Un santo temible
Aquel niño, tan inocente y devoto, tenía sin embargo ojeriza al santo más invocado en su casa: «¡Esto se hace así y sanseacabó!», le decían a menudo sus tiránicos padres. Cuando iba a la iglesia, buscaba a San Seacabó en los retablos. Se lo imaginaba feo, mandón, sin flores ni nadie que le rezara.
Óscar Esquivias