En un lugar del Atlántico
Napoleón leyó el Quijote en su destierro de Santa Elena. En aquella ínsula remota, enfermo, ¿no sospecharía que, de joven, el sol de Ajaccio, el poco dormir y el mucho leer crónicas militares le secaron el cerebro? ¿Pensó quizá que nunca fue emperador, ni existió Waterloo, y que la lucidez le volvía solo para bien morir?
Óscar Esquivias