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05 Dic 2018
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Indesit 300

La lavadora crujió y de repente una grieta abisal se abrió en su cabeza, justo a la altura de la marca que entre las marcas que circundaban el botón de disparo marcaba el centrifugado.

Habían pasado los tomates,
la orquesta,
los periódicos del día anterior,
las manos, la comida, los restos de la comida
en el más profundo interior de la sobremesa, las prendas
que habían descansado allí tardes enteras,
los platos, las facturas, el rico mundo salivar del gato,
que dormía sus siestas acostado en el prelavado;
habían venido veinte inviernos con sus abrigos
y sus guantes
y sus orejeras,
y todo eso y más,
la panera,
la cazuela del microondas, el resto de enseres
que no tendrían poesía si no estuvieran aquí,
habían reposado sobre aquella Indesit 300
que nos había comprado la abuela.
Incluso había aguantado nuestros polvos más salvajes,
contigo de piernas abiertas encima,
conmigo desnudo de cintura para abajo.
Pero esta vez crujió,
y de repente una grieta abisal se abrió en su cabeza,
¿por qué tuviste que terminar tu orgasmo
diciendo que me querías
si sabías perfectamente que la pobre
no aguantaría el peso del amor?

Roberto Moro