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18 Jul 2019
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Cántaros sin aguas

209 versos por 200 euros.
¡Un euro por verso!

¡Para qué endecasílabos!
¡Para qué la rima!
¡Para qué la idea aguda!
¡Para qué la trascendencia!
¡Para qué la caricia semántica!

Venga el verso libre, facilón
inteligible, llano,
afectado, vacío, televisivo,
bloguero, postista.

Venga la idea infantil
disfrazada de académica,
efectista, inmediata,
documentada, serial, Revertista.

Vengan las palabras más sobadas,
fáciles para todos,
de esas que encajan
en mensajes de pocos caracteres
que acompañan fotos de caras.

§

No me quedé con ganas de partir su cara
y la embebí en el asfalto caliente
que anida su sombra bastarda.

Crítico de villanos obreros,
de asalariados,
de gentes sin gusto ni educación,
de pobres malnacidos,
de errores de cromosomas,
de asalariados sin contratos,
de gentes que no son él.
Y ahí estaba,
arengando bajito,
susurrando ponzoña,
restallando su miedo,
anunciando su lodo.

Al final, con cervezas
anunció, delicado,
que esa tarde gloriosa
tumbaría a su lado
a una niña dichosa
de saberle prendado.
Pregunté por su edad
respondió .- Treceitantos.-

§

Es fácil la felicidad
mirando el perfil de su cuerpo
dibujado sobre el colchón
a las ocho de la mañana
de espaldas al sol
que entra por la ventana.

Es fácil la felicidad
esperando su giro,
su pelo revuelto,
su nariz al cielo,
un ojo abierto, incómodo,
y el primer beso.

Es fácil la felicidad
al dormirse de nuevo
agarrado a su muñeca,
sintiendo su vida
ahí dentro.

y, por supuesto,
más besos.

Una aurora reventona
te parte la cara
y te coloca en el día.

Calor y distancia
sin alcobas y sin despedidas.
Tú, tu tanga.
Yo, mi nada.

Busco el agua.
Solo queda cerveza y caliente.

Tal vez hubo amor
entre tanto mordisco.

§

Lo mejor del blues
es cuando él cierra tus ojos
y vuela por encima de cañizos y trigos
hacia la montaña,
hacia su río,
hacia su charco,
hacia esa piedra enorme de granito
caliente y domesticada
donde se tumba
y reposa la mano
dentro del agua helada.

Y el arrullo del arroyo
con el sonido de las libélulas azules
y la caricia del viento de julio
con el crujir de piñas
y las chicharras.

José Luis Ayala Sastre