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Sheila Queralt

30 Jul 2021
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Firmas

El perfil lingüístico del delincuente

¿Existe un patrón común entre todos los delincuentes? En los inicios de la criminología, hacia los años setenta del siglo XIX, estudiosos como Cesare Lombroso postulaban que había ciertos rasgos físicos y fisonómicos que podían diferenciar a un delincuente. Por ejemplo, un criminal nato, es decir, el que nace y no se hace y tiene el instinto de cometer delitos violentos, se podía diferenciar por la forma de su cráneo: tenía una cabeza pequeña, una frente hundida, una nariz respingona o plana, las orejas puntiagudas o grandes, unos labios carnosos, una gran barbilla y la parte posterior baja de la cabeza abultada. De este modo, creó «un retrato robot» del delincuente criminal prototípico. Si se enteran los de FaceApp, ya me los veo añadiendo una opción para que puedas «convertirte en delincuente».

Este tipo de teorías fueron muy criticadas por la falta de rigor científico, pero sirvieron para ampliar los focos de estudio de la criminología: hasta entonces solo se estudiaba el crimen y las circunstancias en las que se producía, pero ahora también se ponía el foco de estudio en el criminal. Y no únicamente en su descripción física, sino también en sus comportamientos (lo que se conoce como antropología criminal) y los determinantes psicológicos que explicarían su conducta criminal (de lo que se encarga la psicología criminal).

Sin embargo, del mismo modo que desde la criminología no podemos crear un perfil criminológico generalizable a todo tipo de delincuentes, tampoco desde la lingüística forense podemos hablar de un perfil lingüístico válido para todos los «malos». En el ámbito de la lingüística forense, la disciplina que se ocupa del análisis del lenguaje para aportar pruebas lingüísticas a investigaciones privadas o procesos policiales y judiciales, se ha concluido que depende, entre otros factores, del tipo de delito en cuestión poder establecer ciertos patrones en las estrategias lingüísticas utilizadas. A continuación se muestran algunas de las estrategias principales que usan distintos tipos de delincuentes: phishers, estafadores de mujeres en serie, depredadores sexuales online, infanticidas y maltratadores.

Phisher

El phisher es un tipo de estafador que se pone en contacto con la víctima (generalmente, a través de un correo, haciéndose pasar por una persona o una entidad de confianza) para que esta le proporcione sus datos personales o le haga un ingreso. Desde el punto de vista lingüístico, sus escritos suelen ser pobres, con numerosos errores ortográficos y gramaticales, frases poco genuinas y, en la mayoría de ocasiones, inconexas, como resultado de su traducción automática desde otro idioma. También suelen utilizar adjetivos o adverbios temporales que indican inmediatez (como «urgente», «hoy» o «enseguida»), tanto en el asunto del mensaje como en el cuerpo, así como atenuadores y verbos perceptuales (del tipo «hemos detectado» o «hemos descubierto»), exageraciones (por ejemplo, «es importantísimo») y oraciones negativas («no te olvides» o «no puede esperar»).

Estafadores de mujeres

El transcurso de una relación con un estafador en serie se puede dividir en cuatro grandes etapas: seducción inicial, engaño, conflicto y huida. Una de las estrategias más presentes en el discurso de los estafadores en serie es la evasión, una técnica utilizada para evitar responder a una pregunta o al turno anterior de su víctima. Su lenguaje se caracteriza por ser evasivo, indirecto y con una alta dosis de oscuridad. Utiliza la evasión a veces en solitario para no tener que decir una mentira, pero a veces también junto al engaño. Los estafadores en serie suelen dar este tipo de respuestas evasivas, generalmente, para evitar conflictos cuando creen que su imagen, es decir, la percepción positiva que tiene la víctima de él, puede estar en peligro. En gran medida, el éxito del estafador va a depender de lo bien que se le den este tipo de respuestas. Si es un experto y la víctima no percibe sus malas intenciones, podrá alcanzar su meta, mientras que si la víctima se percata de que todo es un engaño, se acabó el timo. Además, se debe tener cuidado con las respuestas evasivas, a pesar de que pueden evitar alguna que otra regañina, si se abusa de ellas la otra persona desconfiará y el toque misterioso pasará a ser un toque de «este no es trigo limpio».

Pedófilos y pederastas online

Los depredadores sexuales de menores online suelen captar a los menores mediante el juego. Por ejemplo, les invitan a competir con otros menores o les hacen creer que están flirteando con otro menor de la misma edad. El depredador sexual no suele estar interesado en el dinero de su víctima sino en obtener imágenes y vídeos del menor. Para conseguir su objetivo, lo manipulan a través del lenguaje. Crean espacios mentales, a partir del discurso y las estructuras lingüísticas que eligen, para modificar su percepción de la realidad: llegan a hacerles creer que lo que les piden que hagan es algo normal y habitual. Para lograrlo, suelen utilizar adjetivos positivos sobre la víctima para aumentarles la autoestima (con halagos como «eres una chica preciosa») y comparaciones con los actos de otros menores para recrear esa ilusión de falsa habitualidad («¿por qué no me bailas con el vídeo de esa amiga?»).

Infanticidas

El discurso de los asesinos que cometen el atroz crimen de matar a menores se caracteriza frecuentemente por dos estrategias que suelen ir de la mano: la creación de una imagen de víctima y la evasión de la culpabilidad. Generalmente, estas estrategias se ponen de manifiesto cuando se observa una falta de coherencia entre el mensaje transmitido y su emocionalidad. Además, suelen utilizar estrategias discursivas basadas en el desplazamiento de la responsabilidad para situarla lejos del agresor y en acusar o culpabilizar de los hechos a terceras partes o a factores externos, con afirmaciones del tipo «yo no quiero ser así, pero la vida me ha hecho así».

Maltratadores

En los casos de violencia de género, el abuso verbal es una de las formas más comunes que utiliza el agresor para ejercer su poder sobre la víctima y, desgraciadamente, se trata de un comportamiento que precede a la violencia física en una gran cantidad de casos. El abuso verbal hacia la víctima la daña gravemente tanto psicológica como emocionalmente, disminuye su autoestima, le causa extenuación emocional y la subyuga a su agresor. Este débil estado de la víctima le permite al agresor ejercer su control sobre ella y manipularla. Para ejercer y mantener control, usa una herramienta tan común como efectiva, el lenguaje. Discursivamente, sitúa a la víctima en una posición inferior a la suya. Se refiere a ella mediante expresiones con sufijos diminutivos despectivos (como «gentuza»), mientras que, para autodescribirse, destaca elementos positivos. Así, a menudo los contrapone a los aspectos negativos que atribuye a la víctima o establece comparaciones entre ellos que le benefician a él y le perjudican a ella (del tipo «soy más listo que tú»).