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Iraide Ibarretxe-Antuñano / Andrea Ariño-Bizarro

07 Nov 2022
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Firmas

La intencionalidad es lo que cuenta… ¿o no?

«Se me cayó». Tres palabras, solamente tres palabras: un clítico de tercera persona se, un pronombre personal de primera persona me y un verbo de movimiento en pasado simple cayó. Tan sencillas y tan complicadas a la vez. ¿No nos creen? Pasen y vean, al final del artículo, cómo tres palabras pueden, de verdad, cambiarnos la vida.

Tras este dramatismo inicial, seguramente el lector esté pensando que estamos exagerando. A fin de cuentas, estas palabras las hemos dicho millones de veces en contextos muy diferentes… Aquella vez, cuando éramos pequeños y se nos ocurrió coger el plato de la comida, a pesar de que nos habían dicho una y otra vez que lo dejáramos porque pesaba mucho, no hacíamos caso y ¡zas!, se nos caía, y ahí quedaba: el plato roto y la sopa esparcida por el suelo. O aquella otra vez, ya un poco más mayores, en la que volviendo a casa después de dar una vuelta con los amigos, nos tocábamos la chaqueta, mirábamos por todas partes, solo para darnos cuenta de que no teníamos las llaves y nos tocaba llamar a casa y decir, con cara compungida, que seguramente se nos cayeron en aquel último bar al que fuimos… O, bueno, aquella otra vez en la que, al hacer limpieza, quitando el polvo de la estantería, se nos cayó la figurita de porcelana que tanto le gustaba a nuestra pareja (pero que, sinceramente, nosotros odiábamos). Todos sabemos lo rápido que decíamos: «¡ay! Lo siento, se me cayó».

Tantas y tantas situaciones en las que se nos ha caído, se nos han perdido o se nos ha roto algo… exactamente las mismas veces que hemos dicho las tres palabras mágicas y hemos visto cómo nuestros padres, amigos o parejas, simplemente nos miraban contrariados para decirnos finalmente: «Vale, tranquila, se ha roto pero, qué se le va a hacer, tú no has tenido la culpa». ¿Cómo es posible salir indemne de algo así? Sería sin querer, pero, a fin de cuentas, la sopa estaba en el suelo, las llaves perdidas y la figura rota… ¿Acaso no éramos nosotros los ‘agentes’ de tales desastres y, por tanto, los últimos responsables de esos actos?

Pues, aunque parezca una pregunta retórica, la respuesta no es tan sencilla o, al menos, depende de la lengua en la que estemos reproduciendo toda esta situación. Según parece, en español, nos libramos de la culpa gracias a que tenemos diferentes expresiones para expresar la (no) intencionalidad con la que hemos hecho algo, es decir, para dejar claro que (no) teníamos la voluntad de que el resultado final ocurriera. Esta intencionalidad, o la ausencia de ella, queda patente en nuestro «se me cayó», pero también en otras frases como «lo he roto, pero, de verdad, que ha sido sin querer» o, «ya, ya, se te ha caído sin querer queriendo, ¿no?». Y es que, los hablantes en español cuentan con infinidad de ‘excusas’ para escurrir el bulto y salir, más o menos airosos…

En otras lenguas, por el contrario, no lo tienen tan fácil para librarse de la culpa. En inglés, o lo has hecho tú (I broke it) o se ha roto solo (It broke). Siempre hay que elegir, no hay medias tintas. Otras lenguas, sin embargo, sí que permiten cierto grado de «evasión de responsabilidad», siempre y cuando se ‘marque’ de forma explícita en alguna parte de la oración. Por ejemplo, en la lengua caucásica lezgui al sujeto se le añade el sufijo -вай [-vaj] (caso adelativo que indica movimiento desde un sitio cercano) para señalar accidentalidad, y en finlandés, lo marcan, pero añadiendo un verbo auxiliar tul-i (con un significado parecido a ‘venir’) seguido del verbo principal en futuro.

Sin embargo, lo verdaderamente interesante de la existencia de todas estas expresiones interlingüísticas es que parecen influir en cómo sus respectivos hablantes ejercen ciertas capacidades cognitivas. En varios experimentos1, se ha mostrado que esta ‘obsesión’ de los hablantes de español a escurrir el bulto les hace más sensibles, por ejemplo, a fijarse y recordar este tipo de acciones intencionales y a juzgar como ‘no responsables’ a los involucrados. Obsesión que no solo queda patente en el laboratorio, sino que, además, se ve reflejada en el marco legislativo. De hecho, en España los actos delictivos se clasifican y se castigan dependiendo de la intención del acusado. A saber, un homicidio imprudente o involuntario (p. ej., un accidente de tráfico que acaba con la vida de una persona) es distinto que un homicidio doloso (p. ej., un asesinato que se descubre ha sido preparado meses antes). Y este es aún más grave si se ha perpetrado con ‘alevosía’, esto es, con intención, voluntad y ocultándoselo a la persona afectada.

Es curioso ¿no? Darse cuenta de que algo tan humano y tan central en el día a día de todos nosotros no se entiende de una forma universal. Y es que no ser conscientes de estas sutiles diferencias entre lenguas puede tener consecuencias muy graves, mucho más que la reprimenda por haber roto una figurita o perdido las llaves. El caso Steinle2 es un buen ejemplo de cómo la mala (e inconsciente) elección de las palabras de un policía que hacía de interprete llevó a la cárcel al supuesto homicida hispano; todo por traducir la pregunta en inglés «did you pull the trigger?» por «¿disparaste?» en español. Similares, pero muy diferentes: apretar el gatillo, en inglés, es totalmente intencional y dirigido hacia alguien, pero disparar, en español, carece de una intención homicida directa y simplemente implica que ejecutó el disparo.

Este caso, lamentablemente, no es el único en Estados Unidos. De hecho, la ‘inocente’ frase con la que empezaba este artículo, está sacada textualmente de un interrogatorio policial. El sospechoso –también hispano– declaraba sobre lo que le había sucedido a su mujer, hallada muerta al pie de la escalera de la casa familiar. A la pregunta de la policía «she fell or did you dropped her?» que la intérprete tradujo como «¿ella se cayó o la botó?», el acusado respondió «sí, sí, se me cayó». ¿Se han dado cuenta de la diferencia?

Seguramente sí y ahora mismo estarán pensando: «¡Vaya, vaya, con las tres palabritas!». Y harán bien, porque en esa diferencia de interpretación, de no ser consciente de que, en español, existen diferentes grados de intencionalidad, y de que más allá de marcarlos lingüísticamente, tienen también consecuencias en nuestra cognición, puede convertirse, literalmente, en una cuestión de vida o muerte.

Así que, lector, ya sabes, la próxima vez que digas «se me cayó», piénsatelo dos veces… porque, ya sabes, la intención es lo que cuenta, o al menos, eso sí, para los hablantes de español.

1.- https://sites.google.com/view/zl-a-la-carta/zl-a-la-carta/más-allá-de-zaragoza-lingüística/de-los-hablantes-a-las-lenguas-pasando-o-no-por-al-estandarizacion
2.- El lector puede deleitarse con algunos de estos casos y experimentos aquí: http://www.cienciacognitiva.org/files/2018-3.pdf

 

Este artículo de Iraide Ibarretxe-Antuñano y Andrea Ariño-Bizarro es uno de los contenidos del número 15 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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