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Enrique Cabezón

18 Mar 2021
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Firmas

De la luna a la tierra

Cada detalle que conocemos ayuda a penetrar en las circunstancias y decisiones del otro, contribuye a descifrar y comprender. Acabo de cerrar Luz ajena. El enigma de María Lejárraga (Renacimiento, 2020), el último libro de Isabel Lizarraga, que se vale de la ficción para tratar de desentrañar la relación artística que mantuvo unida a la dramaturga emilianense con Martínez Sierra, a pesar de los pesares, que no fueron pocos. Es un trabajo que ayuda a dar luz a una época y a unos artistas esenciales de nuestro teatro.

Guardo en la memoria la imagen trabajando del antropólogo y forense Francisco Etxeberria, esa forma suya de enfrentarse a los restos exhumados con rigor, respeto y delicadeza, a pesar de lo comprometido de los casos en los que ha trabajado y que le han dado dimensión mediática. Es una imagen recurrente que no puedo evitar cuando pienso en el trabajo del profesor e investigador extremeño Hilario Jiménez Gómez que, en próximas fechas, va a dar a imprenta la reconstrucción de un libro inédito —todavía hoy— tal y como lo concibió Federico García Lorca, asesinado por los golpistas por «homosexual, socialista y masón», según un informe de 1965 de la Jefatura Superior de Policía de Granada. ¿Cómo es posible que quede material inédito de esa envergadura de uno de los poetas españoles más brillantes del siglo XX?

La historia de Tierra y luna es fascinante. Se trata de uno de los dos libros que Lorca escribió en su ciclo neoyorquino, entre 1929 y 1930; el otro fue New York. En 1934, el poeta decidió fundir los dos libros y un tercer manuscrito, Introducción a la muerte, en uno solo, que en 1935 pasará a llamarse Poeta en Nueva York, uno de los libros clave de nuestra poesía.

Con esa decisión se confirma el desmembramiento del resto de Tierra y luna. Algunos poemas irán a parar a las páginas de Diván del Tamarit, otros quedarán relegados a las secciones de poemas sueltos en antologías u obras completas sin encontrar acomodo más allá de lo cronológico.

Desde las primeras noticias de este manuscrito, fruto de la investigación de Eutimio Martín en 1972, hasta que Jiménez Gómez se encarga de su reciente edición crítica de Poeta en Nueva York (Sial, 2020), sabemos muy poco de Tierra y luna, pero la localización del manuscrito en el reverso del poema mecanografiado «El niño Stanton» cambiará esta situación para siempre. Se trata de un índice que dará luz a la reconstrucción del libro. Una anotación, presumiblemente de 1933, donde Lorca copia a mano una lista de diecisiete poemas. Tras cada uno de ellos anota el número de páginas que ocupa. Tal descubrimiento nos permite rastrear el destino de los poemas de Tierra y luna: diez de los poemas formaron parte de Poeta en Nueva York, tres de Diván del Tamarit y cuatro son los que quedaron adscritos al proyecto Tierra y luna.

Hasta aquí lo que sabíamos hasta la edición de este libro. Sin embargo, a finales de 1935, Lorca vuelve a referirse al libro en una entrevista: «tengo inéditos seis libros de versos y todo mi teatro sin publicar. […] Poeta en Nueva York está terminado desde hace mucho tiempo. En multitud de ocasiones he leído fragmentos de él. Ya está puesto a máquina y creo que dentro de pocos días lo entregaré. […] Los títulos de esos cinco libros son: Tierra y luna, Diván del Tamarit, Odas, Poemas en prosa y Suites». Hilario Jiménez se pregunta con inquietud en el prólogo de la obra por qué Lorca vuelve a referirse a Tierra y luna una vez cerrado Poeta en Nueva York. ¿Duda de su decisión de reunir en un solo libro aquellos tres manuscritos? ¿Si no le hubiesen asesinado hubiese seguido trabajando en un segundo poemario americano? ¿Hubiese crecido el número de poemas? Preguntas que quedarán sin respuesta.

La edición que ha anunciado Ediciones del 4 de Agosto, en su colección de cuadernos poéticos Planeta Clandestino, es una oportunidad de oro que nos obliga a leer con otra perspectiva el ciclo americano de García Lorca. Se trata de la primera vez que podemos asomarnos a Tierra y luna tal y como lo concibió el poeta, aclarando uno de los conjuntos poéticos más ambiciosos y trascendentales de nuestra lengua. Nos ilustra sobre el método del trabajo del poeta, esclarece el proceso de escritura de uno de nuestros genios, nos permite leer el libro al que Lorca nunca renunció tal como lo imaginó y quería.

No es baladí el hecho de que Tierra y luna aparezca en la colección Planeta Clandestino. Se trata de una colección que ha repartido más de 63 000 libros de poesía gratis a lo largo de los últimos veinte años y que apuesta por el fomento de la lectura de una manera transversal, defendiendo sin ambages una plena accesibilidad al género poético para todos. En ese aspecto comparte el espíritu que guió a Lorca a embarcarse junto a aquellos universitarios inquietos en un proyecto necesario y precioso como fue La Barraca. En la edición, además, ha colaborado con acierto la Fundación San Millán. Me parece un hecho a celebrar que sea precisamente una organización de la tierra que fue cuna del primer poeta de nombre conocido de nuestra lengua quien ayude a dar a luz un poemario inédito de uno de los poetas indispensables del pasado siglo, tal como el autor lo soñó y quiso.

Tierra y luna se cierra con «Omega (poema para muertos)», poema que daría origen y título a, tal vez, el acercamiento musical más impresionante jamás realizado a la obra de Federico y a uno de los discos más relevantes del añorado Enrique Morente. «Omega» está a punto de cumplir veinticinco años. Hace unos días comenté con uno de los responsables de aquel monumento sonoro, Antonio Arias, de Lagartija Nick, la noticia de la edición de este libro: «Hasta cierto punto desconocido», me dijo. Y tanto, dado que, hasta la aparición de este libro, los lectores de Federico ajenos al mundo académico solo conocían cuatro poemas bajo ese título, y tal vez la noticia que nos legó el profesor Martín.

Vuelvo a la imagen de Etxeberria, al que he nombrado más arriba. Un médico forense es quien determina el origen de las lesiones y la causa de la muerte de unos restos para auxiliar a jueces y tribunales y, si así fuese necesario, administrar justicia a los responsables si los hubiera. Algo así ha hecho Hilario Jiménez con su seriedad habitual: ha reconstruido un libro que el crimen, que fue en Granada, ¡en su Granada!, nos arrebató y viene hoy a auxiliar a los lectores y a dar una perspectiva más fidedigna y rigurosa a la obra de Federico García Lorca.

 

Este artículo de Enrique Cabezón es uno de los contenidos del número 9 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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