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19 Jul 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Voces fatal vestidas

Lo siento, pero hay timbres de voz tan estridentes que enturbian el mensaje.

Me refiero a esas voces demasiado agudas, o demasiado nasales, o de tono demasiado alto (debido tal vez a la sordera del emisor), o dotadas de peculiaridades tan acusadas que es imposible evitar fijarte en eso en lugar de lo que sea que intente decir.

Me sucede a menudo en mi taxi, máxime si el usuario se encuentra de espaldas a mí y su voz se convierte en su único hilo conductor para conmigo. Por la contra, cuando el interlocutor se sitúa en frente, cara a cara, es más fácil evitar centralizar la charla en el timbre de su voz y atender a otros muchos detalles (el lenguaje gestual, las miradas, o el baile de los labios) capaces de aislar y relegar el timbre a un discreto segundo plano. Pero de espaldas, como digo, el timbre de voz resulta ser como la ropa del otro para la vista: toda una carta de presentación.

Y no puedo evitar sentirme mal, culpable, cuando otro timbre de voz me chirría. Denoto cierta superficialidad por mi parte. Una superficialidad al nivel del que prejuzga por el aspecto físico o, volviendo a lo de antes, prejuzga por la forma de vestir. Con el agravante de que nadie puede evitar hablar agudo, del mismo modo que nadie puede evitar tener los ojos saltones o una prominente nariz. Es injusto, por tanto, menospreciar cualquier discurso por el timbre de la voz (me lo estoy diciendo a mí; este post es mi terapia ante el espejo; en cierto modo siempre hay trazas de terapia en todo lo que escribo). Y culpo de mi fobia, por culpar a alguien, a la industria del cine. No hay peli con voces imperfectas, igual que no hay actores, por muy obesos o bajitos o feúchos que estos sean, con los dientes torcidos. Todos, sin excepción, tienen voces bonitas y dentaduras perfectas. Malditos sean.

(Por un momento llegué a pensar que «Estridente» era palabra compuesta por la suma del presente de indicativo del verbo «ser» y el arpón de tres dientes del mismísimo diablo, pero nada más lejos: viene del latín stridens, stridentis, participio del verbo stridere, que significa ‘chillar’. Qué cosas…).