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María Heredia

16 Ago 2022
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Firmas

Mateo Alemán contra los vicios… de la ortografía

De entre todas las partes de la gramática, la ortografía es la que genera más controversias. Hace diez años la Asociación de Academias de la Lengua Española decidió, entre otras cosas, quitar tildes en palabras como solo. Aun con el paso del tiempo, todavía sigue sobre la mesa la discusión y hay quien le pone su antigua tilde a solo. Este tipo de disputas a cuenta de cómo escribir nuestras palabras no son nuevas. No se trata de que las nuevas generaciones sean reacias a aceptar imposiciones. En realidad, nunca fueron bienvenidas las reformas ortográficas. Desde que se escribió la primera gramática, allá por 1492, muchísimos hablantes han opinado sobre cómo deberíamos escribir y no todos ellos fueron estudiosos de la lengua. Como sigue ocurriendo, algunas personas totalmente ajenas a la enseñanza de la lengua tenían algo que decir. Entre ellos, estuvo Mateo Alemán, el novelista sevillano. En 1609 publicó una Ortografía castellana, con la misma autoridad lingüística que hoy pudiera tener un escritor, un periodista o, incluso, un tuitero, la de un mero hablante que utiliza la lengua para contar historias. Fue un escritor peculiar, creó obras muy variadas en las que demostró su dominio de la pluma: la novela el Guzmán de Alfarache, una biografía de san Antonio de Padua, las normas de una cofradía de Semana Santa o el relato de la muerte del arzobispo de México. ¿Qué llevó a este novelista a querer adentrarse en la polémica ortográfica a pocos años de morir?

Pongámonos en antecedentes: Sevilla, 1607. Un vecino relativamente conocido de la ciudad, Mateo Alemán, hijo de un médico y pariente de mercaderes, solicitaba al Consejo Supremo de Indias licencia para pasar a América. Según decía en su solicitud, marchaba con sus tres hijos, una sobrina y dos criados a reencontrarse con un tío suyo. La visita al tío era una excusa. Alemán pretendía iniciar una nueva vida con sus dos hijos y su amante Francisca Calderón, a la que hacía pasar por hija aprovechando la evidentísima diferencia de edad que los separaba. La licencia fue expedida y, tras varios contratiempos, partió desde la bahía de Cádiz el 12 de junio de 1608. Bajo el brazo llevaba dos libros. Uno de ellos, para leer durante el viaje: El Quijote. El otro todavía era un cuaderno de apuntes en los que mezclaba anécdotas vitales con recomendaciones sobre cómo escribir y cómo pronunciar correctamente.

Apenas tres años antes de embarcarse a las Indias, Mateo Alemán se afianzó en el panorama literario español con la publicación de la Segunda parte de Guzmán de Alfarache (1604). La Primera parte de Guzmán de Alfarache (1599), antes que El Quijote (1605), inauguró el género de la novela moderna tal y como la entendemos hoy. Hasta entonces, la prosa de ficción no presentaba tan amplio catálogo de personajes y episodios, las tramas no llegaban a ser complejas. La obra de Alemán supuso la incorporación de novedosas técnicas narrativas.

A pesar del éxito cosechado con su Guzmán, decidió dejarlo atrás literal y metafóricamente. Abandonó por completo su proyecto de una tercera parte. No guardó sitio en su equipaje ni siquiera para un ejemplar. Buscaba aires nuevos, alejarse de Sevilla y de Madrid. Lo que sí llevó consigo fue su preocupación por la lengua. Desde la publicación de su primer libro, se había mostrado muy detallista en cuanto a cómo era el texto que llegaba a sus lectores. Cuidaba tanto la escritura que para la reedición de la vida de San Antonio de Padua contrató con el impresor que instalara la imprenta en una casa suya. Así pudo controlar todo el proceso de creación de los libros, vigilando que el texto estampado fuera el que él quería ver impreso. Esta manía suya con la lengua lo llevó a escribir la Ortografía castellana, una obra sumamente original porque fue el primer tratado que combinó la descripción lingüística de la ortografía (buena escritura) y la ortología (buena pronunciación) con el relato autobiográfico.

Antes de escribir la Ortografía, este autor ya había ido dando muestras de cuánto le importaba la manera de escribir. Pensaba que la buena escritura, así como el buen hablar, eran costumbres que cada uno de los hablantes de la lengua tiene arraigadas, un hábito que desde la niñez mamamos con la leche materna. Al igual que con otras costumbres, Alemán creía firmemente que era necesario reformarla para desarraigar los vicios, es decir, para acercar de verdad la ortografía a la pronunciación real. Pretendía que su Ortografía fuese una guía de ayuda para el hablante corriente. Por eso, declaraba que era necesario que todos, incluso la gente con dialecto marcado, pudieran escribir como hablaban.

Desde la perspectiva actual, como hablantes de español vemos que nuestra escritura guarda estrecha relación con la pronunciación. Cuando pronunciamos palabras como humano, sabemos que esa h no suena nunca, o cuando pronunciamos gente, sabemos que una g delante de una e se pronuncia como una j. Los casos más difíciles son aquellos en los que el llamado estándar, que representa la pronunciación general de todos los hispanohablantes, choca frontalmente con la pronunciación dialectal. Por ejemplo, un hablante seseante puede encontrar dificultad a la hora de escribir con s o c una palabra como procesión. A diferencia de lo que ocurre ahora, la pronunciación en los siglos XVI y XVII era muy inestable. En apenas unos decenios el sonido que se representaba como ç (março) empezó a pronunciarse de la misma manera que el sonido z (pozo) en algunas regiones de la península, mientras que en otras z empezó a pronunciarse como s o al contrario (pozo y poso). No solo ocurría con las consonantes llamadas sibilantes, las que se pronunciaban con un silbo en la voz, también con otros sonidos como el que correspondía a h. En el siglo XVI todavía era habitual en ciertas zonas de la península pronunciar palabras como hermoso aspirando la h inicial. Si, además, añadimos los problemas que daban los grupos consonánticos de principios de sílaba (como ph o th) que compartían pronunciación con sus versiones simples (p y t), y los del final (como ns o bs) que se pronunciaban reducidos a una sola consonante (en estos casos, s), se entiende por qué Mateo Alemán, entre otros ortógrafos, quisieron dejar por escrito cuál era la manera de escribir y de pronunciar correctamente los sonidos del español. Su pretensión era que cualquier hablante pudiese escribir umano si no pronunciaba ningún sonido con la h, ortografia en lugar de ortographia u oscuro si no pronunciaba la b en palabras como obscuro.

Después de cuatrocientos años, muchas de las cosas que proponía siguen manteniéndose igual que entonces. Seguimos escribiendo h delante de humano y de huevo, utilizando c, q y k para el mismo sonido o manteniendo las consonantes al final de la sílaba en palabras como obstinado. La polémica ortográfica mantiene viva su llama y seguirá dándonos tema de qué hablar durante muchos años más.

 

Este artículo de María Heredia es uno de los contenidos del número 14 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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