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Jesús Duva

26 Feb 2021
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Firmas

La pandemia de las mayúsculas

La horchata de Melón de Villaconejos. Así se titulaba el reportaje que me entregó uno de mis colaboradores del suplemento de información de Madrid que dirigía yo en el año 2000 en El País. A bote pronto me quedé perplejo: no entendía por qué aquel reportero escribía en mayúscula inicial el nombre de la dulce y jugosa cucurbitácea. ¿Un simple error? ¿Un guiño literario? ¿Pretendería hacer algo así como dar un trato mayestático al rey de los melones españoles? Decidí leer todo el texto para editarlo y, de paso, intentar aclarar por qué su autor empleaba la mayúscula para referirse a una simple y abundante fruta, por muy azucarada que fuera. Mi sorpresa fue en aumento al comprobar que el Melón aparecía así a lo largo de todos los folios. De modo que decidí interpelar al periodista para que me lo aclarase:

—¿Por qué pones siempre melón con mayúscula inicial?

—Porque es el tema del reportaje. Para que se vea bien claro de qué va el asunto.

La respuesta del reportero me dejó estupefacto y, a la vez, provocó mi sonrisa y la del propio reportero cuando le expliqué que esta humilde fruta no era merecedora de semejante tratamiento de excelsitud. «Es algo muy abundante. Hay y habrá millones de melones en el mundo y, por tanto, creo que debe escribirse en minúscula», argumenté.

La anécdota ocurrió hace 20 años y entonces constituyó algo insólito. Tanto que durante mucho tiempo constituyó un pequeño episodio que recordábamos con regocijo en las reuniones, muchas veces distendidas o festivas, de la sección de Madrid de El País.

Aquel pequeño y aislado error se ha agravado de forma exponencial con el paso del tiempo. Desconozco el origen y la causa de esta enfermedad de la mayusculitis, que más tarde se tornó en epidemia y que en el curso de los últimos años ha alcanzado el nivel de pandemia. ¡Tal es su grado de afección y contagio generalizado!

Establece la Real Academia Española, con su superior criterio, que la escritura normal utiliza habitualmente las letras minúsculas, si bien, por distintos motivos, pueden escribirse palabras, frases e incluso textos enteros con mayúsculas, aunque lo usual es que estas se utilicen solo en posición inicial de palabra.

Los esforzados maestros de escuela enseñaron a sexagenarios como yo, a través de la popular Enciclopedia Álvarez, lo que entonces se denominaban nombres comunes y nombres propios. A fuerza de repetirlo, a los chicos y chicas se nos grabó a fuego eso de que nombres comunes son aquellos con los que designamos a personas, animales o cosas en general, que son muy abundantes, y, por tanto, se escriben en minúscula (niño, perro, manzana…). Por su lado, los nombres propios son los sustantivos que sirven para referirse a personas, animales, cosas o lugares de forma singular y en particular (Antonio, Rusia, Guadalquivir…). Así de sencillo.

Uno de los primeros síntomas de esta enfermedad fue la proliferación del uso indebido de la mayúscula para designar los cargos de una institución o una empresa. Fue hace ya bastantes años por parte de los funcionarios o trabajadores que, tal vez llevados por el afán de mostrar respeto o admiración por sus jefes, empezaron a denominarlos con mayúsculas: el Presidente, el Ministro, la Alcaldesa, el Director General, el Jefe de Recursos Humanos y hasta el Sargento de la policía. Tal vez los periodistas se contagiaron de este virus a través de las notas de prensa oficiales… y hoy este mal campa por doquier. Incluso entre novelistas muy principales y de mucho prestigio.

Siempre me costó mucho explicar a mis alumnos aspirantes a periodistas esto de los cargos. Y cuando ya lo habían asimilado, de nuevo entraban en barrena si les decía que hay determinados títulos como el del rey (el nuestro, el de España) y el del papa de la Iglesia que solemos escribirlos en mayúscula cuando se emplean referidos a una persona concreta y sin ir acompañados del nombre propio de su titular. Por ejemplo, «el Rey realizará mañana su primera visita al Reino Unido». O «el Papa celebró las fiestas en su residencia del Vaticano».

Contaminados por un cierto afán de reverencia, también es usual ver escritas en mayúsculas, incluso por parte de notables literatos, expresiones como «varios niños recibieron el sábado el Sacramento del Bautismo» o «los soldados rindieron homenaje a la Bandera en el acuartelamiento».

La plaga de la mayusculitis se ha ido extendiendo a través de los periódicos y las televisiones al rotular con mayúsculas los nombres de islas, golfos, ríos, montañas y todo tipo de accidentes geográficos. A diario es posible ver en letras de molde expresiones como «el Río Guadiana supera los niveles de contaminación», «la Isla de Ibiza iguala la cifra de turistas del año pasado» o «la Sierra de Gredos amaneció nevada».

Una auténtica plaga es la manía de escribir en mayúscula los nombres completos de calles y plazas, pese a que la Real Academia y las normas lingüísticas recalcan que solo debe ir escrito en versales el nombre propio, no el nombre común genérico que lo antecede. Ya es una verdadera calamidad ver y leer, por ejemplo, la «Calle de Alcalá», la «Avenida de la Constitución», la «Plaza de Colón» y el «Paseo de Zorrilla». Me pregunto qué tienen de especial esa calle, esa avenida, esa plaza y ese paseo para merecer tales honores. «Hay muchas calles, avenidas, plazas y paseos en el mundo. Por tanto, esos son nombres comunes», replicaría uno de los viejos maestros de escuela.

La publicidad que invade calles, cines, teatros, periódicos y hasta nuestra propia casa a través de la televisión también ha contribuido lo suyo a este maremágnum al tratar de engrandecer cualquier objeto denominándolo en mayúscula. A veces vemos cosas como «El Coche del año» y «El Perfume del hombre moderno». Posiblemente sea eficaz como método de reclamo comercial, pero es algo sin la menor justificación desde el punto de vista ortográfico.

El abuso de la mayúscula se ha extendido como la peste y afecta incluso a buena parte de la sociedad más cultivada. Y paradójicamente estas mismas personas son con frecuencia incapaces de utilizar bien la mayúscula diacrítica. Muchos de quienes emplean la mayúscula a troche y moche hierran cuando deben poner la mayúscula diacrítica, esa especie de semáforo que permite distinguir entre diversas acepciones de una misma palabra. Así diremos Gobierno para aludir al conjunto de los ministros de un Estado, frente a gobierno en alusión a la acción de dirigir o gobernar alguna institución o empresa.

Llegados a este punto, no sé si la mayusculitis tiene algún remedio… o si se ha convertido en una dolencia cronificada. Me temo lo peor.

 

Este artículo de Jesús Duva es uno de los contenidos del número 9 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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