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05 Dic 2018
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Milagros

Hay milagros ocultos en la ruina de la rutina.

La manera que tienen tus uñas de permanecer perfectas
aunque les salpique la sangre de tus pacientes, carmesí sobre carmesí,
aunque
se empapen de la electricidad que guardan los pasamanos del metro
y la descarguen después sobre tu columna vertebral.
A pesar de que el frío de este invierno haya hecho saltar la mayoría
de los termómetros, tiñendo la falda de la ciudad de mercurio burdeos,
tus uñas han permanecido inquebrantables
y su superficie se ha mantenido en los sueños húmedos de cualquier patinador.
Aún en las noches en las que el cansancio se ha colgado de tus párpados,
aún en los días pobres que transcurren entre las sábanas y los abrazos
o en aquellos días de fiebre roja que te hacen arder
y llorar casi al mismo tiempo
puedo llevarme una mano tuya al pecho y con ella allí
vencer la tercera guerra mundial sin miedo a recibir un impacto en el corazón.
Con tus uñas como pendón y chaleco antibalas sería imposible.
Es un milagro cotidiano, como otros tantos que no salen en los telediarios.
Y es el oficio de los poetas, barrenderos de la belleza,
recogerlos y llevárselos a un lugar seguro
cuando ha pasado la fiesta y no queda nadie mirando al cielo.
Una tarde de domingo limpias tus uñas junto a la ventana
y están desnudas y tú
estás más desnuda incluso.
Miro mis manos, me sonríes.
Dejo la escoba a un lado antes de hacerte el amor.
Hay milagros.

Roberto Moro