Neptuno, Apolo, Cibeles— que adornan las calles y plazas, los nombres evocadores de personajes míticos que se asoman al rótulo de una librería o un bar, conforman una parte significativa del paisaje urbano que mantiene viva la memoria del mundo griego y romano.

Pero en ninguna fuente se manifiesta de forma tan viva esta pervivencia como en nuestra propia lengua, que está llena de palabras que usamos a diario y que remiten en su étimo a todo tipo de leyendas y mitos de la Antigüedad. Algunas de ellas conservan intacta la referencia a dioses y personajes concretos y nos recuerdan a través de su significado las cualidades que los antiguos les atribuían. Otras han sufrido procesos de cambio semántico al integrarse en tradiciones discursivas propias de ámbitos como la ciencia, la filosofía o el arte, disciplinas que han encontrado en el panteón olímpico una fuente de inspiración continua durante siglos. Como el que Ariadna prestó a Teseo para ayudarle a salir del laberinto y acabar con el Minotauro, cada una de ellas es un hilo del que tirar, una pista que revela el rastro de la historia que permanece encerrada entre sus letras.

Orbis Terrae

Estas son algunas de las palabras de origen mitológico que seguimos utilizando hoy:

Academia. Se llama así en recuerdo de la que fundó Platón en la Atenas de época clásica, pero esta tomó a su vez su nombre del héroe Academo, que ayudó a los Dioscuros, Cástor y Pólux, cuando deambulaban por Grecia en busca de su hermana Helena. En su honor se nombró un bosque sagrado en cuyas inmediaciones instaló Platón su escuela.

Adonis. Hoy es cualquier hombre extraordinariamente guapo, pero fue una vez el niño que salió de la corteza del árbol en el que su madre, la princesa siria Mirra, había sido transformada estando encinta. La gran belleza del niño, desde su primera infancia, enfrentó a las diosas Afrodita y Perséfone, reina de los infiernos, en una disputa que finalmente se saldó con la custodia compartida del muchacho, que debía pasar una tercera parte del año con cada una y la parte restante con quien él mismo escogiera.

Afrodisíaco. Efecto de toda sustancia que aviva los deseos sexuales sobre los que reina Afrodita, diosa griega del amor que tiene su santuario en la isla de Chipre y que fue engendrada, según algunas versiones, en la espuma del mar al que Crono arrojó los genitales de su padre, Urano.

Andrógino. Según el DLE, este adjetivo califica a la persona cuyos rasgos no se corresponden definidamente con los propios de su sexo, pero la palabra hace referencia a un antiguo mito, narrado por Platón en El Banquete, que hace descender a los actuales seres humanos de unas criaturas primigenias en las que se encontrarían armónicamente fundidos ambos sexos, y cuya feliz reminiscencia es el motivo de que nos pasemos la vida buscando nuestra otra mitad.

Anfitrión. Hoy se denomina así a quien recibe invitados en su casa, pero fue una vez el nombre de un legendario rey de Tebas, de cuya esposa, Alcmena, estaba Zeus ardientemente enamorado. Aprovechando la ausencia del marido, el dios adoptó su aspecto y su figura para introducirse en la cama de la mujer, que, convencida de que se trataba de su esposo, yació con él y se quedó embarazada de Heracles.

Apolíneo. El adjetivo servía únicamente para calificar lo relativo o perteneciente al dios Apolo hasta que el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, en su obra El nacimiento de la tragedia y el espíritu de la música (1872), desarrolló su conocida antítesis entre lo apolíneo, como sinónimo de racional y equilibrado, y lo dionisíaco, empleado para referirse a todo lo que se encuentra bajo el dominio de los instintos desenfrenados que se asocian al dios del vino. Ambas especializaciones semánticas, acompañadas de una referencia a la aportación del filósofo, aparecen recogidas en el Diccionario de la RAE desde su edición de 1992.

Arcadia. Es en realidad una región montañosa, inhóspita y de difícil acceso, pero la imaginación literaria y artística de la Antigüedad y el Renacimiento ha hecho de ella un paraíso bucólico y la palabra puede emplearse, de forma general para nombrar cualquier lugar de ensueño.

Ateneo.. Las asociaciones culturales y científicas de este nombre se hallan bajo la protección de Palas Atenea, diosa protectora de las ciencias y las artes, nacida de la frente de Zeus después de que Zeus devorara a su madre, Metis, cuando estaba embarazada de ella.

Atlas. Cuando el geógrafo y cartógrafo flamenco Gerardo Mercator puso a sus meditaciones cosmográficas sobre la creación del universo, publicadas póstumamente en 1595, el antetítulo de Atlas —en honor al legendario titán castigado por Zeus a sostener la esfera celeste—, ignoraba que este homenaje a una figura mitológica terminaría por convertirse en la denominación habitual de un repertorio cartográfico en casi todas las lenguas europeas.

Cancerbero. El Diccionario de la RAE recoge entre las acepciones de esta palabra la de portero o guardián, en referencia especialmente al guardameta de un equipo de fútbol; pero Cerbero es, originalmente, el nombre del perro de varias cabezas que vigilaba la entrada al inframundo, el reino de Hades que habitan las almas de los muertos. En el último de sus doce trabajos, Heracles tuvo que enfrentarse cuerpo a cuerpo a esta criatura para someterla y llevarla ante el rey Euristeo.

Cereal. Ya sea trigo, cebada o centeno, el hiperónimo cereal nos recuerda que todas estas plantas crecen en ciclos anuales favorecidos por la nutricia Ceres —Deméter en la mitología griega—, diosa de las cosechas y las labores agrarias y madre de Perséfone, a quien solo le está permitido pasar con ella la mitad del año. La reunión de madre e hija hace eclosionar cada año la primavera.

Ciclópeo. Se aplica hoy a las edificaciones de tamaño desmesurado y los propios griegos atribuían a la legendaria raza de los cíclopes, criaturas agrestes de gran fuerza y provistas de un solo ojo, la autoría de las construcciones anteriores a ellos que, por su gigantesca envergadura, no parecían obra de seres humanos.

Dionisíaco. v. Apolíneo.

Eco. Esta ninfa moradora del Monte Helicón solía ayudar a Zeus a escabullirse del Olimpo durante sus frecuentes encuentros sexuales, entreteniendo a Hera con largas conversaciones, hasta que esta, enterada del engaño, la castigó arrebatándole el poder del uso libre de la palabra y la condenó a repetir lo último que oyera decir a otra persona.

Égida. La expresión estar bajo la égida de algo, en el sentido de hallarse bajo su protección, remite en última instancia al escudo que portaba Zeus y que estaba forrado con la piel de la cabra Amaltea —que había amamantado al rey de los dioses en su primera infancia—, del que Atenea hacía también uso frecuente.

Eólico. La energía que producen los molinos azotados por el viento toma su nombre del legendario rey Eolo, que habitaba una isla cercana a Sicilia y tenía control sobre los vientos, a quien, según cuenta Homero, visitó Odiseo durante su travesía de retorno a Ítaca.

Hercúleo. Ningún esfuerzo calificado así puede alcanzar la magnitud de los doce trabajos que impuso a Hércules —nombre latino del griego Heracles— su primo Euristeo y que, según algunas versiones, terminaron por valerle al héroe la inmortalidad: entre otros, robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, dar caza al jabalí de Erimanto o traer vivo de los infiernos al propio Cerbero, el perro de tres cabezas que guarda sus puertas.

Hermafrodita. El hijo de Hermes y Afrodita, un joven de extraordinaria belleza, se bañaba en un lago cuando una ninfa de las aguas, la náyade Sálmacis, intentó seducirlo sin éxito. Incapaz de aceptar el rechazo del joven, la ninfa pidió a los dioses que los fundieran a ambos en un solo cuerpo, en el que convivieron los órganos genitales de uno y otro sexo.

Hermético. El cierre impenetrable que no permite el paso de aire o de fluidos toma su nombre del dios Hermes o, más concretamente, de Hermes Trismegisto, su fusión sincrética con la divinidad egipcia Toth propia de la Antigüedad tardía y a quien se atribuye un corpus de textos que constituyen la base de la alquimia como disciplina. Siglos más tarde, sus cultivadores se aficionaron a escribir sus tratados sirviéndose de alegorías, quizá con intención de proteger su sabiduría. La inaccesibilidad que en un principio era propia de esos textos «herméticos» dio más tarde el salto a otras esferas de la vida.

Marcial. Con paso firme y marcial avanzan las tropas en recuerdo del belicoso dios Marte, versión romana del Ares griego a quien se encomiendan los generales de uno y otro ejército en las batallas, pues su favor puede ser definitivo en el desenlace del combate.

Medusa. La apariencia de los tentáculos de esta criatura marina recuerda a la cabellera formada de serpientes que tenían, según la mitología, las tres Gorgonas —Esteno, Euríale y Medusa—, deidades capaces de transformar en piedra a quien las mirara directamente a los ojos. Medusa, la única de las tres hermanas que era mortal, fue asesinada por el héroe Perseo y su cabeza ofrecida a la diosa Atenea, quien la colocó en el centro de su escudo.

Mercurio. El elemento químico que veíamos al trasluz de los termómetros anteriores a la era digital toma su nombre del mensajero de los dioses en su versión romana. El dios Mercurio —Hermes, entre los griegos— poseía un casco y unas sandalias aladas que le permitían transportarse rápidamente de un lugar a otro, por eso invocan su protección igualmente comerciantes y ladrones, pues es patrón de todos los que usan los caminos.

Museo. El lugar consagrado a las nueve musas, divinidades protectoras de las artes: Calíope, Clío, Erato, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania. Con el tiempo, cada una de ellas se fue especializando en un área científica o artística particular.

Narcisista. Se dice que la belleza de Narciso era tal que quien lo miraba quedaba prendado de él en ese mismo instante, pero el joven rechazaba por igual las propuestas de hombres y de mujeres. Como castigo a su arrogancia, la diosa Némesis lo hizo enamorarse de su propia imagen reflejada en el agua.

Océano. El titán Océano personifica el río del mismo nombre que, según la geografía de la Antigüedad, rodeaba toda la superficie de la Tierra.

Odisea. En general, cualquier sucesión de eventos imprevistos y adversos puede ser una odisea, en recuerdo del viaje que Odiseo —Ulises en la tradición latina— emprendió de vuelta a Ítaca una vez concluida la guerra de Troya y que, lejos de conducirlo directamente a su hogar, lo llevó a explorar las regiones más recónditas del mar Mediterráneo, pobladas por todo tipo de criaturas fantásticas, como el cíclope Polifemo, los temibles lestrigones o la poderosa hechicera Circe. Todas sus aventuras quedaron recogidas en el poema de Homero que lleva este mismo nombre.

Panacea. Hija de Asclepio —el Esculapio de los romanos—, dios de la medicina, y de Epione, se decía de Panacea que poseía una sustancia milagrosa, un remedio universal capaz de curar todos los males del cuerpo e incluso de prolongar la vida eternamente. Integrada en el léxico de la medicina medieval y de la alquimia, la palabra perdura en el diccionario y es usada abundantemente de manera metafórica en la actualidad.

Pánico. Representado con patas de cabra, un falo desproporcionado y cuernos, como un fauno, el dios Pan era especialmente irascible si se le molestaba durante la hora de la siesta. Habitante de los bosques solitarios y ajenos a toda civilización, se le relacionaba con el miedo irracional y enloquecedor que en ocasiones generan estos lugares, así como con las reacciones de temor de los rebaños durante las tormentas.

Parnaso. Una reunión de poetas y artistas recibe el nombre de parnaso por ser el monte homónimo la residencia oficial del dios Apolo, patrón de la música y de la poesía, y de las nueve musas.

Quimera. Ese ensueño inalcanzable de la imaginación es, en realidad, el nombre de un monstruo mitológico, amalgama de serpiente, león y cabra, muerto a manos del héroe homérico Belerofonte cabalgando a lomos del caballo alado Pegaso.

Saturnino. La medicina antigua sostenía que en el cuerpo humano convivían cuatro sustancias o humores, que a su vez determinaban cuatro posibles temperamentos en el ser humano, cada uno asociado a la presencia de uno de ellos. El filósofo y científico Teofrasto atribuyó a un exceso de bilis negra el carácter melancólico de algunas personas, cuya tendencia a la depresión fue también explicada en la Edad Media por la influencia del signo de Saturno. De ahí que hoy el adjetivo se aplique a las personas tristes y taciturnas.

Sibilino. Es sinónimo de misterioso y oscuro, como lo eran los oráculos, es decir, las profecías inspiradas por el dios Apolo que enunciaba la Sibila, nombre que reciben las sacerdotisas que cumplen esta función. Una de ellas, la Sibila de Cumas, fue, según Virgilio, la encargada de hacer de guía del troyano Eneas en su descenso al inframundo.

Talón de Aquiles. El único punto débil del, por lo demás, invencible héroe griego que dio muerte al príncipe Héctor de Troya. La leyenda cuenta que su madre, la nereida Tetis, había sumergido al recién nacido en las aguas de la laguna Estigia, haciendo invulnerable todo su cuerpo excepto el talón por el que lo sostenía.

Término. Terminus, la palabra latina para límite o frontera, era también el nombre de una divinidad romana, protectora de los lindes de la ciudad, cuyas fiestas, las Terminalia, se celebraban a finales de febrero.

Titánico. De proporciones apropiadas a los titanes, las primeras deidades que gobernaron el mundo durante la Edad de Oro, según el poeta Hesíodo, hasta que fueron derrocados por los dioses olímpicos, encabezados por Zeus, en la guerra conocida como Titanomaquia.

Troyano. Escondidos dentro de un caballo de madera que habían dejado abandonado en la playa tras simular su regreso a casa, los griegos consiguieron entrar sin ser vistos en la ciudad de Troya y esquivar así la protección de sus murallas, una técnica parecida a la que emplea este virus informático para infectar los equipos en los que se introduce camuflado en otros archivos.

Venéreo. Etimológicamente remite al nombre de Venus, la diosa del amor del panteón romano equivalente a la Afrodita griega, y suele aplicarse al placer que resulta del acto sexual o, en un sentido más específico, a las enfermedades que se transmiten a través de este.

Este reportaje es uno de los contenidos del número 5 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras. Si desea suscribirse o adquirir números sueltos de la revista, puede hacerlo aquí https://suscripciones.archiletras.com/