Sí, no, sí, no…
La tilde del adverbio «solo» era el último pétalo de una margarita que los académicos no se atrevían a deshojar del todo porque eran incapaces de acordarse si tocaba «sí» o «no». Ni siquiera estaban ya seguros de cuál era la duda que, hace siglos, habían sometido al azaroso juicio de la flor.
Óscar Esquivias