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Sonia Remiro Fondevilla

10 Dic 2018
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‘Squenun’ no es latín. Arlt y el lunfardo en la literatura argentina

Roberto Arlt dibujó un panorama social de Argentina, y en especial del Buenos Aires de la década de los años 30, a lo largo de su obra. Sus lienzos predilectos fueron las páginas de las novelas y las columnas de diarios como Crónica y El Mundo, donde retrató las situaciones y a los personajes más peculiares de ese momento. Sus crónicas más famosas son las llamadas Aguafuertes con su particular uso del lenguaje, por el que fue cuestionado en numerosas ocasiones. Raúl Lara, su primer biógrafo, afirmó sobre él que «hablaba como escribía».

Su estilo parecía ayudar a seguir polarizando las dos tendencias presentes desde los inicios de la literatura argentina: civilización o barbarie. Su lenguaje era directo, crudo, lleno de términos coloquiales provenientes de los bajos fondos y de lenguas europeas que se entremezclaban en las calles porteñas. Se oponía al de otros autores de esa época, situados en la élite cultural, como Borges. Arlt cosechó críticas mientras cultivaba la imagen de escritor marginal, pero tuvo éxito y popularidad entre los lectores. La dicotomía primigenia que dividía la literatura argentina se puede reconvertir para algunos críticos en la división entre la literatura de Borges y la de Arlt. Uno de los personajes en Respiración artificial, de Ricardo Piglia, aseguraba que «Borges cierra e integra las dos líneas básicas que definen la escritura literaria del siglo XIX» (1992: 127), mientras que «el que abre, el que inaugura es Roberto Arlt. Arlt empieza de nuevo: es el único escritor verdaderamente moderno que produjo la literatura argentina del siglo XX» (1992: 130).

Pero, ¿qué es exactamente el lunfardo? Según el DRAE, es la «jerga empleada originalmente por la gente de clase baja de Buenos Aires, parte de cuyos vocablos y locuciones se introdujeron posteriormente en el español de Argentina y Uruguay». Para Roberto Arlt era su realidad, era el español que había aprendido y con el que lograba conectar con los lectores.

La producción arltiana coincidió con un debate sobre la lengua. Muchos escritores se oponían a algunos académicos que defendían la norma tradicional y consideraban el lunfardo como un léxico de origen espurio: «Algunos se lamentan de que hablemos mal y anhelan que hablemos como en España. Yo les digo que en España no hay un idioma, sino muchos dialectos… El centro cultural del idioma español está en Buenos Aires; casi no existió hasta nosotros pensamiento en español… ¿por qué vamos a adoptar un idioma aldeano?» (Bioy Casares, 2006: 656).

Arlt no se limitó a mostrar ejemplos en sus obras de la lengua con la que se identificaban él y sus lectores, sino que también ejerció una labor didáctica y situó las palabras en contexto; filológica, al ubicar el origen del término y señalar su etimología, y también fue traductor al explicar el significado y diferenciarlo de otros que pudieran ser similares. Como un flâneur o mejor, como un parroquiano más, que se sentaba en un café y observaba y hablaba con los individuos que le atraían y a los que analizaba y catalogaba. Por ejemplo, los fiacún, los tipos tirados a muerto o los squenun. En la aguafuerte El origen de algunas palabras de nuestro léxico, se esforzó por vislumbrar el origen de las palabras lunfardas fiacún y fiaca y «dejar determinados de modo matemático y preciso los alcances del término». Arlt irónicamente añadió que «los futuros académicos argentinos me lo agradecerán, y yo habré tenido el placer de haberme muerto sabiendo que trescientos sesenta y un año después me levantarán una estatua». No fallaba tanto en sus dardos, ya que muchos de sus coetáneos no lo comprendieron y lo tacharon de mal escritor por las faltas ortográficas y de sintaxis que cometía; habría que esperar a que pasaran unas décadas para que algunos críticos y escritores lo reivindicaran, como pudo ser el caso de Piglia o Aira.

Daba ejemplo de uso y advertía de los posibles errores en los que podían incurrir: «Confundir la fiaca con el acto de tirarse a muerto es lo mismo que confundir un asno con una cebra o un burro con un caballo. Exactamente lo mismo. Y sin embargo a primera vista parece que no. Pero es así. Sí, señores, es así. Y lo probaré amplia y rotundamente, de tal modo que no quedará duda alguna respecto a mis profundos conocimientos de filología lunfarda».

A continuación, nos alumbraba con la etimología de la palabra en cuestión, pero no sin antes dar un apunte culto, un rasgo que también caracterizaba su estilo, esa alternancia entre lenguaje culto y popular, expresiones totalmente lunfardas que se entremezclan con otras italianas, francesas o incluso españolas un poco desfasadas: «La fiaca en el dialecto genovés expresa esto: “Desgano físico originado por la falta de alimentación momentánea”. Deseo de no hacer nada. Languidez. Sopor. Ganas de acostarse en una hamaca paraguaya durante un siglo. Deseos de dormir como los durmientes de Éfeso durante ciento y pico de años». No solo ofrecía el origen sino que también tenía el conocimiento adecuado para poder compararlo con otros términos del mismo origen, cuya forma ya se había asentado entre las costumbres lingüísticas de los hablantes argentinos: «Todos los puesteros, carniceros, verduleros y otros mercaderes provenían de la “bella Italia” y sus dependientes eran muchachos argentinos, pero hijos de italianos. Y el término trascendió. Cruzó la tierra nativa, es decir, la Boca, y fue desparramándose con los repartos por todos los barrios. Lo mismo sucedió con la palabra manyar que es la derivación de la perfectamente italiana mangiar la follia, o sea, darse cuenta». Aclaraba la semántica con otros términos similares: «Y, hoy, el fiacún es el hombre que momentáneamente no tiene ganas de trabajar. La palabra no encuadra una actitud definitiva como la de squenun, sino que tiene una proyección transitoria, y relacionada con este otro acto […] Aclaración. No debe confundirse este término con el de tirarse a muerto, pues tirarse a muerto supone premeditación de no hacer algo, mientras que la fiaca excluye toda premeditación, elemento constituyente de la alevosía según los juristas». De modo que el fiacún al negarse a trabajar no obra con premeditación, sino instintivamente, lo cual lo hace digno de respeto». Como vemos, cuidaba y explicaba con celo los términos lunfardos, los contextualizaba, rastreaba su origen y evitaba confusiones para que sus lectores no cometieran errores.

Paul Verdevoye identificó 255 voces lunfardas, giros o modismos apartados de la norma hispánica en las Aguafuertes. Señalamos algunos coloquialismos como «Te adornará la frente, querido bizco», «dale que dale, como si se encontrara frente al Verdún del feminismo», cuartujo de cenobita… Referencias cultas en «las borracheras son más lúgubres que un de profundis en el crepúsculo de un día nublado», «Está escrito en la Cábala: Tanto es arriba como abajo», «canturreo Una furtiva lágrima, Addio del passato, Bei giorni ridenti», «Viene aquí a establecerse casi la verdad de ese postulado de Proudhon de que la propiedad es un robo», «Parece este un paisaje de algún cuento fantástico de Lord Dusany». También expresiones populares como pebetes = niños, purrete = bebé, chingolo = muchacho, o palabras lunfardas como esgufamiento = aburrimiento, pibe = muchacho, chamuyo = conversación. Introducía modismos nacionales como hacerse la rata = faltar a una obligación contraída, es torta y pan pintado = algo muy fácil. Entre sus líneas también, en una aparente contradicción, podemos encontrar palabras propias de un castellano antiguo como Parose o la forma vosotros, y palabras que sufrieron la alteración en el orden de sus consonantes, algo típico del lunfardo: trompa = patrón, jovie = viejo. Incluso llega a adaptar lo que diría un Don Juan porteño actual: «Vea amigo, yo soy don Juan Tenorio. No tengo plata, si quiere me fía, si no, vamos a la comisaría».

Con la soltura con la que manejaba todos estos ejemplos y la imagen que el propio Arlt tenía de sí mismo, el próximo paso fue ponerse al nivel de cualquier académico en El idioma de los argentinos. Nada más opuesto al academicismo que la pregunta que dirigió directamente a Monner Sans: «¿Quiere usted dejarse de alacranear?». No entendía esa búsqueda de pureza y, ajeno a la impostura, para él la gramática era algo vivo, que comparaba con el boxeo: «Querido señor Monner Sans: La gramática se parece mucho al boxeo. Yo se lo explicaré: Cuando un señor sin condiciones estudia boxeo, lo único que hace es repetir los golpes que le enseña el profesor. Cuando otro señor estudia boxeo, y tiene condiciones y hace una pelea magnífica, los críticos del pugilismo exclaman: “¡Este hombre saca golpes de ‘todos los ángulos’!”. Es decir, que, como es inteligente, se le escapa por una tangente a la escolástica gramatical del boxeo. […] Con los pueblos y el idioma, señor Monner Sans, ocurre lo mismo. Los pueblos bestias se perpetúan en su idioma, como que, no teniendo ideas nuevas que expresar, no necesitan palabras nuevas o giros extraños; pero, en cambio, los pueblos que, como el nuestro, están en una continua evolución, sacan palabras de todos los ángulos, palabras que indignan a los profesores, como lo indigna a un profesor de boxeo europeo el hecho inconcebible de que un muchacho que boxea mal le rompa el alma a un alumno suyo que, técnicamente, es un perfecto pugilista».

En el artículo se abría un interesante debate todavía vigente: ¿Quién debe decidir sobre la normalización de una expresión o establecer tendencias: los académicos, los periodistas, la gente? «Señor Monner Sans: Si le hiciéramos caso a la gramática, tendrían que haberla respetado nuestros tatarabuelos, y en progresión retrogresiva, llegaríamos a la conclusión que, de haber respetado al idioma aquellos antepasados, nosotros, hombres de la radio y la ametralladora, hablaríamos todavía el idioma de las cavernas. Su modesto servidor».

Terminamos con unas palabras del escritor Cesár Aira sobre el propio Arlt: «Escribir mal, sin correcciones, en una lengua vuelta extranjera, es un ejercicio de libertad que se parece a la literatura misma. De pronto, descubrimos que todo nos está permitido». Arlt se apropió de todo el lenguaje que tenía a su alrededor, propio o ajeno, culto o popular, neologismo o arcaísmo para intentar completar una lengua y una producción con carácter universal.

 

Bibliografía

Aira, César. (1999). Arlt, en Paradoxa 7, 1993. 62-65.
Arlt, Roberto. Aguafuertes porteñas: Buenos Aires, vida cotidiana. Buenos Aires: Alianza, 1993; reeditado: Buenos Aires: Losada, 2000.
Borges, Jorge Luis. Invectiva contra el arrabalero, en La Prensa, 6 de junio de 1926.
Obras completas, 2. Barcelona: Emecé, 1996.
Casares, Bioy. Borges. Ed. Daniel Martino. Buenos Aires: Destino, 2006.
Piglia, Ricardo. Respiración artificial: una crítica de la economía literaria, en Los Libros 29, 1973.
Respiración artificial. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1992.

 

Este artículo de Sonia Remiro Fondevilla es uno de los contenidos del número 1 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en quioscos y librerías.
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