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14 Sep 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Una caja de zapatos de la talla 46

Abriendo cajas encontré la grabadora que solía usar en mi taxi para captar sonidos y monólogos y charlas, y también la alianza de aquella usuaria cuya historia, por motivos legales, no puedo contar.

Y también un pastillero metálico con una colilla dentro manchada de carmín que olvidó un hombre muy mayor sobre el asiento (lo llevaba en el bolsillo), y un bigote postizo que encontré de súbito levantando la alfombrilla, y la tarjeta de una bailarina de striptease a domicilio, y otra tarjeta de un tipo que fabricaba carracas a mano y exponía sus carracas en centros culturales, y una harmónica que estaba embutida en el hueco de los asientos (bien hundida, como adrede), y un Alcatel One Touch Easy que se dejó una señora (sospecho que adrede también) justo antes de coger su vuelo, sólo ida, a Buenos Aires (creo que huía de algo chungo o de alguien chungo y nunca me atreví a encenderlo). Y los boletos rotos de una mujer bellísima que acababa de perder un pastizal en el hipódromo (los rompió y los lanzó sobre el asiento del taxi como confeti y aún recuerdo el barniz de su mirada y su boca carnosa diciendo «buh»), y una botellita de 20cl de Jack Daniels que acabé compartiendo con un chico que juraba y perjuraba ser mi hermano (llegó a pedirme un cabello para hacerme la prueba de ADN y se lo di), y un cartucho de escopeta (esta historia tampoco puedo contarla), y la caja vacía del CD «Me huelen los pies» de Emilio Aragón (esta es graciosa; la contaré otro día), y el prospecto de una caja de Diazepam y en el margen del prospecto, escrito a boli, el número de teléfono de una chica a la que nunca llamé, y una polaroid de Beatriz sacándome la lengua desde el asiento trasero de mi primer taxi, y mi célebre pato de goma made in Hong Kong ya viejito (el mismo que me acompañó desde el salpicadero durante muchísimos años), y el espejo retrovisor de un taxista que me debía dinero (tengo pensado pegarlo en la pared de mi escritorio para inspirarme). Todo está dentro de una caja de zapatillas New Ballance de la talla 46.

La grabadora, por el momento, no tiene batería. Espero reunir el valor suficiente para cargarla, encenderla, darle al play y transcribir por estos lares lo que sea que me encuentre.