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27 Oct 2020
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Éxodo

Selma ha sido madre recientemente de gemelos. El odio entre los hombres no lo entenderé jamás. Los españoles se fueron, nos abandonaron; los marroquíes nos echaron de nuestras casas.

¿A dónde voy yo con dos criaturas de tres meses: Fadil y Mohamed? Estoy desesperada. «No puedo salir de casa en estas circunstancias».
Huele a muerte por todas partes. Los disparos y las bombas que caen de los aviones son atronadoras. La casa de adobes tiembla con cada estruendo. Hay desconchones de balas y metralla por todas partes. Cuerpos inertes yacen por las calles.

Nayem, mi marido, ha venido a buscarme. Es oficial del ejército y conduce un Land Rover desvencijado. Al salir de la casa miro hacia el mar. Los ojos llenos de lágrimas, me enturbian el recuerdo.

Se internan en el desierto. Nayem conduce a oscuras para ocultar nuestra posición. «Viajar de noche es lo más seguro».

Los hijos mayores están asustados: Sidi de 7 y Sektu de 5. Cuando se cansan de llorar se duermen. Los gemelos lloran de hambre. Esto es insoportable. La huida es a ninguna parte:
¿A dónde vamos, Nayem? — le pregunto.
Nos están esperando las caravanas en el desierto.

Los gemelos tienen hambre. Tienes que parar.

Ahora no podemos parar. Estamos en peligro. Si nos divisa alguna patrulla o algún avión… — Es rotundo Nayem.

Todos guardan silencio, aguantan hasta la respiración. Excepto los gemelos, rebeldes, hacen lo que les viene en gana: la prioridad es mamar.

Selma pone a mamar a los dos gemelos. Se callan momentáneamente y se duermen. Al amanecer se encuentran en medio de la nada.
— ¿Dónde estamos Nayem?
— No lo sé.
¿Cómo es posible que no lo sepas? —Le increpa Selma— Sólo nos queda agua para hoy. ¿Cuándo vamos a encontrar a esas caravanas?

En las cercanías de Bir Lehlu, hacia el norte. Tenemos que llegar como sea; esa es nuestra única posibilidad. Por favor, no me lo pongas más difícil. Contesta Nayem tratando de tranquilizarlos.

Los hijos y la sobrina asisten a la discusión como espectadores. Un ruido atronador les sorprende en mitad del desierto. Un caza marroquí sobrevuela muy bajo: «nos ha descubierto». Suena el «ratatata» de las ametralladoras. Nayem detiene el coche y les obliga a bajar a todos.
Fuera del coche todos. Rápido. Coged a los niños y tumbaros en el suelo. Y no os mováis.

Selma ha cogido a Fadil y Nayem a Mohamed, Sektu y Sidi, todos corren despavoridos.

Al suelo.

Los cuerpos caen en medio de una polvareda. El silbido aterrador de las balas rebotando en el suelo y el ruido del reactor vuelven con más virulencia. Una bomba es lanzada por el avión: «booom» revienta con una fuerte llamarada a quince metros del suelo. Aturdidos por los estruendos cercanos y sorprendidos por una ola de calor infernal: nada vemos, nada sentimos. Es nuestro fin. El humo y el calor nos ahoga, nos abrasa en la garganta.

El ruido se aleja y el llanto de los pequeños rompe la tranquilidad postrera a la tempestad del napalm. Poco a poco vamos recobrando la vitalidad. El miedo de los niños Sidi y Sektu nos mantiene tumbados al suelo, acurrucados el uno contra el otro, con las manos tapándose la cara y los oídos. La nube de humo lo envuelve todo. Nayem está herido en un hombro, y sangra abundantemente.

El Land Rover está ardiendo, junto con todas nuestras pertenencias. Todo está perdido. La desolación nos embarga. Nuestras miradas se encuentran…

Poco a poco se restablecen del aturdimiento. Van recuperando la consciencia. Huele a quemado, es horrible. Las gargantas y las narices están abrasadas por el fósforo, como si no sintiéramos. Estamos en el desierto, esto es la nada. Ahora por no tener no tenemos ni agua.

Los niños. ¿Qué va a ser de mis niños pequeños? —Llora Selma desconsoladamente.

Halifa atiende a Nayem e intenta taponar la herida para que no pierda más sangre.

Tenemos que apagar el fuego del coche inmediatamente. —Dice entre sollozos de dolor Nayem— no nos podemos detener, tenemos que estar cerca de Bir Lehlu allí hay agua y nos pueden ayudar los nuestros.

Los niños Sidi y Sektu se afanaron en apagar las llamas del Land Rover tirando arena. El calor del sol a esa hora de la mañana era sofocante pese a ser febrero.

Comenzaron a caminar en la dirección que Nayem les había aconsejado. La sed, la mayor enemiga del desierto, pronto hizo mella en todos. La sed embota los sentidos y descontrola las emociones.

Caminaban lentamente cuando otearon dos vehículos. La vista en el desierto es engañosa: creyeron ver en el horizonte agua y palmeras. La imaginación, la sed y la desesperación desenfocan la realidad. Nayem deliraba por la fiebre. Sin agua y sin alimento y en el desierto. Los coches militares eran saharauis, estaban salvados.

Fuimos conducidos a Bir Lehlu y nos dieron agua y algo de comer. Nos contaron que las caravanas habían sido bombardeadas, que había muerto mucha gente.

Nayem mejoró. A la semana de llegar a Bir Lehlu, el 27 de febrero de 1976 se proclamó la República Árabe Saharaui Democrática, mi país, aunque en una tierra que no es la nuestra.

Avelino González Vega