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Julio Somoano

07 Dic 2018
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Firmas

La derrota de la palabra escrita

La destilación en prosa de nuestras ideas y pensamientos más profundos va camino de convertirse en una excepción para nuestra sociedad. Si hace casi cien años Wittgenstein sostenía que «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo», la vertiginosa evolución de nuestra historia ha provocado que los límites de nuestro mundo hayan pasado a ser hoy los límites de la imagen y la palabra hablada.

El nuevo referente comunicativo ha dejado de ser la enseñanza recibida en edad escolar e incluso los padres para convertirse en la infinita oleada de documentos audiovisuales que recibimos diariamente. De hecho, esta cultura ya ha trascendido a la prensa: la tradicional y la digital. Cada vez más fotografías, menos texto y titulares más llamativos.

El teléfono móvil es parte de nosotros, algo más necesario de llevar encima que nuestra propia ropa interior, según una reciente encuesta. Hasta el punto de que hemos creado un nuevo término, nomofobia, para designar una nueva realidad: el miedo irrefrenable a salir de casa sin un celular. Asumido este aparato como una segunda piel, 99% de los jóvenes españoles lo utilizan para entrar en Internet. Le dedican más de tres horas diarias de media, según el informe Ditrendia 2017. Y, si a estos datos sumamos la previsión de que entre 2016 y 2022 el uso del vídeo crecerá 50%, y 39% el de las redes sociales, confirmaremos el triunfo de la cultura del superestímulo audiovisual frente a la palabra escrita.

Si las generaciones de nuestros mayores se formaron con una cultura literaria, las de nuestros jóvenes crecen con una cultura icónica

Nos hemos convertido, especialmente la generación más joven, en adictos a impactos constantes recibidos a través de imágenes, audios o vídeos, en un destierro de la palabra escrita. Echemos un vistazo a la evolución de las redes sociales: de Facebook, cuyo espacio para escribir no estaba restringido, a Twitter, con nuestras ideas reducidas a 280 caracteres. Y, de ahí, a la gran red de los millenials: Instagram, una aplicación que gira en torno a imágenes acompañadas por algún mínimo comentario accesorio.

Y en nuestra comunicación a distancia uno a uno, hemos evolucionado de las largas cartas a los concretos e-mails, y de ahí al WhatsApp cargado de visuales emoticonos para llegar a los urgentes mensajes de audio grabados sin reflexión previa.

Nuestro idioma ya ha sido subordinado a otro lenguaje: el televisivo, el de la imagen. Y, cuanto más estimulante, mejor. Un experto audiovisual, Eduardo García Matilla, estudió la evolución de la duración de los planos en el último siglo: «Antes de que se implantara la televisión en Estados Unidos, estos duraban en el cine convencional entre los doce y los quince segundos.

La televisión empezó a acelerar el ritmo para generar en el espectador la sensación de que estaban sucediendo más cosas que las que de verdad estaban sucediendo, por un simple estímulo. Ahora en series como CSI Miami, cada plano dura dos segundos y medio».

Si las generaciones de nuestros mayores se formaron con una cultura literaria, las de nuestros jóvenes crecen con una cultura icónica. El Homo videns de Sartori, en su versión 2.0. ¿Cuántos hispanohablantes menores de veinte años prefieren el esfuerzo de leer un libro frente a la facilidad de disfrutar con un vídeo?

Y aquí llega el problema: la linealidad de la letra impresa obliga a un proceso reflexivo, de ir buscando la idea en sucesión, mientras que la imagen es simultánea y te sitúa, por tanto, en un escenario en el que reinterpretas lo que ves sin la necesidad de las palabras.
Es decir, la cultura de la imagen, con su catarata de cambios de plano y sus constantes fogonazos de luz, limita los procesos de
reflexión.

Así llegamos hoy a una comunicación con predominancia audiovisual que transmite con maestría sensaciones y emociones, pero encuentra grandes dificultades para transmitir conceptos y para profundizar en estos. El mapa con los límites del mundo de Wittgenstein es el mapa de un mundo que hoy no existe.

 

Este artículo de Julio Somoano es uno de los contenidos del número 1 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en quioscos y librerías.
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