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Irene Lozano

04 Dic 2018
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Firmas

El condicional, modo verbal de la posverdad

Parece que estamos ante un ajuste de cuentas», afirma el periodista después de narrar un suceso truculento. No lo sabe con seguridad, no ha podido confirmar el móvil de un crimen urbano, pero ha de escribir su crónica. Como el periodismo no debe basarse en especulaciones, sino en hechos, redactar una crónica —ya sea de radio, televisión o escrita— sin disponer de hechos contrastados resulta sumamente complicado. ¿Qué hacer en esos casos? Resulta fácil mediante dos sencillos pasos.

Primero, ábrase la puerta a la especulación con el verbo «parecer». Puede resultar extraño, ya que las noticias no versan sobre lo que parece, sino sobre lo que es. Hay una enorme diferencia entre la frase: «Parece que el alcalde cobró comisiones» y «El alcalde cobró comisiones». La primera es un rumor, la segunda es una noticia, una de esas «modestas verdades de los hechos», por decirlo con las palabras de Hannah Arendt. Con el verbo «parecer» nos adentramos en el territorio de la información no contrastada que, en rigor, no debería ser objeto periodístico. Sin embargo, para poner el rumor en cuarentena —cautela necesaria, pues resulta dañino y contagioso— basta introducirlo con el verbo «parecer».

¿Qué puede ocurrir cuando una frase empieza así? Un redactor jefe razonable objetaría en la jerga periodística de las redacciones de antaño:

«¿Eso lo tienes amarrado?» Tener amarrada una información significaba haberla contrastado como me recomendó uno de mis primeros jefes: «Confirma cada información al menos por tres fuentes, y cuando te dé la razón, por cuatro». Me hablaba, sin yo saberlo entonces, de lo que se llama el sesgo de confirmación, esa forma de funcionar de nuestro cerebro que nos hace desechar o infravalorar los datos que contradicen nuestras creencias y nos hace aceptar con rapidez aquello que confirma nuestros prejuicios.

Amarrar la información es una antigualla.

Corresponde al pleistoceno del periodismo. Ahora se hace al revés: primero se difunde y luego ya, si eso, se confirma. De manera que el
periodista se cura en salud advirtiendo a su público que todo lo que va a narrar puede ser una alucinación.

El segundo paso es consecuencia de todo esto. Como hay prisa y los periodistas deben difundir las noticias antes de que ocurran, toman un atajo: usar el verbo en condicional. En teoría, el condicional nos explica que una acción está sujeta a que otra ocurra: «Si me dieran vacaciones, iría a la playa» significa que si no hay días libres, no hay mar. Sin embargo, el condicional periodístico no nos remite a una condición que ha de cumplirse. Su ambición es enorme y atroz: se refiere a la condición de verdad en sí misma. Cuando el periodista afirma: «Bandas rivales estarían enfrentadas por el negocio de la droga en la zona», está diciendo: que esto sea verdad depende de que se confirme o no su veracidad. O sea, no he hecho mi trabajo. No debemos pensar por ello que no trabaja. Lo cuenta y sigue buscando confirmación, pero lo importante es haber dado la información el primero.

Las noticias se han acelerado, y tendemos a pensar que se trata solo de un cambio cuantitativo. Sin embargo, la cantidad produce con frecuencia un cambio cualitativo. Un fusil que dispara muy rápido y mata a más gente se convierte en una ametralladora. Cientos de noticias pobremente contrastadas y luego desmentidas, matizadas o contradictorias entre sí multiplican la confusión, el estado mental del adicto a la información estos días. En esa cascada incesante de rumores, anécdotas, ambigüedades e indefiniciones, emerge triunfante el condicional como modo verbal de la posverdad. De la misma forma que un reo en libertad condicional sale de la cárcel, el periodista se libra con él de la pesada condena de ceñirse a los hechos.

 

Este artículo de Irene Lozano es uno de los contenidos del número 1 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en quioscos y librerías.
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